Una expedición demostró la falta de regulación en esa zona; ciudades sin ley, corrupción, técnicas invasivas y destructoras, uso del mercurio y trata de personas
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Sobre dos frágiles kayaks hinchables bautizados como Ítaca y Churruca navegan el explorador vasco Miguel Gutiérrez y el periodista Martín Ibarrola. Recorren la parte peruana del río Madre de Dios, en la cuenca del Amazonas, siguiendo el rastro del mito del reino del Gran Paititi, conocido como “El Dorado” del sur.
Un territorio ocupado por los incas que supuestamente escondía incalculables riquezas y que el conquistador español del siglo XVI Juan Bautista Álvarez de Maldonado buscó incansable.
“Quienes persiguieron el mito no iban tan desencaminados porque se ha demostrado que esa región tiene mucho oro, solo que no estaba donde ellos pensaban”, le cuenta Ibarrola a BBC Mundo pocas semanas antes de viajar al Festival Hay Arequipa, para hablar sobre la aventura.
El periodista no tenía, en principio, intención de plasmar esta expedición en un libro. Tampoco unirse a ella casi sin pensarlo cuando Gutiérrez le comentó de pasada en un bar que no tenía con quién ir.
“Absolutamente nadie quería acompañarle. Ir a la selva, viajar por un río lleno de peligros no es un viaje fácil o cómodo”, dice.
La expedición también partió con la idea de averiguar más sobre lo que se conoce como pueblos no contactados, es decir, los comunidades indígenas en aislamiento voluntario.
El ejemplo más claro en la zona son los Mashco Piro, una misteriosa tribu que vive aislada en la espesura de la selva, de la que se sabe poco pero de la que circulan inquietantes historias.
“Yo llego por casualidad a esta expedición. De hecho, no se me había ocurrido escribir un libro. Mi intención era hacer una serie de reportajes, pero todo lo que nos pasó fue tomando forma en algo más”.
Ese algo más se convirtió en “La selva herida”, publicado por la editorial Pepitas de Calabaza.
La primera obra de Ibarrola documenta un viaje que transita entre la aventura, la historia y las problemáticas sociales que aquejan a esta fascinante pero convulsa región de la Amazonía peruana en la que se mezclan increíbles paisajes con tragedias personales.
El salvaje oeste
“El viaje empieza de una manera para mí muy emocionante, con temas arqueológicos, antropológicos y culturales. Y a medida que fuimos descendiendo por el río hacia la selva, nos encontramos con una región que puede parecerse mucho al “Wild west”, dominada por la minería ilegal, por la corrupción, por la deforestación y por la trata de personas”.
“Cuando digo wild west (Viejo Oeste) no es una exageración. Creo realmente que se parece mucho a lo que pasó con la fiebre del oro en California entre 1848 y 1855. Hay muchos fenómenos ambientales y sociológicos que se dieron entonces que se repiten ahora”.
Ibarrola se refiere a las ciudades sin ley, la corrupción, las técnicas invasivas y destructoras, el uso del mercurio o la prostitución forzosa de las que fue testigo durante el viaje por el Madre de Dios.
“Todas estas cosas se repiten con cada fiebre del oro, ya sea a California, en Australia, Canadá o en este caso Perú. Avanzamos por kilómetros y kilómetros de arena devastada, donde debería haber selva”.
Pero la minería ilegal, la tala y la actividad humana se están llevando todo por delante..
“Descubrí una región que me fascina. Por un lado tienes una riqueza histórica, cultural y biológica impresionante. Y por otro, tienes los peores depredadores humanos que te puedas imaginar”.
“Estamos hablando de un auténtico paraíso. Tiene zonas como el Parque Nacional del Manu, donde la fauna va desde el oso andino a jaguares, caimales negros, tapires, nutrias gigantes y una variedad inmensa de flora que lo hace un paraje único”.
“Ahí se sitúa también la estación biológica de Cocha Cashu que está haciendo investigaciones muy pioneras. Y en esa misma región, hay tribus no contactadas y comunidades indígenas que ya comerciaban con los Incas, es decir, que tienen tradiciones ancestrales”, dice en referencia a las tribus como los amarakaeri, matsigenka y yine con las que tuvo contacto muy cercano.
“Los matsigenka son un poco introvertidos, se mantienen más recelosos del exterior. Los amarakaeri son tradicionalmente más guerreros. Los yine se les conoce por ser más hospitalarios, pero mucho más comerciantes. Pero luego como en cualquier parte del mundo, lo que te encuentras son personas”.
Escapar al bosque
Y es que, desde el principio, dice el periodista, la idea de que hubiese comunidades humanas que estuviesen al margen de la sociedad y que mantuviesen esos modos de vida ancestrales le fascinó.
“Luego vas descubriendo por qué decidieron refugiarse, que no es que estén viviendo felizmente en la selva, sino que tuvieron que escapar al bosque. Este es un matiz importante”.
“Tenemos que quitarnos todos los mitos románticos de las comunidades indígenas. A veces parece que queremos que se mantengan en un estado primitivo pero la realidad no es así. La gran mayoría de todas las comunidades, salvo los pueblos que se han querido mantener aislados voluntariamente, están más o menos integradas y casi todas tienen acceso a internet. No sé si constante, pero al menos sí esporádico”.
Ibarrola cree que irónicamente el problema de la región es que tienen muchos recursos naturales.
“Para conseguirlos, no les importa herir la selva ahora mismo. Y eso es un problema grave. Vimos lobbies gasíferos que quieren prospectar parques vírgenes y minería ilegal que está entrando en reservas naturales. Y están machacando la selva sin ningún tipo de piedad para sacar esos recursos”.
La “epidemia de corrupción institucional”, dice el periodista, tampoco está ayudando mucho a frenar el desastre.
Para él no sólo están involucrados los políticos, también “las instituciones forestales, los cuerpos de la policía y parte del ejército. La corrupción llega a todos los estamentos”.
“Hay muchos que están haciendo todo lo posible para sacar tajada”.
De entre todas las historias con las que se topó, Ibarrola destaca la de Karina Garay, la fiscal que lideró la Operación Mercurio en un intento por erradicar la minería ilegal del asentamiento conocido como La Pampa, que se extiende a lo largo de casi 20 kilómetros paralelo a carretera interoceánica.
“Ella ha sacrificado muchísimo por combatir la corrupción y estuvo a puntito de conseguir acabar, con la minería ilegal”.
Pero luego llegó la pandemia y poco a poco, la zona volvió a ser lo mismo de antes. Una ciudad de chapa, de casas improvisadas de madera donde se mezclan las tiendas y la escuela con los prostíbulos, los bares clandestinos y la trata de personas, incluidas menores.
Envenenados
“Es un asentamiento ilegal, en el que trabajan miles de personas”.
Gutiérrez e Ibarrola deciden internarse en esta Pampa, considerada la capital de la minería ilegal. Recorren el paisaje desolador, con extensas áreas deforestadas y contaminadas por la minería. Documentan la grave situación de explotación laboral y sexual, además de la delincuencia descontrolada en esta suerte de “ciudad sin ley”.
“Un minero no se va a hacer rico buscando el polvo de oro, pero vienen de zonas con tanta pobreza que les compensa y eso pese a que el mercurio que utilizan en los procesos de extracción es altamente tóxico y los envenena”.
El viaje continúa hacia Boca Colorado y de nuevo allí la vida parece demasiado dantesca para ser real.
“La primera impresión que tuvimos tanto Miguel como yo fue terrible. Era como estar en la película de Mad Max. Pero todo era real: la música de reguetón a todo volumen, prostíbulos de madera y sillas de plástico, con hoteles nauseabundos donde van las prostitutas con sus clientes y en general con una sensación de que no había ningún tipo de autoridad presente”.
Prostitución y trata de personas
“Nos impactó el tema de la prostitución porque va normalmente muy ligada con la trata de personas. No recuerdo haberlo visto en Boca Colorado, pero en otras zonas mineras han encontrado puestos de aborto”.
Estas casetas improvisadas en mitad de la nada dan servicio a las trabajadoras sexuales que se quedan embarazadas.
“Tienen un aborto informal y siguen con su trabajo”, dice Ibarrola.
“Lo que quería refleja en el libro es toda esa normalidad en mitad del caos. La del indígena que viste una camiseta de fútbol. O esa mezcla de un niño que va a la escuela o a la tienda de los ordenadores rodeada de trata de personas y de venta ilegal de oro. Todas esas situaciones se dan constantemente allí”.
Antes de llegar a Arequipa para el Hay Festival, Ibarrola se adentrará de nuevo en la selva de Madre de Dios para retratar la vida de los indígenas de Yomibato, la comunidad nativa más remota del Parque Nacional del Manu.
El proyecto “Sin noticias de Yomibato” acaba de recibir del Pulitzer Center una beca para realizar una expedición junto con el periodista local César González.
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