La diplomacia secreta, el arma predilecta de la Casa Blanca
WASHINGTON.- Un colaborador abandonó a Hillary Clinton en medio de su visita a París para volar al Golfo Pérsico. Otros dos se escabullían periódicamente de la Casa Blanca para subirse a un avión de línea a Ottawa, Ontario o Toronto. Un asesor desaparecía de los alrededores de la Oficina Oval durante semanas y en plena campaña de medio mandato, para escaparse a Pekín.
Tres logros diplomáticos de primer nivel del presidente Barack Obama -la reanudación de relaciones con Cuba, el acuerdo nuclear provisional con Irán y el acuerdo con China sobre cambio climático- que fueron resultado de negociaciones secretas. Ningún presidente, desde el viaje de Henry Kissinger a China en 1971, había abrazado con tanto entusiasmo la diplomacia secreta.
Lo que tienen en común las negociaciones con Cuba, Irán y China, además de su secretismo, es lo reducido de los equipos negociadores, la estricta disciplina y el férreo control desde la Casa Blanca. También dan testimonio del deseo de Obama de confiarles proyectos históricos a sus colaboradores cercanos, algunos de los cuales son jóvenes y con poca experiencia diplomática.
En el caso de Cuba, la delegación norteamericana consistía apenas de dos enviados, uno de los cuales, Benjamin Rhodes, es un redactor de discursos de 37 años que trabaja para Obama desde la campaña de 2008 y que se ha convertido en una influyente voz dentro del gobierno. Las negociaciones con Irán y China también fueron conducidas por colaboradores de estrecha confianza.
Un alto funcionario dijo que usar negociadores que no sean diplomáticos ayuda a mantener el secreto, porque su presencia genera menos sospechas y conjeturas entre los colegas o la prensa. Los tres países con los que estaban negociando también pudieron mantener el secreto.
"Las negociaciones son como los hongos: crecen en la oscuridad", dijo Martin S. Indyk, director de política exterior de la Brookings Institution. "Y eso es doblemente cierto cuando se trata de negociaciones entre adversarios de larga data, donde la política interna de ambos países hace imposible llegar a un acuerdo si se desarrollan abiertamente."
Para encubrir las charlas con Cuba, el gobierno norteamericano recuperó la exitosa experiencia de las charlas "por atrás" con Irán. Estados Unidos había tomado parte en charlas multilaterales con Irán sobre su programa nuclear, pero a fines de 2011, cuando esas charlas se congelaron, la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, autorizó a uno de sus colaboradores, Jake Sullivan, de 38 años, a contactarse directamente con los iraníes.
En julio de 2012, Sullivan se reunió con los representantes iraníes en Omán, donde el sultán Qaboos ben Said había asumido el rol de intermediario. Al principio todo fue trabajoso, pero con la elección de Hassan Rohani como presidente, en junio del año pasado, la cosa fue en serio.
A Sullivan se le sumó un subsecretario de Estado más avezado, William Burns, y siguieron reuniéndose secretamente con Irán. Cuando el resto de las potencias llegaron a Ginebra para las decisivas conversaciones con Irán, en noviembre de 2013, descubrieron que gran parte del acuerdo ya estaba cocinado.
Cuando estaba en el Departamento de Estado, Rhodes trabajó cerca de Sullivan y lo reclutó para la Casa Blanca. Compartían la convicción de que el deshielo de las relaciones con Cuba era impostergable.
Esta vez, Rhodes se ofreció a liderar el intento. Se le sumó Ricardo Zúñiga, un experto en cuestiones cubanas de 44 años que había trabajado en la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, y fue elegido para ocupar el puesto del Hemisferio Occidental en el Consejo de Seguridad Nacional porque el gobierno de Obama ya planeaba una apertura hacia Cuba.
El acuerdo con China sobre las emisiones de gas invernadero fue menos dramático. Fue pergeñado durante meses por el negociador de asuntos climáticos del Departamento de Estado, Todd Stern, y el asesor de asuntos climáticos de la Casa Blanca, John Podesta, que fue a Pekín una semana antes que Obama para ultimar los detalles.
Pero ese acuerdo también tuvo sus perlitas para el recuerdo. En octubre, el secretario de Estado John Kerry recibió en Boston al más alto funcionario de política exterior de China, Yang Jiechi. Durante su almuerzo en el restorán Legal Sea Foods, Kerry señaló hacia la Bahía de Boston y comentó que había sido limpiada gracias a las regulaciones medioambientales.
Es evidente que la visita dejó impresionado a Yang: un mes después, Obama y el presidente chino, Xi Jinping, compartieron el estrado en el Gran Salón del Pueblo para anunciar que habían llegado a un acuerdo histórico.
Traducción de Jaime Arrambide
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