La OPS calcula que entre 1997 y 2013 la insuficiencia renal dejó más de 60.000 muertos en Centroamérica, de los cuales el 41% tenía menos de 60 años
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“Cuando empecé a estar enfermo sentía confusión. Me llevaron al hospital y me dijeron que estaba enfermo de los riñones”, recuerda Ariel Pérez Álvarez. El joven guatemalteco tenía apenas 20 años y como muchos otros de su edad en La Gomera, un municipio de Guatemala con altos índices de pobreza, trabajaba cortando caña para los ingenios azucareros de la región.
Es un trabajo muy duro, en el que los jornaleros pasan unas 12 horas bajo el sol abrasador, soportando temperaturas que llegan a superar los 35° C. “Me dijeron que era enfermo renal”, le cuenta a BBC Mundo Pérez, quien tiene hoy 27 años.
Sus riñones dejaron de filtrar los desechos y el exceso de líquido de su cuerpo a una muy temprana edad y lo condenaron a sustituir esa función vital con la diálisis peritoneal.
Para poder someterse a esta terapia contra la insuficiencia renal, los doctores le conectaron un catéter al abdomen, a través del cual se introduce a su cuerpo una solución que absorbe las toxinas y el exceso de líquido y que se extrae después por la misma vía.
“Con la diálisis ya no puedo trabajar, porque es muy pesado para mí. Son cuatro veces al día las que tengo que hacerla para estar bien”, dice Pérez.
Su caso no es único. Miles de personas, sobre todo hombres jóvenes, han recibido su mismo diagnóstico durante décadas en Centroamérica, en lo que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha denominado como epidemia.
Como consecuencia de esta grave insuficiencia renal crónica, los pacientes quedan sin poder trabajar y obligados a depender de sus familias. “A uno le hablan claro, que la enfermedad renal es mortal. Uno no dilata mucho con la diálisis. Ahí sí, hasta que la misericordia de Dios lo permita”, dice Pérez.
Ahora espera que alguien le pueda donar un riñón.
La enfermedad “silenciosa”
En la década de los 90 varios investigadores médicos detectaron una dolencia grave cuyo origen no estaba claro y que afectaba a los trabajadores de actividades pesadas, como la agricultura, en Centroamérica.
La catalogaron como enfermedad renal crónica de causas no determinadas (ERCnt). Y así sigue considerándose hoy, ya que las decenas de estudios realizados desde entonces no han podido determinar su causa específica.
La OPS calcula que entre 1997 y 2013 la insuficiencia renal dejó más de 60.000 muertos en Centroamérica, de los cuales el 41% tenía menos de 60 años.
Las tasas más elevadas de mortalidad por esta afección se registran en El Salvador y Nicaragua, pero también en Belice, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá y algunas regiones del sureste de México.
Y además de no conocerse qué la origina, los médicos destacan un motivo de preocupación añadido: es una enfermedad “silenciosa”. “Las personas se dan cuenta [que la padecen] cuando llegan a una cita hospitalaria por problemas no renales”, le explica a BBC Mundo Abel Gálvez, un doctor que trabaja en una campaña de la organización Médicos Sin Fronteras sobre ERCnt en La Gomera, Guatemala.
“Son pocos los que manifiestan síntomas. La mayoría dice que se siente muy bien”, señala. Así que, cuando se les detecta, suele ser demasiado tarde. “La mayoría de mis amigos se enfermaron. Unos no aguantaron, fallecieron. Otros siguen en su tratamiento con hemodiálisis”, dice Pérez.
Las “bombas” para resistir
Las investigaciones para determinar qué es lo que causa la ERCnt se han centrado en dos aspectos: el uso de agroquímicos en las plantaciones y la gran exigencia física a la que se ven sometidos los jornaleros.
En cuanto a lo primero, estudios publicados por la OPS indican que “no han sido identificados” como causantes los plaguicidas, metales o productos tóxicos, aunque otros apuntan a que hay una “asociación estadísticamente significativa” que explicaría el hecho de que los hombres, quienes trabajan en suelos y cultivos en los que se usan estos productos, sean los más afectados.
Las indagaciones sobre lo segundo se concentran en lo que los investigadores llaman el “estrés por calor”, y que tiene que ver con que, durante la temporada de cosecha, los jornaleros trabajan desde el amanecer hasta el anochecer, sin tomarse el tiempo para hidratarse ni descansar.
“Me dedicaba a trabajar en los ingenios. Trabajaba en el corte de cañade seis de la mañana hasta las seis de la tarde. Todo el día bajo el sol y un calor fuerte, fuerte. No bebía agua, tomaba gaseosas”, explica Pérez.
“Y la comida no llega, nada, hasta el final [del turno]”, añade. Al estudiar lo que pasa en La Gomera, el doctor Gálvez también identificó otro problema: las llamadas “bombas”, unos cocteles que consumen muchos jornaleros para soportar el trabajo.
“Están tomando analgésicos y opioides, como el tramadol, mezclado con una bebida energizante”, explica. “A veces usan cafeína con complejo B para poder resistir su jornada de trabajo. Lo están haciendo hombres y mujeres. Todos los analgésicos que usan para esto, antinflamatorios no esteroides, no son recomendables”, prosigue.
Sin embargo se venden en las tiendas “como si fueran chicles o dulces”.
Otro estudio publicado por la OPS señala que a la “cascada” de factores por las cuales se desencadena la ERCnt se suman las condiciones sociales de la región centroamericana: bajo peso al nacer, malaria, diabetes, hipertensión, obesidad, tabaquismo, consumo excesivo de alcohol y uso de fármacos.
“Hay un total desconocimiento. La mayoría de la gente que trabaja en actividades agrícolas muchas veces no tiene ni la primaria terminada. Al final de cuentas, la ERC es un problema social”, dice Gálvez.
El aislamiento social
“Vivo con mi mamá, ella es la que me mantiene”, cuenta Ariel Pérez. “Es lo más duro, porque mi papá hace mucho tiempo falleció. Ella es la que está a cargo de mí, gasta en la medicina”. Cada 10 días deben surtirse de los medicamentos para su diálisis, que cuestan aproximadamente 500 quetzales (unos US$66 dólares).
“Cuando no me dializo, porque tengo un mandado, me siente todo decaído”, explica. Su madre, de 52 años, es empleada doméstica y “no gana mucho”, lo cual complica más aún la precaria economía familiar.
El doctor Gálvez ha visto esta situación en otros casos. “Cuando al paciente se le da la noticia que tiene ERC, a nivel familiar los discapacita. Se les considera que ya son personas que no van a poder hacer ninguna labor. Se hacen dependientes de la familia”, aunque no debe ser así, señala.
“Y la mayoría de pacientes que están en las fases terminales son de escasos recursos”. La ERCnt se observa principalmente en las regiones del Pacífico de El Salvador, Nicaragua y Guatemala, pero también se ha estudiado en países como Sri Lanka, India, China, Tanzania y Taiwán.
En la mayoría de los casos, rompe la economía familiar. Tanto es así que en Nicaragua, la comunidad de La Isla ahora es llamada “la isla de las viudas” debido al alto número de hombres fallecidos por ERCnt que ha habido desde hace tres décadas.
Pérez dice que le “dan ganas de hacer cualquier cosita” que le permita llevar dinero a su casa, pero la industria de la caña y las empresas bananeras están ahora practicando exámenes para evitar la contratación de trabajadores con problemas renales.
“A veces me pongo a pensar, me siento triste, porque yo quisiera estar trabajando para ayudar a mi mamá o a mi familia”, se lamenta el joven. “Tiene uno que seguir adelante, aunque sea con una diálisis. Eso me ha ayudado a estar luchando diario”.
Un trasplante
Los gobiernos de los países de Centroamérica han puesto en los últimos años en marcha programas y protocolos epidemiológicos para hacer frente la ERCnt. Y en la industria agrícola, algunos ingenios azucareros han comenzado a aplicar turnos menos agotadores, siguiendo una estrategia que denominan agua-sombra-descanso a ciertas horas para evitar el “estrés por calor”.
Para quienes ya tienen sus riñones dañados, sin embargo, esto ha llegado demasiado tarde.
Pérez dice con tristeza que tras cuatro años de diálisis, su doctora le ha planteado someterse a un trasplante de riñón. “Dice que estoy muy joven para ser enfermo renal y con eso podría buscar un trabajito. ¡Cómo quisiera un trasplante para poder trabajar!, porque mi mamá me necesita”.
“(El donante) Tiene que ser un familiar o alguien que tenga un buen corazón, pero es difícil. En mi familia no puede ninguno. He buscado pero no he encontrado”, añade. Seguir condicionado por la diálisis, con un catéter en el vientre, le acorta a la mitad la expectativa de vida.
El tiempo pasa y, como Pérez afirma, “uno no dilata mucho con la diálisis”. “Yo es lo que quisiera, que alguien me ayudara, que me donara un riñón. Hay gente que, no siendo familiar, dona un riñón, gente de buen corazón”, dice el joven.
“Donar un riñón a una persona que lo necesita es como salvarle la vida: le estás regalando años de vida”.
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