La erupción del Krakatoa, el drama que vivió la región hace 122 años
Provocó olas de hasta 40 metros; murieron 40.000 personas
"AMSTERDAM, Agosto 30.- Despachos de Batavia traen noticias de una violenta erupción volcánica que ha causado enormes estragos materiales en diferentes puntos de la isla de Java. Krakatoa ha desaparecido casi por completo ocasionando numerosísimas víctimas."
La transcripción de este telegrama publicado en LA NACION el 1° de septiembre de 1883 daba cuenta de las primeras noticias sobre una de las peores catástrofes sufridas por la humanidad. Casualmente, también esta información provenía de Indonesia, como ahora.
Seguramente, si los científicos de 1883 hubieran medido los efectos de esta tragedia con la rapidez con que se midieron los del desastre de la última Navidad y las vías de comunicación con un lugar tan remoto hubieran funcionado con la fluidez del siglo XXI, también entonces se habría producido la sensación de apocalipsis planetario que invade hoy a la humanidad.
Hace unos meses fue la seguidilla de huracanes violentos en el Atlántico Norte. Ahora el tsunami: "Parece que cambió el eje de rotación de la Tierra" o "dicen que la isla de Sumatra se corrió 30 metros" son frases siempre presentes en cualquier charla sobre los sucesos recientes. Y el tono inquietante con que se pronuncian demuestra cuán limitada es la visión del ser humano porque, inconscientemente, mide con la vara de la catástrofe humana los procesos de escala planetaria.
Pero volvamos a 1883. El volcán Krakatoa estaba dormido desde hacía dos siglos hasta que en mayo de ese año un terremoto lo despertó. Tres meses más tarde, entre el 27 y el 28 de agosto se desató el formidable drama, a unos pocos kilómetros al sudeste del epicentro sísmico que provocó la catástrofe de la última Navidad.
Como hace unos días, tras el estallido y el posterior colapso de la isla de Krakatoa -que no era otra cosa que la cima del propio volcán submarino que asomaba sobre la superficie- se produjo un tsunami, que en algunos puntos alcanzó los 40 metros de altura y arrasó las costas de Java y Sumatra. Fueron barridos 295 pueblos y casi 40.000 almas perecieron, devoradas por la ira del Indico, en aquel mundo muchísimo menos poblado que el actual.
Tres días de oscuridad
Pero eso no fue todo: la última de las cuatro explosiones del volcán fue tan violenta, que pudo oírse como un "cañonazo" a 5000 kilómetros de distancia y su onda expansiva rompió vidrios y agrietó muros a 200 kilómetros.
Durante los tres días siguientes, toda la región quedó sumida en la más completa oscuridad por la nube compacta de ceniza volcánica. Esas cenizas, que alcanzaron la alta atmósfera, durante los años siguientes filtraron los rayos del sol de tal forma que la temperatura del planeta disminuyó en promedio 1,2° centígrados y el régimen de lluvias no recuperó su normalidad hasta 1888.
Para la humanidad, los sucesos de Krakatoa -que incluso inspiraron una película filmada en 1969- fueron una catástrofe. Para la Tierra, ni siquiera un rasguño...
Sucede que la Tierra es un cuerpo vivo. Nuestro mundo tiene actividad volcánica y su corteza se modifica constantemente. Esas modificaciones geológicas -a la larga, dramáticas- son tremendamente lentas para nuestra escala humana. Los continentes, por ejemplo, se desplazan por el globo miles de kilómetros a la velocidad en que crecen las uñas. Pero mover un continente implica un sinfín de erupciones volcánicas y terremotos, muchas veces con tsunamis incluidos.
Buena parte de esos episodios, por separado -como el de la última Navidad-, bastarían para cambiar la historia de la humanidad. Pero en la historia de la Tierra se cuentan en un solo capítulo: la separación de América del Sur y Africa; la aparición de la Cordillera de los Andes; el choque de la India contra Asia, que en consecuencia provoca la elevación del Himalaya, son sólo ejemplos.
Una vez más, el temor ante comentarios truculentos sobre los cambios en el eje de rotación de la Tierra o el desmentido "viaje" de 30 metros de la isla de Sumatra -no hay confirmaciones de ninguna de estas cosas- es el producto de medir un suceso planetario con la vara de la catástrofe humana; es decir, con un solo ojo. Seguramente, porque el influjo de esa catástrofe tan espantosa en el nivel humano nos hace creer que también para el planeta los sucesos han sido dramáticos.
Pero así como para nosotros, entre Krakatoa y el desastre actual, pasaron diez generaciones, para la Tierra no fue más que un instante.
Aquellas dos catástrofes naturales que marcan hitos indelebles y terribles para la humanidad son tan sólo dos anécdotas entre millones en la larga historia del planeta.