La errática política exterior de López Obrador, con un giro injerencista acentuado en Perú
El presidente suele esgrimir el principio de no intervención al evitar condenar violaciones de derechos humanos en Cuba, Nicaragua y Venezuela, pero ha tenido un papel activo en Bolivia y, ahora, en la crisis peruana
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WASHINGTON.– A mediados de 2021, Andrés Manuel López Obrador lanzó una acusación desde el atril de su habitual “mañanera”, la conferencia de prensa diaria que brinda desde el Palacio Nacional. Estados Unidos, dijo, estaba “promoviendo a los golpistas” al financiar a una organización civil, Mexicanos contra la Corrupción, dedicada a las investigaciones contra la corrupción y la impunidad. “Es un acto de invervencionismo que viola nuestra soberanía”, se quejó López Obrador. Su gobierno presentó luego una queja diplomática formal ante la Casa Blanca.
Además de cargar contra esa supuesta intromisión en México, López Obrador –AMLO, como se lo conoce– recurrió varias veces al principio de “no injerencia” a la hora de justificar su rechazo a condenar o actuar ante violaciones de derechos humanos en Venezuela, Cuba o Nicaragua, o condenar la invasión de Rusia a Ucrania. Pero no dudó en meterse de lleno en las crisis políticas de Bolivia o de Perú, donde exigió la restitución del expresidente Pedro Castillo, desplazado por el Congreso, una inconsistencia en su política exterior atada a sus creencias ideológicas.
Los expertos ven en los movimientos de López Obrador un uso intermitente, contradictorio, y según lo que le convenga en el momento de la llamada doctrina Estrada, un vector de la diplomacia mexicana por el cual el país evita inmiscuirse en algunos asuntos domésticos de otros países, en particular el reconocimiento o no de la legitimidad de los gobiernos extranjeros, que recibió su nombre del antiguo canciller Genaro Estrada Félix.
“Los principios de política exterior son una guía histórica de la política exterior. El problema con AMLO es que ni los entiende, ni entiende cómo el mundo ha cambiado y además por encima de todo los usa a contentillo, como luces intermientes, ahora sí, ahora no”, describe Arturo Sarukhán, embajador de México en Washington durante la presidencia de Felipe Calderón.
“Los invoca cuando le conviene, cuando hay un tema ideológico que se alinea con su visión del mundo y de la región, y cuando no le conviene denuncia que Estados Unidos interviene con fondeó a organizaciones civiles”, completa.
Las intervenciones de López Obrador en la región han sido siempre a favor de políticos de izquierda, salvo en el caso de Donald Trump, cuando el mandatario mexicano votó, recientemente, a favor de que le permitieran regresar a Twitter en aras de la libertad de expresión en una insólita encuesta de Elon Musk en la red social.
En 2019, López Obrador le ofreció asilo a Evo Morales, al igual que ahora lo hizo con Castillo, que fue detenido cuando se dirigía a la embajada mexicana. También respaldó –al igual que otros líderes regionales– a la vicepresidenta Cristina Kirchner tras su condena condicional en la llamada causa Vialidad.
Acusación
En la última crisis política de Perú, López Obrador se sumó a un comunicado que firmaron los presidentes Alberto Fernández, Gustavo Petro (Colombia) y Luis Arce (Bolivia), en el que respaldaron a Castillo y pidieron “respetar los derechos humanos” del depuesto mandatario y “la voluntad popular”. Otra vez, AMLO dejó de lado sus propios vectores y reconoció a Castillo como presidente de Perú, pese a que fue destituido por el Congreso por intentar un autogolpe de Estado. El nuevo gobierno de Dina Boluarte, a quien López Obrador desconoció como mandataria, acusó a los presidentes de los cuatro países de entrometerse en “los asuntos internos” de Perú.
“Se tiene que respetar la voluntad del pueblo. No es posible que los de arriba, la cúpula, no escuchen el mandato popular. Entonces, ¿para qué es la democracia?”, justificó luego AMLO.
Duncan Wood, asesor senior del Instituto de México del Centro Woodrow Wilson, dijo que las reiteradas violaciones del gobierno de López Obrador del principio de no intervención en la región han tenido un claro sesgo ideológico.
“Está claro que, a diferencia de sus héroes posrevolucionarios, AMLO no cree verdaderamente en el principio de no intervención. Una y otra vez ha violado ese principio y ha buscado entrometerse en los asuntos internos de otras naciones”, indicó Wood. “Esto se debe a que tiene una autodisciplina limitada como político y porque no puede refrenar sus creencias ideológicas y su deseo de obtener elogios de los izquierdistas de toda la región”.
Sarukhán, quien fue muy crítico con las posturas del gobierno mexicano al tildarlas de “brutales contradicciones”, “inconsistencias” e “incongruencias”, coincidió con esa visión. “Es un tema profundamente ideológico”, señaló. “Su base de voto duro también abreva de estas mismas visiones de la política exterior y la solidaridad con los gobiernos que son afines ideológicamente. Al final del día, es fundamentalmente ideológico”, remarcó.
Para el antiguo embajador mexicano en Washington el zigzagueo de López Obrador tiene dos consecuencias. En primer lugar, existe un impacto directo en una lectura que se hace en Washington de que México ya no constituye un “socio maduro”, responsable en política internacional que puede llegar a jugar un papel en la relación con Estados Unidos en varios temas globales. Pero también complica el armado regional cuando una de las dos grandes diplomacias –la otra es la de Brasil– cava grietas y abre conflictos. Sarukhán recordó, por ejemplo, la pelea de AMLO con Luiz Inacio Lula da Silva, Alberto Fernández y el gobierno de Joe Biden en la reciente elección del presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que dejó herido el eje entre México y Buenos Aires que cultivó la Casa Rosada.
“En el continente te complica la articulación regional porque crecientemente México está generando frentes de conflicto abiertos”, indicó el diplomático. “Te dice la erosión brutal del capital mexicano en la región”, concluyó.
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