La embestida talibana llega después de años de errores de cálculo de Estados Unidos
El tópico recurrente que caracterizó estos 20 años de guerra en Afganistán fue la sobreestimación constante de los efectos de los 83.000 millones de dólares que Estados Unidos gastó desde 2001 para entrenar y equipar a las fuerzas afganas, y la subestimación permanente de la brutal y artera estrategia del movimiento talibán
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Washington - Los máximos consejeros del presidente Biden admiten su consternación por la acelerada descomposición de las fuerzas armadas afganas frente a una ofensiva implacable y muy bien planificada de los talibanes, que culminó con la caída de Kabul, la capital del país.
El tópico recurrente que caracterizó estos 20 años de guerra en Afganistán fue la sobreestimación constante de los efectos de los 83.000 millones de dólares que Estados Unidos gastó desde 2001 para entrenar y equipar a las fuerzas afganas, y la subestimación permanente de la brutal y artera estrategia del movimiento talibán. Ya antes de la asunción de Biden, el Pentágono hizo sombrías advertencias sobre la posibilidad de que los talibanes aplastaran al ejército afgano, pero las estimaciones de la inteligencia militar norteamericana se quedaron cortas y pifiaron garrafalmente el plazo: calculaban que el colapso podía ocurrir en 18 meses, no semanas.
Los altos mandos norteamericanos sabían que los males de las fuerzas afganas nunca habían sido subsanados: corrupción encarnizada, meses de demora en el pago de los sueldos de soldados y policías por parte del gobierno, deserciones, tropas enviadas al frente sin suficiente comida ni agua, ni hablar de los pertrechos. En los últimos días, las fuerzas afganas vienen perdiendo sostenidamente la batalla por defender un territorio que se achica cada vez más: ayer, le entregaron a los talibanes la ciudad de Mazari Sharif, motor económico del país.
Los colaboradores de Biden dicen que la persistencia de esos problemas refuerza su convicción de que Estados Unidos no puede apuntalar al gobierno y a los militares afganos a perpetuidad. En las reuniones de gabinete que se llevaron a cabo hace unos meses en la Oficina Oval, Biden dijo que permanecer un año más en Afganistán, o incluso cinco, no cambiaría nada, y que no valía la pena.
Finalmente, la falta de confianza en sí mismas de las fuerzas armadas afganas y el descreimiento de Biden y de la mayoría de los norteamericanos en los esfuerzos de su país para alterar el curso de los acontecimientos se combinaron para llevar la guerra más larga que haya librado Estados Unidos a este innoble desenlace. Estados Unidos mantuvo fuerzas en Afganistán mucho más tiempo que Gran Bretaña en el siglo XIX, y el doble que los soviéticos, y básicamente con los mismos resultados.
Para Biden -el último de los cuatro presidentes norteamericanos que debieron tomar penosas decisiones sobre Afganistán-, el debate sobre el retiro final de las tropas y los errores de cálculo sobre cómo llevarlo a cabo empezó el mismo día que asumió.
“Con Trump, siempre estábamos a un tuit de distancia de un retiro total y a las apuradas”, dice Douglas E. Lute, exgeneral que dirigió la estrategia hacía Afganistán desde el Consejo de Seguridad Nacional durante las presidencias de George W. Bush y Barack Obama. “Con Biden, a todos los que lo conocemos y lo vimos presionando hace más de una década para reducir drásticamente nuestra presencia en Afganistán, nos quedó claro que estaba decidido a dar por terminada la participación militar norteamericana”, dice Lute. “Pero el Pentágono seguía creyendo su propio relato de que se quedarían para siempre. Lo desconcertante es la ausencia de un plan de contingencia: si todos sabían que estábamos de salida, ¿por qué no hay un plan en marcha desde hace dos años para hacerlo bien?”
Desde el 7 de noviembre, cuando se confirmó que Biden sería el próximo comandante en jefe de los 1,4 millones de tropas norteamericanas en servicio activo, los oficiales del Pentágono supieron que esta vez les costaría mucho frenar el retiro de Afganistán. De hecho, desde el Departamento de Defensa ya venían esquivando el reclamo de Trump de una rápida salida de las tropas. En un tuit del año pasado, Trump declaró que todos los soldados norteamericanos debían estar fuera de Afganistán para Navidad.
Y aunque habían expresado públicamente su apoyo al acuerdo de Trump con los talibanes en febrero de 2020 para una retirada completa en mayo, los funcionarios del Pentágono igual querían convencer a Biden de que no lo hiciera.
Después de que Biden asumió el cargo, altos mandos del Departamento de Defensa empezaron a hacer lobby para mantener una pequeña fuerza antiterrorista en Afganistán durante algunos años más. Le dijeron al presidente que durante el gobierno de Trump los talibanes se habían vuelto más fuertes que en ningún otro momento de las últimas dos décadas, citando cálculos de inteligencia que predicen que en dos o tres años, Al Qaeda podría encontrar un nuevo punto de apoyo en Afganistán.
El sábado, cuando la última ciudad importante en el norte de Afganistán cayó ante los talibanes, Biden aceleró el despliegue de 1.000 soldados adicionales en el país para garantizar la segura evacuación de los ciudadanos estadounidenses y de los afganos que trabajaban para el gobierno de Estados Unidos.
Biden emitió una extensa declaración en la que culpó a Trump de al menos parte del desastre en curso. “Heredé un acuerdo cerrado por mi predecesor”, se justificó Biden, “que dejó a los talibanes en la posición militar más fuerte desde 2001 y les impuso el 1 de mayo como fecha límite a las fuerzas estadounidenses”.
Biden señaló que cuando asumió el cargo, tenía una opción: cumplir con el acuerdo o “aumentar nuestra presencia y enviar más tropas estadounidenses para luchar una vez más en el conflicto civil de otro país”.
“Soy el cuarto presidente al mando de la presencia de tropas estadounidenses en Afganistán: dos republicanos, dos demócratas”, dijo Biden. “No pienso pasarle esta guerra a un quinto presidente”.
Por David E. Sanger y Helene Cooper (Traducción de Jaime Arrambide)
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