La era de EI desdibuja el límite entre terror y locura
Los atacantes sin vínculos con la jihad obligan a reconsiderar la idea de quién es terrorista y quién no
WASHINGTON.- En diciembre de 2014, un conductor de mediana edad de Dijon, Francia, arrolló a más de una docena de peatones en 30 minutos, entre ocasionales eslóganes islamistas vociferados desde la ventanilla. El fiscal general de Dijon describió el ataque, que dejó un saldo de 13 heridos pero ningún muerto, como obra de un hombre desequilibrado cuyas motivaciones era vagas y "poco coherentes".
Un año y medio más tarde, el jueves pasado, después de que Mohamed Lahouaiej Bouhlel masacrara a decenas de personas al embestir con un camión de 19 toneladas a la multitud que celebraba el Día de la Bastilla en Niza, las autoridades no dudaron en calificarle el hecho de atentado terrorista islámico. El atacante tenía antecedentes penales menores, aunque no vínculos directos con el terrorismo, pero el primer ministro francés no perdió un instante en afirmar que Bouhlel era "un terrorista probablemente vinculado de una y otra manera con el extremismo islámico".
La era de Estado Islámico (EI), en la que las armas del terrorismo parecen cada vez más crudas y azarosas, lleva a reconsiderar la idea comúnmente aceptada de quién es un terrorista y quién no.
Cualquier hecho de violencia gratuita a manos de un atacante perturbado -ya sea en Niza o en Orlando, Florida-, son rápidamente juzgados como obra de terroristas. Esos juicios se producen incluso cuando hay escasa evidencia inmediata de vínculos del atacante con agrupaciones terroristas, y, aunque no se ajusten a la definición clásica de "terrorista", como aquellos que recurren a la violencia para impulsar su agenda política.
"Muchos de esos casos están los bordes de lo que históricamente se consideraba terrorismo", dice Daniel Benjamin, ex coordinador de antiterrorismo del Departamento de Estado norteamericano y profesor del Dartmouth College. "Pero Estado Islámico y el jihadismo se han convertido en una especie de refugio para algunas personas inestables que están al borde y que creen que pueden redimir sus arruinadas vidas inmolándose por una causa."
Benjamin dice que eso también ha llevado a los medios y a los funcionarios públicos a tratar la violencia de atentados como el de Niza de una manera diferente que otros atentados masivos, como los tiroteos en escuelas e iglesias perpetrados por no musulmanes. "Si hay una matanza y alguno de los implicados es musulmán, de inmediato es sinónimo de terrorismo", dice Benjamin.
El espectro del terrorismo se está ampliando, y ahora incluye tres categorías: los atentados dirigidos directamente por la cúpula de EI, los perpetrados por sus filiales en otros países, y los vagamente inspirados por el grupo terrorista. Todos concitan el repudio y la preocupación de la opinión pública, pero los que más preocupan a las autoridades suelen ser los planeados y ejecutados por el propio EI.
El sábado, el canal de noticias de EI, Amaq, describió a Bouhlel como "soldado de Estado Islámico" que respondió al llamado de atacar a las naciones involucradas en la campaña militar en su contra. Pero el boletín de noticias no precisó el grado de vinculación de Bouhlel con la red.
Por un lado, a esta altura existen suficientes razones para que las autoridades presuman de inmediato que EI está implicado en cualquier asesinato en masa, aunque sea indirectamente. La ideología del grupo, esparcida a los cuatro vientos del ciberespacio a través de astutos videos de propaganda, parece haber inspirado la escalada de violencia que sacude el mundo desde hace más de un año: el tiroteo de diciembre en San Bernardino, California; el asesinato en masa de hace un mes en una disco gay de Orlando, Florida; el letal ataque a principios de este mes en un restorán de Bangladesh. A todo eso se suman los atentados directamente ejecutados por agentes activos de EI, como la noche de ataques en París de diciembre pasado y las bombas que explotaron en Bruselas en marzo.
Pero también es cierto que a los gobiernos les conviene vincular a EI ciertos hechos de violencia aparentemente aleatorios y desconectados. Es una forma de ordenar el caos y de asegurarle a una opinión pública sobresaltada que existe una estrategia para terminar con la violencia. En estos días posteriores al atentado de Niza, por ejemplo, los funcionarios franceses se han comprometido a aumentas los recursos que el país destina a la campaña de bombardeos contra EI en Siria e Irak.
"Aunque no organice los ataques, el que inspira ese ánimo terrorista contra el que estamos luchando es Daesh", dijo el ministro de Defensa francés, Jean-Yves Le Drian, refiriéndose a EI por su acrónimo árabe, como se lo conoce en Francia.
Lo mismo hicieron los funcionarios norteamericanos al citar la campaña militar como una medida exitosa para drenar las fuerzas, los recursos y la influencia de EI.
Brett H. McGurk, enviado especial del presidente Barack Obama para el combate contra EI, dijo recientemente ante el Congreso norteamericano que la agrupación había perdido el 47% de sus territorios en Irak y un 20% en Siria, territorios utilizados para extraer petróleo y cobrar impuestos a sus habitantes, así como base de planificación de los atentados contra Occidente. Esta semana se reunirán en Washington los altos representantes de los países que participan de la campaña de bombardeos para evaluar los resultados de la misma.
Pero los expertos en terrorismo advierten que como EI parece tener especial llegada a los desequilibrados mentales, los excluidos y otros marginales de la sociedad, la campaña militar tendrá efectos limitados en la reducción de los hechos de violencia llevados a cabo en nombre del grupo en otras partes del planeta.
William McCants, experto de la Brookings Institution, dice que hay cuadros de "hombres y mujeres que no tienen vinculación directa con EI pero que asesinan en su nombre". Esos criminales profanos e inadaptados sociales son "rebeldes en busca de una causa", dice McCants.
"No tengo idea de cómo tiene que hacer el gobierno para tranquilizar a la ciudadanía", confiesa McCants. "Cada atentado es debatido hasta el cansancio en la televisión y las redes sociales, y eso potencia el miedo a futuros ataques, hace que los ciudadanos teman unos de otros y que el gobierno se sienta obligado a mostrarse duro", dice McCants.
Traducción de Jaime Arrambide
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