Las políticas proteccionistas de Estados Unidos, las estrictas medidas tomadas por el coronavirus y la recesión global llevaron a muchos empresarios textiles, que supieron acudir en masa al país asiático, a buscar otras alternativas
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Ren Wenbing se muestra reacio a abandonar la estructura de ladrillo que alguna vez fue una próspera fábrica en el centro manufacturero de Dongguan, en el sur de China.
“Todos los trabajadores se quedan asombrados”, dice el hombre de 54 años, mientras señala el lugar donde ensamblaba muebles y se reunía todo el mundo para almorzar. El propietario de la empresa trasladó la producción al Sudeste Asiático para reducir costos. Ren dice que le deben más de US$11.000 debido a una indemnización por despido, una suma que podría llevarle años ganar. “Estamos decepcionados y afligidos”, añade, mientras una máquina golpea las ventanas con un mazo.
Ren no sólo está de luto por la pérdida de una empresa de muebles. También lamenta el fin de lo que alguna vez fue la indetenible economía de China, lo cual dificulta que millones de trabajadores encuentren empleo. Para gente como él, ahora no se fabrica lo suficiente en China. Pero Occidente acusa al país asiático de hacer demasiado: ese fue el mensaje dominante durante la reciente visita de la Secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen. Reprendió a Pekín por “prácticas económicas injustas”, por producir más de lo que necesita o de lo que el mundo puede permitirse absorber.
“Hecho en China”
La marca “Hecho en China” que está grabada, cosida o impresa en camisetas, mesas y televisores en tantos hogares de todo el mundo está cambiando. Ahora se encuentra en el corazón de los automóviles eléctricos que están llegando a Alemania y de los paneles solares que impulsan las políticas renovables de Europa. Y eso preocupa a Occidente.
Las crecientes tensiones comerciales con Estados Unidos, los estrictos confinamientos por el coronavirus y una recesión global han llevado a mirar hacia otra parte a fabricantes que alguna vez acudieron en masa a las costas chinas.
La inversión extranjera en el país está en su nivel más bajo en 30 años. Pero ahora que los viejos pilares industriales de muebles, ropa y productos eléctricos están en dificultades, Pekín mira hacia sus “nuevas fuerzas productivas”: paneles solares, baterías de litio y automóviles eléctricos.
“Exportamos a Reino Unido, Bélgica, Alemania, principalmente a países europeos, pero también a África, Australia, América del Sur, América del Norte y el Sudeste Asiático”, explica el vendedor Yan Mu mientras muestra las baterías que vende la empresa para la que trabaja.
El suyo es uno de los puestos de una exposición celebrada por cientos de compañías de almacenamiento de energía verde en una planta siderúrgica renovada y reutilizada en las afueras de Pekín.
“Creo que las empresas chinas están liderando todo el mercado de almacenamiento de energía. Con innovación, con nuevas tecnologías, ventas de baterías, PCS [sistemas de conversión de energía]... bueno, todo. En este momento, creo que entre el 80% y el 90% de los equipos de almacenamiento de energía son diseñados y fabricados en China”.
A unas horas en auto de Dongguan hay más señales de la escala de esta industria: hay paneles solares hasta donde alcanza la vista. China instaló más paneles solares en el último año que los que Estados Unidos ha logrado construir en una década y la fabricación en masa en el país asiático ha reducido el costo a la mitad de lo que fue el año pasado.
Los fabricantes de toda Europa están luchando por competir. En 2023, 97% de los paneles solares instalados en Europa procedían de China. Pero las nuevas industrias de China requieren mucha menos mano de obra que las que alguna vez impulsaron su espectacular crecimiento. Necesitan trabajadores especializados y altamente calificados y, cada vez más, robots. Mientras el desempleo juvenil ha copado los titulares más importantes, su tasa general de desempleo urbano todavía supera el 5%.
Estados Unidos y la Unión Europea creen que así es como China está tratando de salvar su economía: produciendo tecnología verde a precios reducidos y subsidiada por el Estado para venderla en el extranjero. Dicen que es una táctica que está reduciendo el costo de los paneles solares y otras tecnologías emergentes y está llevando a las empresas occidentales a la quiebra.
China dice que su éxito se debe a la innovación, no a los subsidios estatales, y existe una demanda de sus exportaciones a medida que los países hacen la transición de los combustibles fósiles a fuentes de energía más respetuosas con el ambiente.
“La fábrica del mundo”
Sin embargo, Ren no puede encontrar trabajo en la nueva historia de éxito de China. Dejó su granja familiar en Henan cuando era adolescente y se mudó a Dongguan, una ciudad en la provincia costera sur de Cantón, con tantos fabricantes que es conocida como la “fábrica del mundo”. En una ocasión, no regresó a su pueblo natal durante 11 años.
Ren es uno de los casi 300 millones de trabajadores migrantes que se han trasladado desde pueblos de toda China a las principales ciudades en busca de trabajo. La mayoría deja atrás a sus familias: los hijos de Ren son criados por sus abuelos mientras él y su esposa viven en Dongguan, donde se cree que tres cuartas partes de los 10 millones de residentes de la ciudad son migrantes.
“Mis hijos, por supuesto, me extrañan”, dice. Asegura que él y su esposa “no tuvieron otra opción”. “No ganábamos mucho. Después de los costos de vida diarios, el dinero que enviamos a casa para nuestros padres, el dinero para la educación de nuestros hijos, no nos quedaba mucho”.
“Todos los trabajadores migrantes se enfrentan a esto”, continúa. “Si queremos mantener a nuestros ancianos y a nuestros hijos, tenemos que vivir lejos de nuestros seres queridos y trabajar en otras provincias. Ésta es la realidad”. Ahora que el futuro de China se encuentra en una encrucijada, también lo están sus vidas.
Ren y su esposa viven en una habitación en la que solo caben una cama y una mesa auxiliar. Ahí es donde se sienta mientras revisa su teléfono buscando ofertas de trabajo. La mayoría de las fábricas ofrecen menos del salario mínimo de US$2,50 por hora. Un anuncio ofrecía apenas US$1,8 por hora.
Necesita el dinero de su indemnización por despido y acudió a los tribunales para conseguirlo. Sin embargo, el propietario parece haber abandonado el país, dejándolo a él y a unos 300 antiguos colegas en el limbo.
“Fuimos testigos de los cambios en Dongguan y tenemos fuertes sentimientos por esta tierra. Este es nuestro segundo hogar. Nos sentiríamos muy tristes y perdidos si tuviéramos que irnos de aquí. No olvidaremos lo que hizo el gobierno local tratando de darnos más beneficios. Es gracias a las políticas gubernamentales que nos dieron empleo y pudimos ganarnos la vida”, dice.
La historia de Dongguan
Desde mediados de la década de 1980, justo después de que China se abriera al mundo, Dongguan se convirtió en la principal base exportadora y manufacturera del país. Produjo ropa, juguetes y zapatos baratos. En aquel entonces, decenas de miles de trabajadores habrían hecho fila en las puertas para comenzar su turno fabricando zapatos para exportar a Estados Unidos.
Pero en años más recientes, los trabajadores comenzaron a exigir salarios más altos, mientras que las empresas redujeron los precios para obtener contratos, disminuyendo aún más las ganancias.
Luego, Donald Trump llegó a la Casa Blanca e impuso aranceles a los productos chinos, incluidos los zapatos. Entonces, para abaratar costos y protegerse de las guerras comerciales entre Estados Unidos y China, las empresas comenzaron a buscar establecerse en otras partes. Ahora, en un barrio casi abandonado de Dongguan, hay kilómetros de edificios bajos vacíos que parecen fábricas fantasmas. El único habitante es un guardia de seguridad solitario que aleja a los curiosos.
El constante zumbido de las máquinas de coser ha sido reemplazado por un coro de cantos de pájaros y las obstinadas raíces de los banianos, que se abrieron paso bajo los esqueletos de hormigón de los edificios. El clima cálido y a menudo húmedo del sur ayuda a que la naturaleza se apodere de lo que el hombre dejó atrás.
Intento de transformación
Sin embargo, Dongguan no se da por vencida: intenta transformarse en un centro de alta tecnología para restaurar parte de su antigua gloria. A orillas del lago Songshan, el gigante tecnológico Huawei ha estado construyendo un campus para albergar a 25.000 empleados. Hay un nuevo parque científico y una serie de hoteles.
Alan Lee duerme en su oficina recién pintada mientras intenta sacar provecho del nuevo rumbo de la ciudad. Este hombre de 32 años, que sobrevivió a la crisis económica para iniciar su negocio, se fijó como objetivo exportar maquinaria de alta tecnología a Europa.
“Muchas personas han perdido su empleo en los últimos años. La gente se endeudó y se vio obligada a vender sus propiedades. Vemos que muchas empresas sufren una disminución de la demanda de exportaciones. Los directivos se enfrentan a mucha presión financiera e incluso tienen que cerrar sus fábricas. Elegimos centrarnos en el comercio para no tener presión sobre la producción”, señala.
Pero estos trabajos requieren conocimiento de las nuevas habilidades tecnológicas que personas como Ren aún no han adquirido. Sus esperanzas de recibir el dinero que le deben se están desvaneciendo. Piensa en lo que les dirá a sus hijos sobre por qué su padre se mantuvo alejado.
“No sé cómo dar una buena respuesta. Podría simplemente decir: tu madre y yo estamos fuera porque queremos darles una vida mejor y una mejor educación. Esperamos que puedan aprender cosas para que en el futuro no necesiten trabajar tan duro como nosotros”, señala.
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