El periodista de la BBC Quentin Sommerville, acompañado del camarógrafo Darren Conway, llegaron al frente de batalla de la ciudad de Járkiv, en el este de Ucrania
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La segunda ciudad de Ucrania, Járkiv, fue el objetivo constante de los ataques rusos durante tres semanas. Quentin Sommerville, de la BBC, y el camarógrafo Darren Conway informan desde la línea del frente donde las tropas ucranianas continúan repeliendo el avance enemigo.
Entramos en la casa por donde solía estar la puerta trasera. Ahora solo hay una cortina que se mueve con el viento helado. Los propietarios, desaparecidos hace mucho tiempo, podían ver desde ahí las ricas tierras de cultivo al norte de Járkiv, pero gran parte de esas tierras también están irreconocibles.
En la cochera, junto a una patineta abandonada, hay una docena de cajas vacías de algunas de las mejores armas antitanques del mundo. Un soldado ruso muerto yace boca abajo en el jardín delantero. La casa se convirtió en una base de primera línea, y las cajas usadas son un indicativo de que los soldados pelearon aquí por sus vidas: una pelea por la independencia de Ucrania.
Hemos obtenido un acceso excepcional al ejército ucraniano que, después de tres semanas de duros combates, sigue firme en las afueras de Járkiv, impidiendo que las fuerzas rusas capturen la segunda ciudad más grande de Ucrania.
Bombardeos constantes
“¿Quieres ir más adelante?”, pregunta Yuri, un comandante del 22º Batallón de Infantería Motorizada del ejército ucraniano, señalando las ruinas de dos vehículos blindados de transporte de personal rusos y las piezas destrozadas de dos de sus tanques. El batallón se reconstituyó en 2014 después de que Rusia invadió Crimea y respaldó a los separatistas de Donbas.
“Usaron drones, aviones, helicópteros de ataque, todo”, dice Yuri, mientras se oyen proyectiles rusos retumbando, golpeando las carreteras cercanas y los bloques de apartamentos. Los rusos siguieron atacando y fueron repelidos muchas veces. En su frustración por fallar en su entrada, bombardean día y noche la ciudad, que alguna vez fue el hogar de 1,4 millones de personas.
El suelo está batido y el lodo espeso succiona las botas. Una mirada hacia atrás muestra las estructuras en ruinas de la hilera de casas por las que acabamos de pasar. Los jardines suburbanos se convirtieron en campos de batalla como en el pasado de Europa.
“Los primeros tres días fueron los peores. Estaba lloviendo, estábamos cubiertos de barro, parecíamos cerdos”, dice Olexander, de 44 años, que está parado cerca.
Junto a uno de los vehículos blindados de transporte de personal destruidos -en el que su marca Z ya se desvaneció- hay un gran cráter de unos 6 metros de ancho. El primer día de la invasión, el 24 de febrero, un ataque ruso mató a seis soldados ucranianos en este mismo lugar. Muchos más murieron aquí desde entonces, pero las cifras oficiales no se publicaron.
Una bota militar verde se alza sobre el borde del cráter, un cadáver ruso más allá. Un gran cuervo negro se sienta cerca, imperturbable por el rugido de los bombardeos y los cohetes Grad desde las posiciones rusas. Los hombres aquí pueden decirte la fecha y la hora precisas en que llegaron al frente, lo que implica que si no estuviste aquí los primeros tres días, no conociste el combate real.
“¡Salta al cráter si hay más bombardeos!”, dice Uri.
“Si pasan por aquí, entrarán en Járkiv”
Constantine, de 58 años, fue piloto de la fuerza aérea ucraniana hasta que se jubiló y se convirtió en periodista. Ahora está de vuelta en el frente, camina cojeando y usa un palo de escoba roto como apoyo. La metralla rusa hirió su pierna, pero se niega a abandonar el frente.
“Esta es la última línea de defensa de la ciudad, si pasan por aquí, entrarán en Járkiv. Esta carretera te lleva desde Rusia hasta el corazón de la ciudad”, dice. Resuena un bum y un zumbido cuando un misil guiado por cable vuela justo sobre nuestras cabezas. Entramos en el cráter. El proyectil golpea cerca de la carretera, un gasoducto estalla en llamas.
Mientras nos refugiamos, un soldado de reconocimiento con una cinta azul en el casco nos dice que nos quedemos abajo. Roman tiene 34 años, aunque bromea diciendo que tenía 24 cuando comenzó la guerra hace tres semanas.
Dice que los rusos no se mostrarán ahora: “Son gallinas. Responderemos bien y de forma apropiada”. Se detiene y quiere un selfie. Más tarde nos enteramos de que transportó los cadáveres de sus compañeros caídos en su propio vehículo desde el frente hasta la morgue de la ciudad.
Cuando nos vamos, Constantine atrapa algo en el aire: un alambre de cobre delgado, que se extiende por millas. Sirvió para guiar el misil ruso que acaba de pasar sobre nuestras cabezas. Nos espera Olexander, de 44 años, de la cercana región de Poltava. Estuvo con la unidad desde su fundación y luchó en Donbás.
“Esto es mucho peor”, dice. “Durante los primeros tres días, no podíamos entender lo que estaba pasando. Estábamos perdidos y no podíamos creer lo que sucedía. Pero después de eso nos recuperamos y nos mantenemos firmes y mantendremos nuestras posiciones”, agrega.
Le pregunto por qué está peleando. Se ríe y responde: “Por una Ucrania libre, por mi familia y por ustedes también. Por nuestra independencia y por la paz”.
“Resistan”
Yuri, el comandante, nos lleva de regreso al bloque de apartamentos de la era soviética aún habitados. Rusia dice que vino a Ucrania para desmilitarizar el país, pero aquí vemos lo que eso significa para los civiles. Un bloque de 20 pisos sigue humeando por un ataque ruso, fue hace dos días, según Yuri.
El número oficial de muertes de civiles en Járkiv se situó en 234, incluidos 14 niños, hasta el 16 de marzo. Los últimos días fueron duros, como se nos recordó en un instante. Una ráfaga de cohetes rusos Grad cayó sobre el vecindario, golpeando a solo unos metros de distancia. Los soldados que nos rodeaban se habían puesto a cubierto y estaban ilesos.
En el mismo complejo de viviendas viven los esposos Svitlana y Sasha. Svitlana tiene 72 años y nos da la bienvenida a su casa, diciendo que no hablaron con nadie en semanas. “Nos alegra que hayas venido”, dice.
Su edificio ya fue atacado, las ventanas traseras ya no están y duermen en sofás. Descansan unas dos horas por noche, pues el bombardeo es implacable. “Cuando se detiene, es como la primavera”, dice.
Le pregunto si tiene un mensaje para Vladimir Putin. “No”, responde con firmeza. “Me parece que este hombre ya perdió la cordura y no piensa con claridad. Porque un humano cuerdo no puede hacer algo así: bombardear a ancianos, niños, jardines de infantes, escuelas, hospitales. Él no entendería lo que digo”.
Pero luego, cuando le pregunto por los hombres que no están lejos de su casa y que defienden la ciudad, llora. “Sí, les estoy muy agradecida por proteger su patria. Resistan muchachos. Siempre los apoyaremos. Son tan valientes, tanto los chicos como las chicas”.
Todavía hay cientos de miles de personas viviendo en Járkiv, a pesar de los bombardeos. Si Rusia y Ucrania son hermanos, como profesa el Kremlin, entonces esto es un fratricidio.
Cuando salimos del vecindario, gran parte está encendido. La furia de Rusia con esta ciudad se ve y se escucha. Por la noche, todo Járkiv está cubierto por una nube de humo, el incesante golpeteo de las armas continúa, pero los defensores aún mantienen al enemigo alejado de las puertas de la ciudad.
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