El mundo choca con sus propios límites para garantizar las vacunas para todos
Una vez propuesto el levantamiento de patentes, los países desarrollados y las empresas farmacéuticas se debaten acerca de cómo proveer de dosis a los países menos favorecidos
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NUEVA YORK.- Al desarrollar vacunas contra el Covid-19, las empresas farmacéuticas, con ayuda de cuantiosas inversiones gubernamentales, le dieron a la humanidad la oportunidad milagrosa de liberarse de la peor pandemia en más de un siglo.
Pero los países más ricos se quedaron con una parte abrumadoramente desproporcionada de ese beneficio. Solo el 0,3% de las dosis de vacunas administradas en todo el mundo han ido a parar a los 29 países más pobres, donde reside cerca del 9% de la población mundial.
Mientras expanden velozmente sus líneas de producción y sellan contratos con sus pares del resto del mundo para producir miles de millones de dosis suplementarias, los fabricantes de vacunas aseguran que la solución de ese problema está al alcance de la mano. Según un funcionario estadounidense que maneja información sobre la producción mundial de vacunas, cada mes se producen entre 400 y 500 millones de dosis de las vacunas de Moderna, Pfizer y Johnson & Johnson.
Pero el mundo está muy lejos de tener vacunas suficientes. Investigadores de la Universidad Duke estiman que para alcanzar la ardua “inmunidad de rebaño” y vacunar al 70% de la población mundial se necesitan cerca de 11.000 millones de dosis. Sin embargo, hasta ahora solo se ha producido una pequeña fracción de esa cifra. Si bien la producción mundial es difícil de calcular, la empresa de análisis de datos Airfinity estima que hasta ahora el total asciende a 1700 millones de dosis.
El problema es que siguen faltando muchas materias primas y equipamiento clave. Y la cantidad de vacunas que se necesitan a nivel mundial también puede resultar ser mucho mayor que la estimada actualmente, dado que el coronavirus es como un blanco móvil. Si surgen nuevas variantes –que requieran dosis de refuerzo y actualizar la fórmula de las vacunas–, la demanda podría dispararse y obligar a los países productores a usar sus dosis para satisfacer las necesidades de su propia población.
La única solución a esa competición de suma cero por las dosis es escalar fabulosamente la provisión mundial de vacunas. En ese sentido, casi todos están de acuerdo. ¿Pero cuál es la manera más rápida de lograrlo? Y ante esa pregunta es que las divisiones siguen siendo insalvables y echan por tierra los esfuerzos colectivos para terminar con la pandemia.
Algunos expertos de salud argumentan que la única manera de evitar la catástrofe es forzar a las gigantes farmacéuticas a revelar sus secretos y sumar a muchos más productores a la fabricación vacunas. En vez del acuerdo vigente –las farmacéuticas fijan sus propios términos y el precio de sus vacunas–, los líderes mundiales podrían obligar o persuadir a la industria a cooperar con otras empresas, para producir dosis suplementarias a tarifas asequibles para los países pobres.
Quienes defienden ese tipo de intervención directa proponen dos abordajes: liberar las patentes, para permitir que los productores copien las vacunas existentes, y exigir que las empresas farmacéuticas transfieran su tecnología, lo que implica que otros fabricantes puedan aprender a replicar sus productos.
El lugar donde debe zanjarse el tema es la Organización Mundial del Comercio (OMC), árbitro de facto en las disputas comerciales internacionales. Pero la institución opera por consenso, y hasta ahora, ese consenso no existe.
Recientemente, la administración Biden se sumó a una lista de más de 100 países que le solicitan a la OMC la liberación parcial de las patentes de vacunas. Pero la Unión Europea (UE) señaló que su intención es oponerse a la liberación y dijo que solo apoyará las transferencias voluntarias de tecnología. De ese modo, tomó básicamente la misma posición que la industria farmacéutica, que logró reglas a su favor con una fuerte campaña de lobby.
Algunos expertos advierten que revocar las reglas de propiedad intelectual podría perjudicar a la industria y desacelerar sus esfuerzos para producir vacunas, algo así como reorganizar un cuartel de bomberos en medio de un incendio descontrolado.
“Necesitamos que redoblen el esfuerzo y cumplan”, dice Simon J. Evenett, experto en comercio y desarrollo económico en la Universidad de San Galo, en Suiza. “La producción aumentó enormemente. No es momento de estorbar con amenazas”. Otros dicen que haber confiado en que la industria farmacéutica suministraría vacunas para el mundo ayudó a crear la grieta actual que divide a los que tienen y a los que no tienen nada.
El mundo no debería poner a los países más pobres “en esa posición de tener que mendigar, o esperar donaciones de pequeñas cantidades de vacunas”, dice Chris Beyrer, enlace científico de la Red de Prevención del Covid-19. “El modelo de la caridad me parece inaceptable”.
En ese ambiente de rebeldía, los líderes de la OMC están ajustando los procedimientos, no como un intento de cambiar formalmente las reglas, sino como una forma de negociación que persuada a los gobiernos nacionales y a la industria farmacéutica global a ponerse de acuerdo en torno a un plan unificado, idealmente en los próximos meses.
Los europeos apuestan a que el temor a la suspensión de las patentes haga que los fabricantes de vacunas finalmente accedan a transferir su tecnología, sobre todo si los países más ricos del mundo aportan algo de dinero para hacer que el intercambio de tecnología se vuelva más atractivo.
Muchos expertos de salud pública dicen que la liberación de patentes no tendrá ningún efecto significativo si los fabricantes de vacunas no comparten también sus métodos de producción. Las liberación de una patente es algo así como publicar una receta compleja; la transferencia de tecnología es como enviar a un chef a la cocina de alguien para enseñarle a cocinar un plato.
“Para fabricar vacunas hay que saber manejar varias cosas al mismo tiempo”, dijo hace poco la directora general de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala. “Sin transferencia de tecnología, la cosa no va a funcionar”. Incluso con la liberación de patentes, las transferencias de tecnología y un amplio acceso a las materias primas, los expertos aseguran que los fabricantes tardarían cerca de seis meses en empezar a producir vacunas.
Los detalles de cualquier plan para aumentar la vacunación mundial podrían ser menos relevantes que reformular los incentivos que condujeron al actual statu quo. No es una casualidad que los países más ricos, sobre todo en Occidente, hayan monopolizado la mayor parte del suministro de vacunas, sino que es resultado de su realidad económica y política.
Las empresas como Pfizer y Moderna registraron miles de millones de dólares de ganancias vendiendo la mayor parte de su producción a los gobiernos ricos de Europa y América del Norte. Los acuerdos dejaron muy pocas dosis disponibles para el programa Covax, el acuerdo multilateral creado para enviar vacunas a países de ingresos bajos y medios a precios accesibles.
Esa realidad podría cambiar si los países más ricos se convencen de que permitir que la pandemia cause estragos en el resto del mundo entraña un peligro a escala global, haciendo surgir nuevas variantes que forzarían al mundo a caer en un ciclo interminable de vacunaciones contra nuevas cepas.
“Se necesitan líderes globales que funcionen de manera unánime y que digan que la vacuna es una forma de seguridad global”, dice Rebecca Weintraub, experta en salud global en la Escuela de Medicina Harvard.
Determinar si el mundo posee suficientes fábricas subutilizadas y aptas para aumentar rápidamente la provisión de vacunas y terminar con las desigualdades es una cuestión que se debate con fervor. El mes pasado, durante una cumbre en torno a la vacuna organizada por la OMC, el órgano escuchó un testimonio según el cual los fabricantes en Pakistán, Bangladesh, Sudáfrica, Indonesia y Senegal tienen capacidad que podría ser utilizada rápidamente para producir vacunas contra el Covid-19.
Una empresa canadiense, Biolyse Pharma, especializada en drogas oncológicas, ya se comprometió a proveer 15 millones de dosis de la vacuna de Johnson & Johnson a Bolivia, si el laboratorio le garantiza el permiso legal y el conocimiento tecnológico.
Pero incluso las grandes empresas, como AstraZeneca y Johnson & Johnson, han sufrido traspiés que redujeron sus metas de producción. Y fabricar la nueva clase de vacunas de ARN mensajero, como las de Pfizer-BioNTech y Moderna, resulta complicado. En muchos casos, incluso cuando las farmacéuticas llegaron a acuerdos con sus socios fabricantes, el ritmo de producción fue decepcionante.
“Fabricar vacunas complejas no es fácil, ni siquiera con los permisos y la transferencia de tecnología”, dice Krishna Udayakumar, director del Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad Duke. “Además, gran parte de la capacidad global para producir vacunas se está utilizando para producir otras vacunas que también salvan vidas”, agregó Udayakumar.
Traducción de Jaime Arrambide
The New York Times
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