La decadencia de la política
MADRID.- La caída del jefe de Estado alemán, Christian Wulff, por unas vacaciones y préstamos sospechosos, desgarra otro jirón del ya deteriorado descrédito de la clase política europea.
Y no es que la corrupción política sea un fenómeno nuevo en Europa, que suele asistir a espectáculos similares en todas las décadas. El último, a la espera de los juicios de Silvio Berlusconi, es el que llevó recientemente a la condena del ex presidente Jacques Chirac por desvío de fondos públicos y abuso de sus funciones. Pero lo que es nuevo es una crisis económica que, además de los bolsillos, enturbia la confianza en los gestores públicos y eleva el nivel de intolerancia ante los gobernantes a niveles que aún no han conocido su límite.
En España, por ejemplo, las últimas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) recogen cómo la clase política es vista como el principal problema inmediatamente después de los desafíos económicos.
El paseo por el banquillo de dos ex presidentes autonómicos del Partido Popular, la trama Gürtel y hasta el supuesto enriquecimiento ilícito que hará desfilar en los próximos días ante los tribunales al yerno del rey Juan Carlos -él no es un político, pero sí un hombre contagiado del halo del poder estatal- llegan en momentos terribles para los españoles, en momentos de un sufrimiento extremo cuyo final no se vislumbra aún.
El político como problema, el político que no sólo no sabe dar respuestas a la crisis, al desempleo y las deudas sino que además se arroga privilegios y saca provecho de su profesión se topa ahora con un espejo inverso, nuevo, interesante: los tecnócratas.
Entre ellos, el principal se llama Mario Monti. El premier italiano toma decisiones y avanza con la seguridad de un CEO de una empresa que sabe lo que tiene que hacer para que ésta funcione. No le preocupa la popularidad, sólo los resultados. Y funciona.
¿Será ésa la solución? No en el sueño de una democracia válida, potente y con respuestas que habíamos creído alcanzar en Europa. La larga recesión está abriendo un capítulo nuevo de final impredecible: la crisis de las instituciones. Y los escándalos de corrupción, en Alemania como en España, sólo empujan a la opinión pública a descender otro peldaño más hacia ese infierno.
EL PAIS