La economía mundial está en peligro por una fuerza que se esconde a plena vista
A más de dos años del inicio de la peor pandemia en un siglo, los coletazos que provocó aún golpean a muchos países; temor a una estanflación global
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NUEVA YORK.– La semana pasada, Estados Unidos pudo sentir la magnitud de la superposición de crisis que azotan la economía global, y crece el temor a la recesión, la pérdida de empleos, la falta de alimentos y el derrumbe del mercado de capitales.
La raíz de tanto sufrimiento es una fuerza tan primitiva y evidente que ya casi ni merece atención: la pandemia. Pero esa fuerza está muy lejos de apagarse y pone a los planificadores de políticas públicas frente a una grave incertidumbre. Las herramientas con las que cuentan fueron pensadas para crisis comunes, no para esta rara mezcla de achicamiento de la economía con inflación galopante.
La grandes economías, como Estados Unidos y Francia, difundieron sus últimos datos de inflación: fue el peor junio en tres décadas, con aumentos astronómicos en una amplia gama de productos.
Son cifras ominosas que probablemente empujen a los bancos centrales a aplicar subas más drásticas a sus tasas de interés para intentar frenar los precios, un curso de acción que casi con certeza traerá desempleo, golpeará a los mercados financieros y complicará a los países pobres que atraviesan una crisis de su deuda.
Anteayer, China informó que su economía –la segunda más grande del planeta– creció apenas un 0,4% entre abril y junio en comparación con igual período del año pasado. Ese rendimiento anémico para los estándares de la última década también ensombrece el horizonte para decenas de países con fuertes intercambios comerciales con China, entre ellos Estados Unidos. También confirma que la economía global ha perdido su pulmotor.
El fantasma de la desaceleración del crecimiento económico combinada con aumentos de precios ha reflotado el uso de una palabra muy temida que era moneda corriente en la década del 1970, la última vez que el mundo atravesó una situación similar: la estanflación.
El comienzo del problema
La mayoría de los problemas que acechan la economía global son consecuencia de la reacción ante el Covid-19 y la conmoción económica que trajo aparejada, aunque han empeorado por una perturbación posterior: el desastroso ataque de Rusia contra Ucrania, que dinamitó la provisión de alimentos, fertilizantes y energía.
“La pandemia no solo generó disrupciones en la producción y el transporte de bienes, fuente original del actual proceso inflacionario, sino también en cómo y dónde trabajamos, cómo y dónde educamos a nuestros hijos, y en los patrones de migración global”, dijo Julia Coronado, economista de la Universidad de Texas en Austin, durante un debate convocado por la Brookings Institution en Washington. “Casi todos los aspectos de nuestras vidas sufrieron disrupciones por la pandemia, y a eso luego hubo que sumarle una guerra en Ucrania”.
Fue la pandemia la que movió a los gobiernos a imponer restricciones para limitar su propagación, complicando el trabajo de las fábricas desde China hasta Alemania y México. Y cuando las personas confinadas en sus casas empezaron a comprar online una cantidad récord de bienes –máquinas de ejercicio físico, electrodomésticos y productos electrónicos– que superó la capacidad de fabricación y envío, se produjo la gran interrupción de la cadena de suministro.
La escasez de productos resultante hizo subir los precios. Las empresas de industrias altamente concentradas, desde la producción de carne hasta el transporte marítimo, explotaron su posición dominante para acumular ganancias récord.
Desde Estados Unidos hasta Europa, la pandemia empujó a los gobiernos a liberar miles de millones de dólares de gasto público de emergencia para mitigar el desempleo y la bancarrota. Muchos economistas ahora argumentan que inyectaron mucho dinero, estimulando el poder adquisitivo hasta el punto de fogonear la inflación. Los críticos también dicen que la Reserva Federal norteamericana –el banco central de Estados Unidos– se demoró en subir las tasas de interés.
Ahora los bancos centrales tratan de ponerse al día y avanzan con firmeza, subiendo las tasas a un buen ritmo para intentar aplacar la inflación, aunque al mismo tiempo alimentan el temor a que esas medidas desencadenen una recesión.
Desaceleración
La pandemia también explica la inquietante desaceleración económica de China, que probablemente profundizará la escasez global de productos industriales y al mismo tiempo limitará las exportaciones de muchos países, desde autopartes fabricadas en Tailandia hasta la soja cosechada en Brasil.
Y la ofensiva de Rusia en Ucrania fue el gran amplificador de la crisis. Las sanciones internacionales contra el Kremlin restringieron la comercialización de las enormes reservas de petróleo y gas natural de Rusia, pero el consecuente impacto en la oferta global hizo que se dispare el precio de la energía.
El precio del barril Brent aumentó casi un 33% en los primeros tres meses de guerra, aunque en las últimas semanas hubo un cambio de tendencia, ya que el mercado presupone que un menor crecimiento económico también se traducirá en una menor demanda de energía.
Casi el 30% del gas que necesita la economía de Alemania para funcionar proviene de Rusia. Si pierde acceso al gas ruso, una posibilidad inminente, Alemania entrará casi con certeza en recesión, según los economistas. Es el mismo destino que acecha al continente entero.
“Para Europa, el riesgo de una recesión es concreto”, dijo en su informe de la semana pasada la consultora Oxford Economics, una firma de investigación de Gran Bretaña.
El Banco Central Europeo se reunirá el jueves en medio de la aprensión de los mercados, y la perspectiva de una recesión económica que complica aún más las dolorosas decisiones que tiene que tomar.
Aumento de tasas
Por lo general, cuando una economía se encamina a la recesión, lo que hace un banco central es reducir las tasas de interés, para que el crédito sea más barato y así estimular el endeudamiento, el gasto y el empleo. Pero Europa se enfrenta no solo a una ralentización del crecimiento, sino también a una inflación galopante, un diagnóstico que por lo general pide un aumento de las tasas para frenar el gasto.
Subir las tasas apuntalaría el euro, que en lo que va del año se devaluó más de un 10% frente al dólar, pero también elevaría el costo de las importaciones en los 19 países de la eurozona, sumando inflación.
El peligro más grave, sin embargo, lo enfrentan los países pobres y de ingresos medios, especialmente los que sufren por el peso de su deuda, como Pakistán, Ghana y El Salvador.
Cuando los bancos centrales de los países ricos suben las tasas para frenar el gasto, también están invitando a los inversores a abandonar los países emergentes, donde los riesgos son mayores, y a refugiarse en activos sólidos, como los bonos del gobierno de Estados Unidos y Alemania, que ahora pagan tasas de interés más altas que antes.
De Sudáfrica a Indonesia y Tailandia, el éxodo de capitales depreció el valor de las monedas débiles y obligó a hogares y empresas a pagar más por importaciones claves, como alimentos y combustible.
Tal vez la variable más importante y que determinará la evolución de los hechos es la que está en el origen del problema: la pandemia.
La inminente llegada del invierno en el hemisferio norte podría traer otra ola de contagios, sobre todo por la desigual distribución de las vacunas contra el Covid, que dejó vulnerable a gran parte de la humanidad, con el consecuente riesgo de que surjan nuevas variantes.
Mientras el Covid-19 siga siendo una amenaza, la gente se sentirá menos dispuesta a trabajar de manera presencial y a consumir en lugares cerrados. Muchos desistirán de subirse a un avión, de dormir en habitaciones de hotel o de sentarse entre desconocidos en un teatro.
Desde que el mundo fue golpeado por esta catástrofe de salud pública, hace más de dos años, siempre se dijo que la amenaza definitiva contra la economía era la propia pandemia. Y aunque los planificadores de políticas públicas ahora hacen foco en la inflación, la desnutrición, la recesión y una guerra sin final en ciernes, la afirmación anterior sigue vigente y es más cierta que nunca.
“Seguimos pagando los costos de la pandemia”, dijo Kjersti Haugland, economista en jefe de DNB Markets, un banco de inversiones de Noruega. “No podemos darnos el lujo de mirar para otro lado y negarlo.”
Por Peter Goodman
Traducción de Jaime Arrambide
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