La fortuna de MacKenzie Scott: de la quiebra de su familia a su divorcio con Jeff Bezos y la filantropía “hasta que la caja fuerte esté vacía”
A tres décadas de tener que preocuparse por pagar el alquiler, la novelista reparte miles de millones mientras intenta mantenerse lejos de los reflectores
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NUEVA YORK.- Una vez, en una entrevista televisiva, la filántropa megamillonaria MacKenzie Scott contó un cuento popular chino que a veces se conoce como “El caballo perdido” (”Lost Horse”). La historia trata sobre los cambios de suerte que experimenta un granjero después de que se le escapa su semental más preciado. Y también puede leerse como un resumen de la filosofía de Scott.
“Nunca se sabe dónde se va a terminar”, le dijo al presentador de televisión Charlie Rose en 2013, después de relatarle la parábola. “Buena suerte, mala suerte, esa no es la forma en la que tenemos que ver las cosas en realidad”.
Las dificultades que experimentamos “es por lo que vamos a estar más agradecidos cuando miremos atrás”, dijo durante la entrevista. “Las que nos llevan adonde tenemos que ir”.
Su propia vida dio giros bruscos que determinaron sus elecciones, incluido el salto extraordinario a la filantropía, que en menos de tres años superó los 12.000 millones de dólares en subvenciones.
Una chica privilegiada, que dejó un internado en Connecticut después de que su familia se declaró en bancarrota. En la universidad, un préstamo de un amigo la ayudó a no tener que abandonar los estudios. Eso le permitió seguir cursando Escritura creativa con la aclamada novelista Toni Morrison, que se convertiría en su mentora y la ayudaría a lograr el objetivo de su vida: ser una novelista ella también.
Matrimonio y después
Y recién recibida, mientras trabajaba como reclutadora en una firma financiera, se casó con el hombre de la oficina de al lado, Jeff Bezos, y se mudó a Seattle para ayudarlo a perseguir su sueño de fundar un imperio minorista en línea, un sueño que iba a hacer que los dos se contaran entre las personas más ricas del mundo incluso después de que el matrimonio se disolvió.
En 2019, unos meses después de que finalizó el divorcio, una nueva empresa fantasma llamada Lost Horse se estableció silenciosamente en Delaware. Pronto, los representantes de Lost Horse estaban llamando a las organizaciones sin fines de lucro de todo el país por donaciones multimillonarias de un anónimo.
Por supuesto, la benefactora secreta resultó ser Scott. La avalancha repentina de sus donaciones ahora alcanza los 1257 grupos, desde organizaciones benéficas poco conocidas hasta asociaciones convencionales como Hábitat para la Humanidad, que el mes pasado recibió 436 millones de dólares, su mayor donación conocida.
Los 12.000 millones en subvenciones que anunció suman más que el total de donaciones que hicieron durante toda su vida Eli Broad y su viuda, Edythe, reconocidos por su generosidad en Los Ángeles, por no mencionar parejas mucho más ricas, como Mark Zuckerberg, de Facebook, y su esposa Priscilla Chan. Bezos, el exmarido de Scott, prometió 10.000 millones de dólares para combatir el cambio climático. En enero, Forbes calculó que hasta ese momento llevaba pagados más de 2000 millones en donaciones caritativas.
Pero a medida que creció la fama de Scott por regalar dinero, también lo hizo el diluvio de solicitudes de obsequios tanto de parte de desconocidos como de viejos amigos. Ese clamor pudo haber llevado todavía más a la clandestinidad a la ya discreta operación de Scott, con anuncios filantrópicos recientes que para un destinatario desprevenido son como relámpagos bruscos.
Los intentos por contactar para este artículo a Scott y a su esposo, Dan Jewett, un profesor de química, por teléfono, correo electrónico o por carta, directamente o a través de intermediarios, fueron respondidos con silencio.
En cambio, The New York Times se basó en entrevistas con más de dos docenas de amigos, maestros, excolegas y conocidos de cada capítulo de su vida, así como en los registros públicos y las raras entrevistas que Scott concedió, generalmente en el marco de la publicación de alguna de sus novelas. Este artículo también se basa en las cartas inéditas entre Scott y Morrison, que se conservan en el archivo de la premio Nobel en la biblioteca de la Universidad de Princeton.
Según la revista Forbes, a tres décadas de tener que preocuparse por pagar el alquiler, e incluso después de sus obsequios más recientes, Scott, de 52 años, tiene una fortuna que ronda los 50.000 millones de dólares. Y se propone desembolsar su riqueza enorme con una velocidad y honradez sin precedentes en organizaciones benéficas y sin fines de lucro de primera línea con un énfasis declarado en promover la justicia social y combatir la desigualdad, todo eso mientras intenta mantenerse lejos de los reflectores.
Su enfoque de la vida pública y las donaciones benéficas se hizo eco de su enfoque de la narración. “Escribir algo largo”, dijo en una aparición televisiva de 2013 en la que reflexionaba acerca de las lecciones más grandes que recibió de Morrison, “tiene que ver con la liberación programada de la información”.
Su infancia
Hasta su apellido nuevo, Scott, es una elección propia.
Scott era el nombre de su abuelo. G. Scott Cuming, que fue ejecutivo y consejero general de El Paso Natural Gas, una importante empresa de energía que enfrentó acciones antimonopolio por la adquisición de una compañía de gasoductos. Su esposa, Dorothy, fue voluntaria en March of Dimes y en una organización para sobrevivientes del cáncer de mama.
Su hija, Holiday Robin Cuming, nació el día de Navidad de 1943. Se casó con Jason Baker Tuttle y la pareja tuvo tres hijos. El mayor y el menor fueron varones y la del medio, una nena, MacKenzie.
Jason Baker Tuttle trabajaba como asesor financiero mientras su esposa se quedaba en casa con los chicos. La familia tenía una casa cara en Pacific Heights, en San Francisco, y otra en el pueblo de Ross, al que en esos tiempos The San Francisco Examiner llamaba “el bosky dell para los pudientes del condado de Marin”.
En el epílogo de su primera novela, Scott cuenta la historia de cómo, cuando tenía apenas 6 años, escribió una novela de 142 páginas llamada “El comelibros”, a la que describió como “un libro en capítulos sobre las aventuras de un gusano al que le encantaba leer”.
“Me llevó casi un año de tardes acostada con una pila de Oreos, un fajo de papel de diario del jardín de infantes y un lápiz grueso en la alfombra de nuestra sala de estar”, escribió, “y me acuerdo con claridad del momento en el que se me ocurrió por primera vez que me encantaba escribir de una manera diferente a como me encantaba nadar o andar en bicicleta”.
El padre de Scott dirigía una empresa de asesoramiento financiero llamada J. Baker Tuttle Corp. que, según la Comisión de Bolsa y Valores, cuando ella era adolescente le redituaba alrededor de 360.000 dólares, más de 900.000 en dólares actuales. La empresa le cubría los gastos personales y comerciales, así como cuatro hipotecas sobre tres propiedades. Scott asistía al internado Hotchkiss, en Connecticut, mientras que su hermano mayor era alumno de la Universidad de Georgetown.
Los que fueron sus compañeros de clase en Hotchkiss dijeron recordar a Scott como disciplinada en el trabajo, amable con los demás y humilde en su forma de ser. Una amiga de Hotchkiss, Margot Bass, la describió como original en todo, desde cómo se vestía, evitando los estampados de Laura Ashley que usaban muchas mujeres del campus, hasta por su visión del mundo. Las dos amigas pintaban y Scott produjo un retrato memorable de su hermano menor.
De la fortuna a la ruina
Poco antes del cumpleaños número 17 de Scott, la fortuna de su familia dio un vuelco repentino. La firma financiera del padre se declaró en bancarrota y sus padres también. Scott se graduó en Hotchkiss, donde la matrícula rivalizaba con el costo de la universidad, en tres años en lugar de cuatro. El último año tomó cursos adicionales y completó un seminario especial sobre escritura de ficción organizado por el jefe del departamento de Inglés, así se aseguró de cumplir con el requisito de cuatro años de inglés de la escuela.
Con la ayuda de una beca, se las arregló para ir a Princeton, aunque con una carga nueva y más pesada. “Fui a la universidad sabiendo que para pagarla iba a tener que recurrir a una variedad de empleos”, dijo Scott, y que le preocupaba cómo iba a hacer malabares con las mesas que sirviera y con una grilla cargada de cursos.
No fue fácil, como les pasó a muchos otros estudiantes que trabajaban antes que ella (y después, con los precios de la matrícula todavía más altos). El año pasado, Scott se acordó de ese período y de la ayuda que recibió para superarlo. “Fue el dentista del pueblo el que se ofreció a atenderme gratis cuando me vio en la universidad pegando un diente roto con cemento para dentaduras postizas”, dijo. “Fue la compañera de cuarto de la universidad la que me encontró llorando y siguió el impulso de prestarme mil dólares para evitar que tuviera que abandonar en segundo año”.
Mientras tanto, un juez de derecho administrativo de la Comisión Nacional de Valores le prohibió a su padre asociarse con cualquier asesor de inversiones por “acciones fraudulentas y engañosas”, cerrándole la puerta para un regreso fácil a la fortuna de la familia. El fallo administrativo fue informado por primera vez por Medium Marker.
A principios de la década de 1990, sus padres habían dejado atrás sus dos casas en California y se trasladaron a Florida, instalándose en un edificio de departamentos en Palm Beach, donde en ese momento las unidades se alquilaban por alrededor de 800 dólares al mes, aproximadamente 1500 de la actualidad. La madre comenzó a trabajar en una boutique de mujeres en la elegante Worth Avenue, a poca distancia a pie.
Con el premio codiciado de Morrison como su asesora de tesis, Scott había escrito una obra de ficción de 168 páginas llamada “El agua paterna”, en la que el padre, Luther Augery, oculta que renunció a su empleo y se conformó con uno de sueldo bajo. Miente sobre su trabajo y colma de electrodomésticos caros a su esposa para compensar. “No podía pagarlo”, escribió, “fingiendo que tenía un trabajo en el que ganaba dinero y fingiendo también que podía gastarlo”.
Morrison ha dicho de Scott que es una “escritora extraordinaria, casi completa” y, de hecho, la novela es sorprendentemente segura, así como un poco sangrienta, macabra y casi gótica en algunos pasajes. En una escena, la hija de Luther y el hijo del director de la funeraria se escabullen a la casa velatoria durante una boda y se besan al lado de “los estantes rodantes para almacenar cadáveres”.
Después de recibirse, Scott volvió a Hotchkiss y dictó un programa de escritura creativa de verano. Luego, al igual que los habitantes de Princeton por lo menos desde F. Scott Fitzgerald, se mudó a la ciudad de Nueva York para seguir una carrera como novelista.
Scott acabó haciendo malabares para atender mesas y escribir, parando un tiempo en el departamento de la ciudad de Nueva York propiedad de la familia de su amiga Bass, de Hotchkiss.
Trabajar de mesera era difícil y algo no encajaba todavía con su meta de escribir una novela. La invitaron a una entrevista en un fondo de cobertura, D.E. Shaw. “No estaba lista para escribir un libro. La verdad, no iba tan bien y tenía un montón de problemas para llegar a fin de mes”, dijo sobre esa etapa. “¿Habría considerado un trabajo en finanzas alguna vez si no hubiera tenido esas dificultades?”, se preguntó. “Probablemente no”.
La entrevista para el empleo en el fondo de cobertura estuvo a cargo de un compañero graduado de Princeton, Jeffrey Preston Bezos. En otra carta a Morrison, le escribió que él la contrató “basándose en gran medida en una transcripción de tu recomendación telefónica”.
Así logró establecer una rutina que equilibraba trabajo y escritura. “Estoy descubriendo que tengo mucho tiempo para escribir, bien temprano a la mañana, lo que probablemente le desagrade al contador que vive abajo, aunque acabo de invertir en una alfombra para amortiguar mis viajes a la cocina para tomar un café a las 5 a. m.”, le escribió a Morrison.
Scott aterrizó en la oficina de al lado de la de Bezos. Dice que se enamoró de su famosa risa estridente y buscó empezar una relación con él. Salieron tres meses antes de comprometerse y se casaron tres meses después. Ella tenía 23 años y él 29.
“Él editó mi primer y por suerte último texto sobre marketing financiero, y después de nuestro casamiento pude dedicarme de lleno a escribir una novela”, le escribió a Morrison en referencia a aquella época.
Fue poco después de eso que la pareja ingresó en el exclusivísimo linaje de las startups tecnológicas. Bezos quería dejar su puesto en D.E. Shaw para dedicarse a vender libros a través de aquella versión primitiva de internet que funcionaba por discado telefónico. Dada la inestabilidad financiera de sus años adolescentes, habría sido comprensible que Scott intentar disuadirlo de correr semejante riesgo. Pero ella no solo lo apoyó en su sueño, sino que trabajó junto a él para construir la empresa.
“No tengo mente empresaria, pero cuando lo escucho hablar de su idea lo que siento es su pasión y su entusiasmo”, ha dicho Scott alguna vez. “¡No veía la hora de subirme al auto!”
Y el “auto” era un Chevy Blazer, regalo del padre de Bezos. Ambos volaron a Fort Worth, Texas, a recoger el vehículo. Y volvió manejando ella hasta Seattle, con Bezos en el asiento del acompañante, trabajando en su plan de negocios. Al llegar, alquilaron una casa cerca de Bellevue, en cuyo garaje fue fundada Amazon, en 1994.
Para terminar su primer libre, The Testing of Luther Albright, basada parcialmente en su tesis de grado sobre Luther Augery, Scott tardó casi una década.
Pero cuando el libro salió, en 2005, Scott tenía mucha ventaja sobre otras autores y autoras primerizos. Ahora Morrison tenía un premio Nobel y la puso en contacto con una poderosa agente literaria, Amanda Urban, y hasta le escribió la contratapa del libro.
Para entonces, su esposo ya era uno de los hombres más famosos de Estados Unidos, pero por entonces era famoso sobre todo por haber desestabilizado la solemne industria editorial en detrimento de las librerías con local al público. En el mundo de la edición tenía muchos enemigos.
Scott y Bezos comenzaron a dar sus propios pasos en el mundo de la filantropía. En 2004, la pareja se unió a la junta de la Bezos Family Foundation, a través de la cual canalizaban sus obras filantrópicas los padres de Bezos, que se habían hecho ricos por derecho propio con sus primeras inyecciones de capital en el incipiente Amazon.com. Desde que Bezos y Scott se unieron a la junta, según muestran los registros fiscales, la fundación ha donado más de 300 millones de dólares.
En 2011, Bezos y Scott donaron $15 millones a Princeton para un centro de estudio del cerebro. Al año siguiente, donaron 2,5 millones de dólares para apoyar un referéndum sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. “Su regalo fue increíblemente trascendental”, dijo Zach Silk, director de campaña de Washington United for Marriage, cambiando por completo la escala de lo que había sido un esfuerzo “bastante rudimentario” y con fondos insuficientes.
Cuando se publicó la segunda novela de Scott, “Traps”, en 2013, la sumamente reservada Scott abrió la puerta de su vida al público para promocionar su libro, y hasta dio una entrevista con fotos a la revista Vogue.
El año posterior a la publicación del libro, en abril de 2014, Scott fundó su propia organización, Bystander Revolution, “un sitio web que ofrecía consejos prácticos de colaboración colectiva sobre cosas simples que la gente puede hacer para desactivar el acoso y cambiar ciertos patrones culturales”.
Pero después de un gran lanzamiento, el sitio fracasó. La reservada Scott era la fundadora y directora ejecutiva, pero parecía preferir no ser la cara de la organización, sino dejar que las celebridades ocuparan el centro del escenario.
Sin embargo, cuanto más evitaba los reflectores, más parecían seguirla. En 2018, la revista Forbes nombró a Bezos como el hombre más rico del mundo, atrayendo un nuevo nivel de atención y escrutinio sobre él, su empresa y, por extensión, sobre la propia Scott.
Ese mismo año, en septiembre, Bezos y Scott prometieron 2000 mil millones de dólares para abrir preescolares inspirados en la pedagogía Montessori y apoyar a las familias sin hogar. Era su mayor compromiso filantrópico hasta el momento y probablemente uno de los últimos como pareja. En enero de 2019, Scott y Bezos anunciaron conjuntamente en su cuenta de Twitter que se divorciaban.
“Hasta que la caja fuerte esté vacía”
Su primera gran declaración como mujer nuevamente soltera llegó menos de cinco meses después en el sitio web The Giving Pledge, lanzado por Bill Gates, Melinda French Gates y Warren Buffett como un lugar donde los multimillonarios prometían regalar al menos la mitad de su riqueza. Scott fue más allá y prometió “seguir así hasta que la caja fuerte esté vacía”.
The Giving Pledge, significa “El compromiso de dar” pero es una promesa pública y poco más que eso: no tiene programa de donativos, no presenta informes y no tiene mecanismos para hacer cumplir lo prometido.
Pero desde entonces Scott ha realizado millonarias rondas de donativos anónimos, que se convirtieron en la comidilla de los círculos de mecenazgo y filantropía de Estados Unidos. Scott donaba a lo grande, rápidamente, y sin obligaciones.
Los comentarios fueron abrumadoramente positivos, pero los expertos en filantropía plantearon algunos cuestionamientos. Scott no tenía una fundación que tuviera que presentar declaraciones de impuestos detalladas. En cambio, donaba a través de canales poco regulados, lo que significaba que podía hacer grandes donaciones deducibles de impuestos sin requisitos de transparencia.
Todas esas preocupaciones quedaron temporariamente de lado el 15 de diciembre de 2020, cuando Scott anunció una nueva ronda de donativos todavía más descomunales: 4200 millones de dólares para 384 organizaciones, incluidos cientos de filiales de Easterseals, United Way, YWCA y YMCA, grupos que durante la pandemia estuvieron en la línea de frente, pero que no son el tipo de asociaciones innovadoras a las que suele dar prioridad Silicon Valley.
Tres días después, el 18 de diciembre de 2020, su cambio de apellido por el de Scott quedó legal y oficialmente establecido, según los registros judiciales de Bellevue. En un sentido más profundo, su identidad pública también había cambiado. La opinión pública ya no la veía primero como la exesposa de Jeff Bezos: ahora ella era MacKenzie Scott, la novelista que estaba revolucionando la filantropía. Había encontrado una manera de ser importante sin recaudaciones de fondos con hombres de smoking y mujeres con vestidos de terciopelo.
Por Nicholas Kulish y Rebecca R. Ruiz
Traducción de Jaime Arrambide
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