La cumbre de la OTAN es la oportunidad de Joe Biden de dar la vuelta olímpica... y un honorable paso al costado
La alianza militar atlántica tuvo muchos altibajos desde su creación a comienzos de la Guerra Fría; el presidente norteamericano contribuyó a su actualización al realinearla tras la invasión rusa a Ucrania
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WASHINGTON.- En junio de 1974, cuando se celebró la cumbre por el 25 aniversario de la OTAN, el entonces presidente norteamericano Richard Nixon enfrentaba un juicio político por el escándalo de Watergate y faltaban apenas dos meses para que renunciara a su cargo. Los discursos de aquella reunión estuvieron plagados de buenas intenciones y optimismo sobre la alianza atlántica, pero también de augurios sobre el futuro político de su integrante más crucial: Estados Unidos.
En su libro de memorias, el entonces secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger explica la atmósfera de tensión de aquel momento: “Los mandatarios de Occidente trataron a Nixon con el respeto que le tenían y con la deferencia que se tiene con los pacientes terminales”.
En la cumbre por el 75 aniversario de la OTAN que se celebra esta semana en Washington, es probable que el clima sea el mismo. El presidente Joe Biden ha sido uno de los líderes más eficaces que haya tenido la OTAN en su historia: reconstruyó la alianza y encolumnó a sus miembros para apoyar a Ucrania. Pero hoy, con Biden en serios problemas políticos y con el expresidente Donald Trump a un paso de volver a la Casa Blanca, los europeos dicen estar profundamente preocupados por el liderazgo de Estados Unidos a futuro.
Las resonancias históricas de la reunión de esta semana son enormes, y tal vez también extrañamente tranquilizadoras: al fin y al cabo, la preocupación por el liderazgo norteamericano y por la continuidad de la alianza atlántica han sido tan recurrentes en el seno de la OTAN que debería estar plasmada en su carta de intenciones. Los europeos siempre están en vilo por la confiabilidad de Estados Unidos, así como los norteamericanos siempre han resentido que los europeos no aporten lo suficiente para la defensa en común.
Dean Acheson, el secretario de Estado norteamericano que redactó el tratado fundacional, dice en sus memorias que “la OTAN tuvo problemas de base desde que se fundó, que nunca ha podido resolver”. Agrega que la alianza era “un cuerpo sin cabeza”, incapaz de obligar a sus miembros a hacer nada, y que la defensa colectiva de la OTAN requería “una mayor fuerza militar de sus miembros”, aunque muchos países europeos se negaron desde un principio a aportar lo que les tocaba.
En la ceremonia de firma del Tratado del Atlántico Norte de 1949, dice Acheson, la Banda de la Marina norteamericana interpretó dos canciones del musical Porgy and Bess que sin proponérselo dejaban al descubierto las lagunas que había en las audaces promesas de la alianza: las canciones eran “I Got Plenty o’ Nuttin’” (“Tengo mucho de nada”) y “It Ain’t Necessarily So” (“No es necesariamente así”).
Durante la Guerra Fría, las dudas centrales sobre la OTAN tampoco se despejaron. En 1969, cuando Kissinger se convirtió en asesor de seguridad nacional de Nixon, advirtió tres problemas principales: la doctrina de “represalia nuclear flexible” de Estados Unidos contra un ataque ruso, la fórmula de la alianza para compartir los costos de defensa, y el número de tropas norteamericanas que hacían falta en Europa. Son los mismos problemas que subsisten hasta el día de hoy, por más que la OTAN siga siendo la alianza militar más exitosa del mundo.
En estos días en Washington cunde el pánico, y en ese ambiente cargado de ansiedad, al ver por televisión las imágenes de la cumbre de la OTAN muchos tendrán la sensación de haber sintonizado un programa de la década de 1960. Pero si analizamos con más detenimiento, aparecen las razones que explican por qué la alianza es menos frágil que el clima político actual en ambos lados del Atlántico.
La Casa Blanca había planeado la cumbre de esta semana como una celebración de la OTAN como garante de la seguridad colectiva y del papel de Biden como gestor de esa relación. Hoy esos argumentos podrían parecer dudosos, pero yo diría que ambos siguen siendo ciertos, independientemente de lo que suceda en las elecciones presidenciales de noviembre. En cuanto a la ventaja de Trump en las encuestas, los votantes podrían sorprendernos, como lo demostró la reciente victoria de los partidos de izquierda sobre la extrema derecha en Francia.
A pesar de todos los problemas políticos de Biden, sus laureles en la OTAN son bien merecidos: ayudó a renovar la alianza después de los cuatro años de desprecio por parte de Trump, compartió secretos de la inteligencia norteamericana para advertir a Europa sobre las verdaderas intenciones de Rusia de invadir Ucrania, y movilizó a la OTAN para ayudar al valiente pueblo ucraniano a defender su país. En retrospectiva, algunos argumentan que Biden se quedó corto, pero una postura más agresiva de parte de Estados Unidos podría haber acabado con la solidaridad mutua de la OTAN.
Lo cierto es que Biden bloqueó el avance de Vladimir Putin y al mismo tiempo evitó un conflicto directo con Rusia, algo para nada fácil.
Me parece que esa exitosa gestión en la OTAN es el momento ideal para que Biden dé la vuelta olímpica —a paso lento, por supuesto—, y luego invite a los demócratas a elegir a un nuevo candidato presidencial que pueda representar a Estados Unidos en su larga lucha contra todos sus enemigos, internos y externos.
Su carrera está ganada, señor presidente: aproveche para entregar el bastón de mando ahora que sus aliados y amigos lo aplauden.
Traducción de Jaime Arrambide
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