La extrema derecha gana terreno en Europa y amenaza al equilibrio de la UE
Tras el triunfo del islamófobo Geer Wilders en Holanda, los partidos euroescépticos y antiinmigración siguen dando muestras de su avance en todo el continente
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PARIS.- La amplia y sorprendente victoria del islamófobo, euroescéptico y soberanista Geert Wilders en Holanda fue un electroshock para las democracias del continente. Un año después del triunfo de Giorgia Meloni en Italia, un segundo país fundador de la Unión Europea (UE) cede a las sirenas de la ultraderecha que, en su vertiginosa progresión, amenaza el equilibrio geopolítico e ideológico del bloque.
Como el agua que sube sin que nada la detenga, sondeo tras sondeo, elección tras elección, la extrema derecha gana terreno en las democracias europeas y se instala sólida y durablemente en el paisaje político, incluso hasta llegar a dictar los términos del debate y arbitrar los resultados de los comicios.
En vísperas de las elecciones europeas de junio de 2024, el triunfo de Wilders hace temer el crecimiento imparable del tema de la inmigración y de los ataques contra “los funcionarios de Bruselas”, dos poderosos argumentos de los partidos extremistas, que podrían reforzar su presencia en el Parlamento Europeo.
En unas elecciones legislativas que se anunciaban muy reñidas, el miércoles pasado fue la extrema derecha que obtuvo un triunfo inesperado en Holanda. El Partido de la Libertad (PVV) de Wilders obtuvo 37 bancas sobre las 150 del Parlamento. Duplicando la cantidad de sus representantes en el hemiciclo, el PVV se transformó en la primera fuerza política del país.
En más de la mitad de los países europeos, los partidos de extrema derecha ya representan la segunda fuerza política, lo que los coloca a las puertas del poder. En Francia, la Reunión Nacional (RN) de Marine Le Pen llega incluso primera en los sondeos para las elecciones europeas previstas para junio de 2024. La ultraderecha integra coaliciones de gobierno en Suecia, Finlandia, Letonia, y acaba de incorporarse el gobierno de Eslovaquia. Desde hace un año, un partido post-fascista dirige los destinos de Italia, mientras que Alternativa para Alemania (AfD) ya representa la segunda fuerza política del país.
Considerado el elemento determinante del voto por la ultraderecha, la cuestión inmigratoria se ha convertido en un rompecabezas para los gobiernos continentales y en un instrumento de presión para los enemigos del bloque. El avance de la derecha radical ya incita a todos los responsables europeos a endurecer sus políticas migratorias: Suecia se prepara para incluir en la ley la exigencia de que los migrantes tengan “un modo honesto de vida”, bajo pena de expulsión. Esta noción incluye el fraude a las prestaciones sociales, el endeudamiento, la toxicomanía o la pertenencia a grupos extremistas.
Después de haber abierto sus puertas, sobre todo durante la crisis migratoria de 2015, Alemania también imprimió a comienzos de mes un profundo cambio a su política migratoria. Ahora, el gobierno del canciller Olaf Scholz quiere acelerar las expulsiones y endurecer las condiciones para acceder al agrupamiento familiar. También reducirá la financiación consagrada a la acogida de los migrantes.
El miedo al desclasamiento
Pero la inmigración y la seguridad no son las únicas explicaciones del voto de extrema derecha.
“Las razones del éxito del populismo de derecha son las mismas en Francia que en Alemania, pero también en Italia y en España: el miedo al desclasamiento, a la pérdida de estatus social”, analiza una nota de la Fundación Jean-Jaurès.
“Su crecimiento está alimentado por las crisis migratorias, pero también por la pérdida de poder adquisitivo”, dice a su vez Eddy Vautrin-Dumaine, director de estudios en Kantar Public.
“Esos partidos aprovechan el sentimiento de desclasamiento”, ratifica Jean-Yves Camus, politólogo especialista de la extrema derecha. “En los países emergentes, Europa ha dejado de ser percibida como el centro del mundo, como un continente capaz de afirmar sus valores. En el plano interno, los Estados parecen haber perdido la capacidad de hacer funcionar un modelo de prosperidad garantizada”, agrega.
A su juicio, los partidos ultranacionalistas reclutan entre los perdedores de la globalización.
“No se trata solo de gente cuyo empleo fue suprimido. También están aquellos que encuentran que los cambios de referencias culturales van demasiado rápido y que anticipan que sus vidas se degradarán en poco tiempo. Esto también concierne a la clase media”, agrega Camus.
El fenómeno afecta tanto a las viejas democracias del Oeste como a Europa central. El partido Derecho y Justicia (PiS) que gobernó hasta ahora en Polonia o el Fidesz de Viktor Orban en Hungría utilizan los mismos argumentos de la extrema derecha clásica, aun cuando habría que considerarlos más bien como formaciones nacional-conservadoras. La base electoral del PiS -que acaba de perder la posibilidad de formar gobierno en las últimas elecciones legislativas- se encuentra en las pequeñas ciudades del interior mientras que, en las grandes ciudades, los electores prefieren votar por la derecha liberal y pro-europea.
Nebulosa heterogénea
Los partidos que integran en sus plataformas temas tradicionales de la extrema derecha (seguridad, inmigración, nación) son ya tan numerosos en Europa que forman una nebulosa heterogénea e incluso contradictoria: los italianos de Fratelli di Italia están decididamente a favor de la OTAN, mientras el RN de Marine Le Pen defiende a Moscú. La Confederación Polaca quiere desmantelar todas las políticas sociales, cuando los Demócratas de Suecia pretenden, por el contrario, reforzar el Estado Bienestar, aunque solo en beneficio de los nacionales. Y mientras el Partido de la Libertad (PVV) holandés es vigorosamente antieuropeo, el Movimiento Patriótico Croata pretende una rápida integración al bloque.
El calificativo mismo de partido de “extrema derecha” parece cuestionable.
“Utilizándolo, se sugiere que esos partidos son la continuidad del fascismo de la pre-guerra. Pero esa asimilación ha dejado de ser válida: esos partidos comenzaron una transformación a mediados de la década de 1990, que los convirtió en formaciones populistas-nacionalistas, que hacen campaña con el tema de la seguridad y la anti-inmigración, aunque no todos son necesariamente racistas. Habría pues que hablar de ‘derecha radical’”, precisa Jean-Yves Camus.
Esa derecha radical comprende a partidos anti-sistema, nacional-conservadores, identitarios o libertarios. Todos prometen proteger a sus ciudadanos de amenazas reales o imaginarias. Lo que no les impide dividirse y enfrentarse: en Grecia, tres pequeños partidos de la derecha extrema, que compiten entre ellos, consiguieron entrar al Parlamento en junio pasado.
En el Parlamento Europeo, los representantes de esos partidos se reparten en dos grupos: por un lado, Identidad y Democarcia (ID), donde figuran sobre todo la RN francesa y la Liga italiana, y del otro los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), que incluyen al PiS polaco, Fratelli d’Italia y los españoles de Vox.
Sobre la base de los últimos sondeos, dos politólogos, Gilles Ivaldi y Andreu Torner, calcularon para el sitio The Conversation que los representantes de la derecha radical podrían pasar de 130 a 180 bancas en el futuro el Parlamento (sobre un total de 751) en las elecciones de junio. Esto modificaría profundamente los equilibrios políticos de la Unión Europea, controlada históricamente por el centro-derecha.
“Si el Partido Popular Europeo (PPE) termina codo a codo con los representantes de la derecha extrema, toda la arquitectura de la derecha quedará al borde del colapso. La derecha tradicional podría perder el control de la agenda ideológica. Y como el debate ya se desplazó hacia los temas preferidos por la ultraderecha, ahora ésta quedaría en condiciones de imponer sus propias respuestas”, afirma Camus.
En el plano geopolítico la situación podría ser aún más peligrosa, pues la gran mayoría de esos partidos están contra el posicionamiento geoestratégico europeo. Por ejemplo, están contra de la ayuda a Ucrania y mantienen relaciones privilegiadas con Moscú.
Para Eddy Vautrin-Dumaine, “la posibilidad de un triunfo de Donald Trump en las próximas elecciones norteamericanas permite imaginar una situación explosiva, de consecuencias imprevisibles para los equilibrios democráticos que rigen en Europa desde la Segunda Guerra Mundial”.
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