La energía nuclear, bajo intenso debate en todo el mundo
Alemania e Italia ya renunciaron a la industria atómica; el sector busca recuperar la confianza
PARIS.- Con los combustibles fósiles en alza, la amenaza de recalentamiento global cada vez más presente y la mayoría de las fuentes renovables caras e insuficientes, ésta debía ser la era de la energía nuclear. Pero después de Fukushima, nada es menos seguro.
"Después de un incidente visible y visceral, la industria nuclear se encuentra en un cruce fundamental de caminos", reconoció recientemente Jim Ellis, presidente del estadounidense Instituto de Operaciones de Energía Nuclear.
Mientras el mundo trata de digerir con dificultad la catástrofe nuclear de Japón, los responsables industriales del sector saben perfectamente que necesitan volver a recuperar la confianza del público. El drama de Fukushima era lo último que necesitaban los fabricantes de reactores. Apenas restablecidos de la catástrofe de Chernobyl, en 1986, todos ellos apostaban a un renacimiento del átomo civil y a la perspectiva de importantes inversiones en nuevos reactores.
Unos 440 reactores nucleares funcionan actualmente en el mundo, según la Asociación de Energía Nuclear. Otros 60 están en construcción y 493 más son proyectos. Una actividad que representa cientos de miles de millones de dólares para las próximas décadas.
Pero Fukushima cambió todo. En Alemania, la industria nuclear parece vivir sus últimas horas. Así lo decidió el gobierno de la canciller Angela Merkel, que anunció la semana pasada el fin de esa fuente de energía para 2022. Primera gran potencia industrial de Occidente en tomar esa decisión, Alemania acaba de ser imitada por Italia, cuyo electorado rechazó masivamente por referendo un retorno al átomo civil (ver Pág. 2).
La energía nuclear provee actualmente 14% de la electricidad mundial. Pero esas cifras cayeron al 12% desde el terremoto japonés.
Las empresas necesitan ahora no sólo convencer a la gente de que los problemas experimentados en Fukushima no se reproducirán, sino también de que los sistemas y procedimientos adoptados conseguirán minimizar el riesgo de otro tipo de crisis que podría producirse en algún sitio del mundo.
Conseguirlo no será nada fácil. El 16 de abril, uno de los centenares de tornados que azotaron al estado de Virginia, en el sudeste de Estados Unidos, golpeó la central nuclear de Surry y se cortó la energía producida por sus dos reactores.
Ese incidente -la pérdida de energía necesaria para mantener en funciones el sistema de enfriamiento del reactor- es el más peligroso de todos los que puede enfrentar una planta atómica. Cinco semanas antes, exactamente lo mismo se había producido en Fukushima.
"Ese es precisamente el tipo de amenaza que la industria nuclear debe ser capaz de controlar si quiere tener algún futuro", advierte Vincent de Rivaz, ejecutivo de Electricidad de France (EDF).
En Surry, los sistemas de reemplazo funcionaron. En Fukushima, el terremoto dañó incluso esos circuitos y el corazón de los reactores, sometido a altísimas temperaturas, comenzó a derretirse. Algunos especialistas afirman que el incidente sirvió para demostrar que la industria nuclear es capaz de hacer frente, con serenidad, a problemas potencialmente graves. Otros consideran que el resultado fue precisamente el contrario.
En el caso de Fukushima, un informe preliminar sobre la catástrofe realizado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) se congratula de la acción desarrollada por el gobierno y la industria nuclear de Japón, pero señala la debilidad de la preparación y la regulación del sector en ese país. De allí a preguntarse qué puede pasar en un país menos organizado hay solo un paso. Y los controles y revisiones lanzados en la mayoría de las plantas nucleares del planeta después de Fukushima están demostrando esas debilidades.
Conscientes, en todo caso, de que habrá un antes y un después de Fukushima, los responsables mundiales del sector están dispuestos a hacer todo lo necesario para recuperar la confianza de la opinión pública.
Parte de esos ejecutivos consideran que la reglamentación actual, mediante la cual el OIEA hace recomendaciones pero son los gobiernos nacionales quienes se ocupan de la seguridad, "admite demasiadas variaciones entre países".
Rusia, que posee una imponente industria nuclear doméstica y ambiciones de exportarla, pretende que los estándares de seguridad del OIEA sean obligatorios. Pero la perspectiva tropieza con la resistencia de muchos miembros, que deberían estudiar las atribuciones del organismo este mes en Viena.
"Con una regulación mundial lo único que se obtiene es el peor y el mínimo de los sistemas", dice Seth Grae, ejecutivo de Lightbridge, una compañía nuclear estadounidense.
Muchos creen que es imprescindible establecer un exigente método de autorregulación del sector. Para otros el futuro reside en obtener una sólida asociación industrial internacional.
Tal vez la buena respuesta sea la combinación de ambas cosas: "La industria nunca trabaja mejor que cuando logra una regulación creíble y una robusta asociación industrial", afirma Tony Mitchell, presidente de la empresa de energía nuclear de Ontario, en Canadá.
"La experiencia demuestra que cada vez que una u otra fallan -concluye- se producen los graves problemas."
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