La despedida final de la reina: el funeral empezó con meticulosidad británica y una novedad inesperada en la familia real
Jorge y Charlotte, dos bisnietos de la reina, participan de la ceremonia; la llegada de monarcas y dignatarios extranjeros
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LONDRES.- Finalmente, después de 10 días y medio de una oleada de dolor colectivo nunca antes vista, comenzó hoy el gran y largo día del adiós definitivo a Isabel II, The Queen. La reina más longeva, más querida y más conocida del mundo. Y la novedad es que participan del funeral de Estado los bisnietos de Isabel II Jorge y Charlotte, de 9 y 7 años, hijos de Guillermo y Kate, príncipes de Gales.
En una despedida a la altura de ese ícono que fue Elizabeth Alexandra Mary -nacida el 21 de abril de 1926 y fallecida a los 96 años el 8 de septiembre pasado-, todo comenzó a la madrugada de una última noche en la que pocos durmieron.
Difícil fue dormir para cientos de miles de fieles que acamparon afuera de la Abadía de Westminster, que se protegían del frío con bolsas de dormir, mantas y carpas tipo iglú. Y para los últimos cientos de miles de súbditos -un total de 500.000 en cuatro días y medio-, que, lentamente, en una fila histórica que se cerró a las 6.30 de la mañana, pasaron por el impactante velatorio de la reina.
En un lunes decretado como gran feriado nacional por la culminación del luto -con casi todo cerrado y el aeropuerto de Heathrow que redujo centenares de vuelos para que los aviones no rompieran el silencio necesario para las ceremonias-, todo resultó impecable.
Hubo una preparación meticulosa, que duró años de estudio y en la que la misma reina participó personalmente. La coreografía fue la de los viejos tiempos gloriosos y esplendorosos que muchos esperan que jamás terminen. La corona, en efecto, es consciente de que los Windsor viven momentos turbulentos y que necesita urgentemente del respaldo de las masas, sobre todo porque ella ya no está y porque comienza una nueva era, con grandes interrogantes sobre el carisma de su sucesor, Carlos III. Y ¿qué mejor que un espectáculo jamás visto, fabuloso, en el que participarán todas las fuerzas militares y en el que hubo un rebrote de patriotismo, orgullo nacional?
En el evento televisado con más espectadores de todos los tiempos -4000 millones de personas-, los cientos de miles de personas abarrotadas detrás de los vallados colocados en el recorrido de la mega procesión que tuvo lugar después del funeral de Estado en el centro de Londres, agitaban banderitas con la Union Jack. Aplaudían y lloraban.
Ya desde las ocho de la mañana, comenzaron a llegar y tomar lugar en los bancos de la Abadía de Wesminster las 2200 personas invitadas al “funeral del siglo”.
Todos los ojos estaban puestos sobre Jorge y Charlotte, los hijos de los príncipes de Gales, él de traje oscuro, ella de negro, que participaban con rostro triste del funeral de su amada bisabuela. Su hermanito menor, Luis, nacido en 2018, estuvo ausente.
Los chicos se unieron al cortejo cuando ingresó al templo, junto a su madre, Kate, el personaje más popular de los Windsor. Entonces también se sumó la controvertida Meghan, el origen remoto de una ruptura dramática de los dos hermanos, que lucía un sombrero negro para la ocasión, como su concuñada. Aunque la muerte de la reina los volvió a juntar, nadie apuesta a una reconciliación.
Magníficos coros de la abadía de Westminster, de la Capilla Real y del Palacio de St. James acompañaron el servicio, que la propia reina Isabel quiso que no fuera largo y aburrido, sino corto, esencial, sobrio.
Aunque al arribar el rey Carlos, sus hermanos y sus dos hijos, aparecieron evidentemente emocionados por una procesión acompañada por el tañido fúnebre de las campanas del Big Ben, al proceder la ceremonia, sus rostros se fueron serenando. E incluso entonaron los bellísimos coros de la función, acompañados por el órgano de la Abadía.
Las mujeres estaban ataviadas de negro, algunas con capelinas y sobrias perlas al cuello, o broches preciosos. Esta vez no podía haber competencia de vestidos entre la reinas de España, Letizia, Máxima de Holanda y Rania de Jordania. Los hombres -entre ellos Joe Biden, Emmanuel Macron, Sergio Mattarella, Jair Bolsonaro, el emperador de Japón Naruhito y el embajador Javier Figueroa, que representó a la Argentina-, iban de riguroso jaquette, saco oscuro y corbata negra. Aunque también se veían algunas túnicas y turbantes de quienes venían desde países árabes, polleras escocesas y vestimentas eclesiásticas, como las del representante del Papa, el arzobispo británico Paul Gallagher, “canciller” del Vaticano o del cardenal Vincent Nichols.
Salvo Biden, a quien excepcionalmente se le permitió llegar a la antigua Abadía con “The beast”, su famoso coche blindado y fue uno de los últimos en arribar, los demás fueron llegando en colectivos especiales. Entre los 500 dignatarios de todo el planeta, en otro gesto que refleja que la corona es consciente que necesita para seguir siendo una institución fuerte, del respaldo del pueblo, también fueron invitados los “héroes” desconocidos: médicos y personal sanitario que lucharon durante la pandemia, voluntarios, veteranos de Afganistán, miembros de organizaciones caritativas como la Orden de Malta, con capas y oropeles. También vestidos de negro, con uniformes militares y medallas y decoraciones.
En el primer funeral de un monarca en la Abadía de Westminster desde el de Jorge II en 1760, todo comenzó con una primera procesión desde el Westminster Hall, hasta Westminster Abbey. La famosa abadía es considerada el mejor ejemplo existente del estilo gótico primitivo inglés y se trata de un templo histórico, donde se dieron las últimas coronaciones y casamientos reales. Allí, el 29 de abril de 2011 se casaron Guillermo y Kate (los padres de Guillermo, Carlos y Diana se habían casado en 1981 en la catedral de St Paul).
A las 10.35 una compañía de granaderos reales levantó el atáud de la reina desde el catafalco en el que estuvo durante más de cinco días y lo colocaron en un antiguo carruaje utilizado en muchos otros funerales, incluyendo el de su padre, Jorge VI, en 1956 y el de Winston Churchill en 1965. Entonces tuvo lugar la primera de tres procesiones de esta larga jornada de despedida final. Una procesión corta, con que tuvo un primer momento de asombroso esplendor ya que estuvo acompañada por 200 músicos en pollera de las brigadas escocesa e irlandesa que tocaban tambores y gaitas, con ritmos fúnebres. Junto a ellos también había una brigada de los famosos gurkas.
Envuelto con el estandarte real, sobre el ataúd nuevamente fueron apoyados la corona imperial, el cetro y el orbe (el globo dorado que simboliza el mundo cristiano) y una corona de flores coloridas provenientes del Palacio de Buckingham, Clarence House y Highriove House, especialmente elegida por el rey Carlos.
Detrás del féretro, iban a pie el nuevo monarca, sus hermanos y sus dos hijos. Una vez más las disidencias internas quedaban a la vista: el hijo menor del rey, Harry y su hermano, Andrés, no vestían uniforme militar, sino un simple jaquette. Algo que recordaba que ya no forman parte de la casa real: uno porque renunció a sus deberes al irse a vivir a California con su esposa Meghan y el otro por un escándalo de abusos relacionado al magnate pedófilo suicida, Jeffrey Epstein.
Cientos de miles de personas miraban el evento desde varias pantallas gigantes colocadas en parques. El servicio, que duró una hora, fue conducido por el decano de la abadía de Westminster y tuvo un sermón del arzobispo de Canterbury, Justin Welby y una lectura que leyó la primera ministra, Liz Truss.
En su sermón, breve y conciso, el arzobispo anglicano, Welby, destacó esa vida dedicada al servicio de Isabel II, cuya “base era su fe en Jesucristo”, según indicó. “Fue una vida de servicio”, insistió y “pocos líderes reciben el aluvión de amor que hemos visto”.
En lugar privilegiado, en segunda fila, estaban los reyes de España, Felipe y Letizia, sentados juntos a los reyes eméritos, Juan Carlos y Sofía. En lo que resultó una breaking news en España, era la primera vez que se los veía a los cuatro juntos desde enero de 2020, en el funeral de la Infanta Pilar, una de las hermanas del exmonarca español. En la fila de adelante, en un lugar aun más privilegiado, estaban los reyes de Holanda, Guillermo y Máxima. Ella, como siempre, perfecta.
En las intenciones, se rezó por el nuevo monarca y por la reina consorte, Camilla, que estaba sentada a su lado y fiel sostén de los últimos días -pese a que tiene roto un dedo del pie, según trascendió-, por la prosperidad del Reino Unido, por las naciones que forman el Commonwealth, y por la reina Isabel y su devoción al Evangelio.
La ceremonia culminó y tuvo el momento más solemne a las 12 en punto. Luego de un toque final de una trompeta y dos minutos de silencio que estremecieron a toda la nación -con gente llorando en parques y en calles-, se entonó el himno nacional, en la nueva versión de “God save the King”. Entonces los ojos de Carlos, de 73 años e impopular hasta antes de la muerte de su madre, se veían húmedos.
Después de que un gaitero real sonó una melodía fúnebre, desgarradora, diez guardias reales volvieron a levantar el pesadísimo féretro para una segunda gran procesión que duró una hora y media. Y que, desde la Abadía de Westminster llevó a la reina hasta Wellington Arch, en la esquina de Hyde Park, pasando por el Palacio de Buckingham. Entonces, otra vez en una coreografía extraordinaria, 4000 militares, guardias reales en uniformes tradicionales marchando, cada minuto era marcado por el tañido de luto del Big Ben y salvas de cañón. Seguían el féretro de la amada monarca -tirado por 142 marinos-junto a brigadas y héroes anónimos de la pandemie, a pie, el rey, sus hermanos, sus hijos y miembros de la familia real. Sus esposas, Camilla, Kate, los chicos y Meghan, iban detrás, en choces negros que avanzaban lentamente.
Llegado a las 13.30 locales -media hora màs tarde de lo agendado- al Arco de Wellington, el féretro de Lillibet fue trasladado a un coche fúnebre negro. Una banda tocó el himno nacional, esta vez, sin letra, cuando la reina comenzó a emprender el viaje final, escoltada por motos y mientras le arrojaban flores, a lo largo de un trayecto que hará en dos horas para que más personas puedan saludar. El destino es el castillo de Windsor, tercera y última etapa de una despedida apoteótica.
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