La estrategia de Arabia Saudita para perpetuar la adicción del mundo al petróleo
El plan del reino para mantener el crudo en el centro de la economía global se aplica en todas las actividades financieras y diplomáticas de Riad alrededor del mundo, así como en los sectores de la investigación, la tecnología, y hasta la educación
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RIAD.- En el medio del desierto hay un deslumbrante centro de investigación futurista con una misión urgente: lograr que la petro-economía de Arabia Saudita sea más verde y sustentable, y hacerlo rápidamente. El objetivo es la construcción inmediata de más paneles solares y extender el uso del auto eléctrico para que en algún momento el país empiece a quemar menos petróleo.
Pero la visión que tiene Arabia Saudita para el resto del mundo es muy diferente. Una de sus principales razones para consumir menos petróleo a nivel interno es liberar barriles para vendérselos a otros países. Es solo una de las facetas de la estrategia a largo plazo de los sauditas para perpetuar la adicción del mundo por el petróleo durante las décadas por venir y seguir siendo su mayor proveedor, a medida que sus competidores abandonan la carrera.
Según dos personas presentes durante la cumbre climática global de las Naciones Unidas en Egipto, allí los representantes saudíes presionaron contra el reclamo de reducir la combustión de petróleo en el mundo, diciendo que la declaración final de la cumbre “no debería mencionar los combustibles fósiles”. Las presiones dieron fruto: tras las objeciones de Arabia Saudita y otros países petroleros, la declaración no incluyó un llamado a las naciones para que renuncien a los combustibles fósiles.
El plan del reino para mantener el petróleo en el centro de la economía global se aplica en todas las actividades financieras y diplomáticas de Arabia Saudita alrededor del mundo, así como en el ámbito de la investigación, la tecnología, y hasta la educación. Es una estrategia contraria al consenso científico de que el mundo debe abandonar rápidamente el uso de combustibles fósiles, incluidos el petróleo y el gas, para evitar peores consecuencias por el calentamiento global.
La incoherencia llega hasta el corazón del reino saudita. Saudi Aramco, la empresa petrolera estatal, ya produce 1 de cada 10 barriles de petróleo del mundo, y prevé un futuro en el que su participación en el mercado será todavía mayor. Sin embargo, en ese reino desértico, la amenaza del cambio climático y el aumento de las temperaturas amenazan la vida como en pocos otros lugares del mundo.
Saudi Aramco se ha convertido en un generoso patrocinador de investigaciones sobre temas energéticos cruciales, y según la base de datos Crossref, que rastrea publicaciones académicas, en los últimos cinco años la empresa estatal ha financiado casi 500 proyectos, incluida una investigación destinada a que los autos de motor de combustión sigan siendo competitivos, y otra investigación destinada a desacreditar los vehículos eléctricos. Aramco ha colaborado con el Departamento de Energía de los Estados Unidos en proyectos de investigación de alto perfil, incluido uno a seis años para desarrollar nafta y motores más eficientes, así como estudios sobre recuperación mejorada de petróleo y otros métodos para impulsar la producción de crudo.
Aramco también opera una red global de centros de investigación, incluido un laboratorio cerca de Detroit, donde está desarrollando un dispositivo móvil de “captura de carbono”, que se acopla a un auto de motor a combustión y atrapa los gases de efecto invernadero antes de que salgan por el tubo de escape. Además, durante la última década Arabia Saudita ha invertido 2500 millones en universidades estadounidenses, convirtiendo al reino en uno de los principales contribuyentes de la educación superior en Estados Unidos.
Desde 2016, los intereses saudíes han gastado cerca de 140 millones de dólares en lobistas y operadores para influir en la política y la opinión pública norteamericanas, una cifra que los convierte en uno de los principales países que hacen lobby dentro de Estados Unidos.
Gran parte de esos esfuerzos apuntaron a reforzar la imagen general del reino, sobre todo después del asesinato del periodista Jamal Khashoggi, en 2018, a manos de agentes saudíes. Pero el esfuerzo saudita también incluye la construcción de alianzas en los estados norteamericanos que conforman el Cinturón Maicero de Estados Unidos, donde se produce etanol, que al igual que el petróleo, también se ve amenazado por los autos eléctricos.
En las conversaciones climáticas globales que se realizan a puertas cerradas, los saudíes han trabajado para obstruir las investigaciones y las intervenciones climáticas, objetando particularmente los llamados a una rápida eliminación de los combustibles fósiles. En marzo, en una reunión de la ONU con científicos del clima, Arabia Saudita, junto con Rusia, presionaron para eliminar de un documento oficial la referencia al “cambio climático inducido por la actividad humana”, cuestionando el hecho científicamente comprobado de que la quema de combustibles fósiles es el principal motor de la actual crisis climática.
“A muchos les gustaría que renunciáramos a la inversión en hidrocarburos. Pero no lo vamos a hacer”, dijo Amin Nasser, director ejecutivo de Saudi Aramco, y agregó que tal movimiento solo causaría estragos en los mercados petroleros. La mayor amenaza, dijo Nasser, “es la falta de inversión en petróleo y gas”.
En un comunicado, el Ministerio de Energía saudita se mostró esperanzado de que los hidrocarburos, como el petróleo, el gas y el carbón, “sigan siendo una parte esencial de la matriz energética mundial durante décadas”, pero al mismo tiempo agregó que el reino había realizado “importantes inversiones en medidas para combatir el cambio climático”. La declaración señala que “lejos de bloquear el avance de las conversaciones sobre el cambio climático, Arabia Saudita desempeña desde hace tiempo un papel importante en las negociaciones”, así como en los grupos del sector gasífero y petrolero que trabajan para reducir la emisión de gases de efecto invernadero.
Arabia Saudita también ha manifestado su apoyo al Acuerdo de París 2015, cuyo objetivo es evitar que la temperatura global aumente 1,5°C por encima de los niveles preindustriales, y que el reino se ha propuesto que para el año 2030, la mitad de la electricidad que consume provenga de fuentes renovables. El reino también planea plantar 10 mil millones de árboles en las próximas décadas, y está construyendo Neom, una ciudad futurista libre de carbono que cuenta con transporte público rápido, granjas verticales y una estación de esquí.
Y los sauditas están cubriendo todas sus apuestas. El gobierno ha invertido en la compañía estadounidense de autos eléctricos en Lucid, y recientemente anunció la creación de Ceer, su propia automotriz de vehículos eléctricos. También tiene inversiones en hidrógeno, una alternativa más limpia que el petróleo y el gas.
Pero la transición verde en casa va muy lenta. En Arabia Saudita, menos del 1% de la electricidad que se consume proviene de energías renovables, y no está claro cómo planea plantar miles de millones de árboles en una de las regiones más secas del mundo.
Mientras tanto, la amenaza climática es cada vez más insoslayable. Según investigaciones del año pasado, al ritmo actual, la supervivencia humana en la región saudita muy pronto será imposible sin acceso constante al aire acondicionado.
Para los investigadores del Centro de Estudios e Investigación del Petróleo Rey Abdullah, un complejo parecido a una estación espacial y alimentado por 20.000 paneles solares que se centra en proyectos solares, eólicos, o tecnologías como la captura de carbono, la compensación más inmediata es evidente.
“Si seguimos consumiendo nuestro propio petróleo, nos quedaremos sin petróleo para exportar”, dice Anvita Arora, directora del equipo de transporte del Centro Rey Abdullah.
Los saudíes y el Cinturón Maicero
A principios de 2020, Rob Port, que presenta el podcast Plain Talk sobre política y actualidad desde Dakota del Norte, recibió una llamada de representantes de la Embajada de Arabia Saudita: “¿Le interesaría entrevistar a un vocero saudita sobre el mercado petrolero?”.
La voz en el teléfono era de Dan Lederman, del grupo LS2, una agencia de lobby del estado de Iowa, que también ha operado para agrupaciones de productores de etanol y fue una de las pocas agencias de lobby que no abandonó a los sauditas tras el asesinato de Khashoggi.
En mayo de ese año, Fahad Nazer, el vocero de la embajada saudí, apareció en el podcast de Port. “Repetían que sus intereses son los mismos que los nuestros”, recuerda Port, en especial, “el interés por un mercado petrolero mundial próspero”.
Esa entrevista fue parte de una gran campaña de la agencia LS2 en estados como las dos Dakotas, Texas, Iowa y Ohio. Según documentos presentados ante el Departamento de Justicia, por un anticipo de más de 125.000 al mes, LS2 apuntó a locutores de radios locales, académicos, organizadores de eventos, funcionarios de la industria del deporte, un exjugador de fútbol y el propietario de un club de esquí y snowboard.
Gran parte de esa campaña versó sobre temas generales, como la historia de las estrechas relaciones con Estados Unidos. Sin embargo, estados como Iowa, principal productor de etanol de Estados Unidos, podrían ser terreno fértil para las dudas que intentan sembrar los saudíes sobre los vehículos eléctricos, dice Jeff M. Angelo, exsenador del estado de Iowa que ahora presenta un programa de entrevistas y que también fue contactado por emisarios de los sauditas.
“Es el mismo discurso que uno escucha en boca de los productores de etanol acá en Iowa: ‘¿No es terrible que Biden nos obligue a comprar autos eléctricos cuando podríamos estar produciendo biocombustibles aquí mismo en Iowa, ganar dinero, apoyar a nuestros agricultores y lograr la independencia energética?’”, señala Angelo.
Una secuela de La La Land
El príncipe Abdulaziz bin Salman, ministro de energía de Arabia Saudita, no lo podía creer. La Agencia Internacional de Energía, creada hace medio siglo para garantizar el suministro energético mundial, acababa de dictar la sentencia de muerte del petróleo: la sentencia decía que para evitar efectos aún peores del cambio climático, el mundo tenía que dejar de aprobar de inmediato la perforación de nuevos campos de petróleo y gas, y eliminar rápidamente los vehículos de combustión interna.
En una conferencia de prensa, Abdulaziz comparó esa idea con una película de Hollywood. “Es una secuela de La La Land”, bromeó ante los periodistas.
Así que Arabia Saudita sigue explorando en busca de petróleo y gas. Extrae el crudo a un precio irrisoriamente bajo, de alrededor de 7,50 dólares por barril, superando a casi todos los principales competidores. En comparación con el fracking en Estados Unidos y la extensa quema de metano que conlleva, por ejemplo, la producción saudita también es más limpia y amigable con el medio ambiente que la de sus rivales.
El año pasado, Arabia Saudita se unió a Estados Unidos, Canadá, Noruega y Qatar en un plan para reducir aún más las emisiones de la perforación de los pozos. El año pasado, Saudi Aramco anunció que para el año 2050 habrá alcanzado la carbono neutralidad, comprometiéndose básicamente a dejar de liberar gases de efecto invernadero producto de la extracción y producción de petróleo. Sin embargo, ese compromiso excluye la principal fuente de emisión de gases del petróleo: la resultante de su combustión.
Arabia Saudita también aplica esa estrategia en las conversaciones climáticas que se dan a nivel global.
En marzo, cuando Arabia Saudita y Rusia presionaron para eliminar la referencia al “cambio climático inducido por la actividad humana” de un pronunciamiento de la ONU, Valérie Masson-Delmotte, científica climática francesa que dirigía la sesión, los retrucó y ganó la pulseada.
“Es inequívoco que la temperatura global ha aumentado por la actividad del hombre”, dijo más tarde Masson-Delmotte. “Por eso me sentí obligada a tomarla palabra para rebatirlos”.
La intervención de los sauditas fue el ejemplo más reciente de lo que otros negociadores describen como el esfuerzo de todo un año para frenar cualquier avance, insistiendo sobre la falta de certeza científica, minimizando las consecuencias, enfatizando los costos de las iniciativas climática, y demorando las negociaciones por cuestiones de procedimientos.
“Tienen una agenda estratégica”, dice Saleemul Huq, director del Centro Internacional para el Cambio Climático y el Desarrollo, en Bangladesh. “Y su agenda es que no quieren que pase nada.”
Por Hiroko Tabuchi
Traducción de Jaime Arrambide
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