La deriva autoritaria de López Obrador se acelera a inquieta a sus críticos
Sus ataques a la prensa y la arremetida del gobierno contra organismos independientes y la Justicia elevaron la preocupación dentro y fuera de México; alertan por un deterioro democrático
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WASHINGTON.- Ante una multitud reunida en el Zócalo de la Ciudad de México, empuñando el bastón de mando de los pueblos originarios, Andrés Manuel López Obrador enumeró al asumir la presidencia los compromisos de su gobierno. Entre esas cien promesas, dijo que habría “un auténtico estado de derecho”, respeto a la constitución, y nada de impunidad, fueros o privilegios. Prometió una “austeridad republicana”, sin amiguismos, nepotismo, influencias o “ninguna de esas lacras de la política”. Y garantizó la libre expresión y la libertad de prensa.
“Estamos por el diálogo, la tolerancia, la diversidad y el respeto de los derechos humanos”, afirmó AMLO, como se lo llama popularmente al mandatario mexicano.
Tres años después, esos compromisos aparecen deshilachados frente a su creciente autoritarismo y sus abusos de poder, que han causado alta preocupación dentro y fuera de México. Sus mentiras y sus ataques a la prensa y a sus críticos se repiten casi a diario en la “mañanera”, su conferencia de prensa desde el Palacio Nacional. Su gobierno socavó la independencia de la Justicia, y López Obrador ha arremetido contra organismos independientes como el Instituto Nacional Electoral, garante de la democracia mexicana. La impunidad y las violaciones de derechos humanos, incluido abusos contra migrantes, persisten.
Y México se ha convertido en el país más peligroso y mortífero del mundo para la prensa. En lo que va del año, ya fueron asesinados cinco periodistas en el país.
Ante esa realidad, el último ataque de López Obrador al periodismo desde su atril marcó un punto de inflexión. Una investigación reveló que su hijo, José Ramón López Beltrán, vivió junto a su esposa por un año en una lujosa mansión –con un cine, y una gran pileta en medio de un gran jardín– en los suburbios de Houston, que pertenecía a un exejecutivo de una empresa contratista de la estatal Petróleos Mexicanos (Pemex). El escándalo detonó un pilar del discurso de AMLO: su prédica a favor de la austeridad y la lucha contra la corrupción.
López Obrador negó cualquier abuso o conflicto de interés y atacó a la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) y el periodista Carlos Loret de Mola, que realizaron la investigación. Los acusó de “traición a la patria”, “mercenarios”, “golpistas”, y de atentar contra el “proyecto de transformación” de su gobierno, lo que él llama la “4T”, la cuarta transformación del país. Y en una movida inédita, López Obrador develó en una mañanera los supuestos ingresos de Loret de Mola –que lo desmintió–, violando garantías constitucionales. Los senadores de Morena, la coalición oficialista, publicaron una carta en la que afirman que López Obrador “simboliza los ideales de la nación, la patria, el pueblo, la independencia, la soberanía”, y quienes se oponen a él “son mercenarios y traidores a la patria”.
“López Obrador está en una deriva autoritaria que se va acelerando”, resume a LA NACION el historiador Enrique Krauze. “El ataque a las libertades es persistente, continuo, diario. A los periodistas, a los críticos, a los intelectuales. Y esto es gravísimo, sobre todo en el caso de los periodistas, porque en México, como dice la vieja canción mexicana, ‘la vida no vale nada’, y la vida de un periodista menos, por lo visto”, completó.
Para Krauze, los ataques de López Obrador representan “un mecanismo de intimidación directo”, y brindan básicamente un “permiso para matar”.
Krauze, al igual que otros críticos del presidente, ve a mitad del mandato de AMLO una confirmación de sus temores. Una profundización del autoritarismo que sigue el manual populista –la prédica de matar al mensajero– ante el escándalo que involucró a su hijo, que reúne todos los vicios políticos que prometió erradicar. Para sus aliados, López Obrador libra una batalla histórica de tintes épicos y revolucionarios contra el establishment y el poder político tradicional, representado por los partidos históricos de México, el PRI, el PAN, y el PRD.
“Esto es una validación de una preocupación persistente desde el arranque del gobierno de López Obrador, de que al final del día lo que había en el horizonte era la reencarnación de una presidencia imperial, vertical, recreando los controles políticos, mediáticos que existieron en el país durante buena parte de los 70 años de gobiernos priistas”, dice a LA NACION Arturo Sarukhán, exembajador de México en Washington durante el gobierno de Felipe Calderón.
“Todo esto confirma los temores que teníamos muchos desde hace tiempo, de que en realidad más allá del estilo y la dirección de las políticas públicas y económicas del presidente, en el fondo el gran peligro es esta creciente erosión de la democracia que muchos mexicanos hemos venido construyendo a lo largo de dos o tres décadas, de manera complicada, difícil, a veces con el proverbial dos pasos para adelante, uno para atrás”, completa Sarukhán.
Esa erosión quedó reflejada en el índice de democracia que elabora la revista The Economist, que este año por primera vez bajó a México a la categoría de “régimen híbrido” desde “democracia defectuosa”. Krauze advierte que “se avecinan años muy difíciles”, y no puede darse el lujo de ser optimista. En 2005, escribió uno de sus ensayos más famosos, “Decálogo del populismo”. Días atrás, publicó en el periódico Reforma una secuela sobre López Obrador: “Decálogo cumplido”.
“Se ha vuelto México un país de manual de texto del populismo, y vamos en el camino de un régimen autoritario”, remarca Krauze.
Sarukhán cree que López Obrador va a redoblar la apuesta en muchas de sus posturas porque le permite alimentar una narrativa de “nosotros contra ellos” para movilizar a su coalición de cara a la elección presidencial de 2024, cuando deberá dejar el poder, y en la que aspira a darle continuidad a su proyecto político.
“No va a dar una vuela en U, y ese es el gran peligro”, señala Sarukhán.
La grieta mexicana
López Obrador sigue siendo una figura muy popular en México. Su aprobación en la mayoría de los sondeos supera el 60%. Algunos creen que se debe a su “mañanera”, o a su política de planes sociales.
Pero Carlos Bravo Regidor, analista político, desacopla ese apoyo de los resultados de su presidencia, alejados de sus promesas, y lo ata más a la grieta y al aura de outsider que López Obrador supo cultivar, pese a ser un político forjado en el PRI.
“López Obrador supo dar voz a un profundo descontento, un profundo sentido de agravio en México contra los partidos políticos tradicionales. Es un fenómeno como el ‘que se vayan todos’ mexicano. El presidente se convirtió en el destinatario político de esa ira, y las oposiciones quedaron muy desprestigiadas. Es otra razón de su popularidad, la debilidad de sus oposiciones”, describe el analista.
Bravo Regidor también cree que la polarización política, un fenómeno que recorre el hemisferio, desde Estados Unidos a la Argentina, también alienta el fenómeno. “La grieta ya es tan profunda que la gente que está de un lado puede estar en profundo desacuerdo con lo que hacen sus políticos, pero es tal el nivel de antagonismo que tienen contra el otro bando, que se mantienen donde están”, afirma. “Las preferencias políticas –cierra– adquieren prioridad sobre la ponderación de los resultados”.
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