La empatía de un papa de decisiones imprevistas
Hay un esfuerzo del Papa por modificar cuestiones importantes en la curia, pero a veces queda la impresión de que cierta ambigüedad y medidas contrapuestas
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¿Qué significa que el papa Francisco, que mañana cumple diez años de pontificado, haya renovado el consejo cardenalicio que lo asesora? La idea inicial, en abril de 2013, suscitó sorpresa y admiración porque parecía tenderse hacia un gobierno más colegiado de la Iglesia Católica, históricamente aficionada a esa suerte de monarquía absoluta que la guía (por encima del papa no hay nadie, dicen en Roma, salvo el Espíritu Santo).
Cabe recordar que las orientaciones que brinden los cardenales elegidos están supeditadas a la decisión final del pontífice. En los hechos, después de varios cambios por el deceso o por los problemas que involucraban a algunos de los miembros en su momento, el consejo permanente para afrontar la reforma de la curia romana y actualizar la constitución jerárquica que firmó Juan Pablo II en 1988, parece encontrarse en un cambio de rumbo.
Hubo reformas que pueden considerarse importantes en el ámbito de las denuncias sobre los abusos a menores y en la administración económica del Vaticano. Contrariamente a lo que algunos creen, no es la de Francisco una innovación de principios dogmáticos sino fundamentalmente de criterios pastorales y de ordenamientos prácticos.
Hay un esfuerzo del Papa por modificar cuestiones importantes en la curia, pero a veces queda la impresión de que cierta ambigüedad y medidas contrapuestas, tanto en el gobierno interno como en las relaciones internacionales, dificultan una lectura más clara del sendero emprendido.
Es de señalar que la incorporación de laicos y de mujeres en cargos importantes del gobierno central de la Iglesia, si bien no cambia el estatus ministerial, marca un cambio de paradigmas, emprendido quizá demasiado tarde.
Una sociedad que cambia
En el fondo, tanto Benedicto como Francisco comprendieron que la sociedad había cambiado mucho y que la Iglesia ya no ocupa el lugar de hace años.
Ciertamente, la misma personalidad de Jorge Mario Bergoglio puede confundir: es un hombre de imprevistas decisiones propias, a veces poco analizadas, acaso más movido por intuiciones e impresiones personales que por lo que podría llamarse la gestión vaticana.
¿Serán sus juicios apresurados o lo gana la desconfianza frente a los estilos palaciegos o burocráticos de la corte papal?
Nadie puede cuestionar su empatía con un amplio público, sobre todo en países como Italia, que todavía se conmueven con sus gestos y sorpresas. Conozco al óptico de vía del Babuino, donde un día fue el Papa a cambiar sus anteojos y dejó muy impresionado al profesional (siempre lo llama por teléfono a su casa para el cumpleaños) y encantados a turistas y vecinos de la magnífica Plaza del Popolo que contemplaban tan inusual escena. En esos gestos Bergoglio, el cardenal que caminaba Buenos Aires y viajaba en medios públicos, demuestra una peculiar sensibilidad con la gente común. Otra historia es con la jerarquía.
Quizá pueda decirse que los dos frentes internos más complicados para Francisco sean tanto los acérrimos conservadores católicos (en los Estados Unidos tiene su peso) como los que se consideran progresistas (ver el caso de Alemania). Más allá de lo impropio y trasnochado de estos términos, en un extremo y otro hay dificultades para el Papa.
Un caso aparte
El contexto argentino es un caso aparte. Aquí muchos tienden a interpretarlo todo en clave política, y ello suscita múltiples susceptibilidades. En febrero tuve ocasión de reunirme con algunos jesuitas en Roma y no dejaron de llamarme la atención los debates entre ellos.
Algunos lo apoyan abiertamente, otros son más recelosos. ¿Es el papa peronista?, se preguntaban. De todas maneras, concordaban que el tema les era indiferente en general, por diversos motivos. Consideran nuestras visiones muy provincianas. Ellos tienden a realizar otras lecturas. ¿Falla en la política internacional la Santa Sede? El asunto se sabrá con mayor precisión dentro de unos años, porque los secretos vaticanos acostumbran a dejar pasar los años sin impacientarse.
El reconocido vaticanista Marco Politi, desde la visión de un agnóstico, no deja de simpatizar con Bergoglio por su profunda sensibilidad social y su poco apego a las formas. Para él, muchos cambios no son reversibles. La Iglesia deberá emprender siempre nuevos caminos y mostrarse proclive a entender a las nuevas generaciones y sensibilidades.
El autor es director de la revista Criterio
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