El exguardia de seguridad sudafricano, uno de los más sanguinarios del régimen segregacionista, murió a los 72 años el mes pasado; creía que otros debían compartir la culpabilidad de sus actos
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Un asesino convicto sudafricano que mató a tiros a decenas de hombres negros durante el apartheid le aseguró a la BBC que la Policía fue cómplice de sus actos violentos. Louis van Schoor creía que otros deberían compartir la culpabilidad de los asesinatos que él perpetró como guardia de seguridad. Sin embargo, en sus conversaciones con BBC África Eye durante los últimos cuatro años, también confesó cruentos detalles que plantearon serias dudas sobre su temprana salida de la cárcel.
Van Schoor, quien había estado hospitalizado por una infección en la pierna, murió a finales de julio “debido a complicaciones causadas por una sepsis”, informó su hija. Su deceso, a los 72 años, se produjo menos de una semana después de que se publicara la investigación de la BBC sobre su pasado.
La hermana de una de sus víctimas le dijo a la BBC que espera que, a pesar de su muerte, la Policía vuelva a abrir los casos para que sean investigados.
Al estar en el dormitorio de un asesino, tus ojos naturalmente se concentran en los detalles. La cama de Van Schoor estaba impecablemente limpia: el edredón se veía tan liso que parecía planchado. El aire estaba cargado de olor a cigarrillos, cuyas colillas se amontonaban en un cenicero. Tiras de papel adhesivo colgaban del techo llenos de moscas atrapadas y moribundas.
El llamado “asesino del apartheid” había perdido casi todos los dientes. Su salud estaba decayendo. Recientemente le habían amputado ambas piernas a raíz de un infarto, dejándolo en silla de ruedas y con dolorosas cicatrices. Cuando lo operaron, Van Schoor pidió una epidural en lugar de anestesia general para poder ver cómo le quitaban las piernas. “Tenía curiosidad”, afirmó, riendo entre dientes. “Los vi cortando, cortaron el hueso”.
En su entrevista con el Servicio Mundial de la BBC, Van Schoor quiso persuadirnos de que no era “el monstruo que la gente dice”. Su entusiasta descripción de la amputación de sus piernas no ayudó, en todo caso, a dulcificar su imagen.
Impunidad
En un período de tres años en la década de 1980, durante el sistema racista del apartheid que impuso una estricta jerarquía para privilegiar a los sudafricanos blancos, Van Schoor disparó y mató al menos a 39 personas. Todas sus víctimas eran de color. El más pequeño tenía apenas 12 años. Los asesinatos ocurrieron en East London, una ciudad de la provincia de Cabo Oriental, en la parte sur de Sudáfrica.
Van Schoor era guardia de seguridad en ese momento, con un contrato para proteger hasta el 70% de las empresas de propiedad blanca en la ciudad: restaurantes, tiendas, fábricas y escuelas. Durante mucho tiempo afirmó que todas las personas a las que mató eran “criminales” a quienes sorprendió allanando estos edificios.
“Era una especie de asesino ‘justiciero’. Era un personaje de (la película) Harry el Sucio, describe Isa Jacobson, periodista y cineasta sudafricana que pasó 20 años investigando el caso de Van Schoor. “Se trataba de intrusos que, en muchos casos, estaban bastante desesperados, hurgando en los contenedores, tal vez robando algo de comida... pequeños delincuentes”.
Los asesinatos de Van Schoor, a veces varios en una sola noche, aterrorizaron a la comunidad negra de East London. En la ciudad se propagó la historia de un hombre barbudo, apodado “bigotes” en lengua xhosa, que hacía desaparecer a la gente por la noche. Pero, sus ejecuciones no se llevaban a cabo en secreto. Todos los asesinatos ocurridos entre 1986 y 1989 fueron reportados a la Policía por el propio Van Schoor.
El juicio
La liberación de prisión del líder antiapartheid Nelson Mandela en 1990 marcó el fin de esta impunidad. Olas de cambio recorrieron Sudáfrica y, tras la presión de activistas y periodistas, el guardia de seguridad fue arrestado en 1991. El de Van Schoor fue uno de los juicios por asesinato más grandes en la historia de Sudáfrica, e involucró a docenas de testigos y miles de páginas de evidencia forense.
Sin embargo, el caso en su contra fracasó en gran medida en los tribunales. En el momento de su juicio, gran parte del aparato del sistema de apartheid todavía estaba en vigor dentro del poder judicial. Pese a matar a al menos 39 personas, solo fue condenado por siete asesinatos. Cumplió doce años de prisión.
Sus otros 32 asesinatos todavía están clasificados por la Policía como “homicidios justificables”. Las leyes de la era del apartheid otorgaban a las personas el derecho a utilizar fuerza letal contra intrusos si se resistían al arresto o huían una vez capturados. Van Schoor se basó en gran medida en esta defensa para mantener su inocencia, alegando que sus víctimas huían cuando las mató.
La investigación de la BBC sobre Van Schoor examinó las pruebas relacionadas con estos tiroteos llamados “justificables”, rescatando del olvido y estudiando informes policiales, autopsias y declaraciones de testigos. Isa Jacobson dirigió la investigación, que implicó años de escrutinio de archivos en varias ciudades de Cabo Oriental. Los más importantes estaban esparcidos entre cientos de cajas, ocultos en bóvedas.
“La magnitud del caso es simplemente increíble”, afirmó. “Sorprende que un tribunal de justicia pueda permitir que esto suceda”. Entre las pruebas más reveladoras que encontró Jacobson había declaraciones de testigos que resultaron heridos por Van Schoor pero sobrevivieron. Sus relatos contradicen la afirmación del guardia de seguridad de que huían cuando les disparó.
Los asesinatos
Varias personas alegaron que Van Schoor les disparó mientras tenían las manos en alto, cuando se iban a entregar. Otros lo describen preguntándoles si preferían ser arrestados o fusilados, en una especie de juego macabro, antes de dispararles en el pecho. Otra víctima relató que le disparó en el abdomen mientras pedía agua y después Van Schoor le pateó la herida. El guardia de seguridad estaba armado con una pistola semiautomática de 9 mm que habitualmente cargaba con balas de punta hueca para provocar graves rupturas internas al penetrar en la víctima. En un caso, disparó ocho veces a un hombre desarmado.
En un caso particularmente brutal, el 11 de julio de 1988, Van Schoor disparó a un niño de 14 años que se había colado en un restaurante en busca de monedas. El niño, cuyo nombre no mencionamos para proteger su privacidad, declaró a la Policía que se escondió en el baño cuando vio a Van Schoor con su arma. Asegura que el guardia de seguridad lo llamó, le dijo que se detuviera junto a la pared y luego le disparó repetidamente.
“Me dijo que me pusiera de pie, pero no pude”, afirmó el niño en su testimonio grabado. “Mientras estaba acostado allí, me pateó en la boca. Me levantó, me apoyó contra una mesa y luego me disparó de nuevo”. El niño sobrevivió, pero no le creyeron. Lo acusaron de allanar el edificio. Muchos jóvenes y niños negros que contaron cómo habían sido agredidos y baleados por Van Schoor enfrentaron un destino similar.
“Asesinaba como deporte”
Durante el juicio a Van Schoor se escucharon varios testimonios de este tipo, pero el juez desestimó repetidamente a los testigos por considerarlos “poco sofisticados” y “poco fiables”. En Sudáfrica no hay juicios con jurado y la opinión del juez es definitiva.
Muchos miembros de la comunidad blanca de East London apoyaron a Van Schoor en el juicio. Un empresario imprimió pegatinas con fotografías del guardia de seguridad. Decían “Amo a Louis” junto a un corazón lleno de agujeros de bala. “Había un evidente sesgo racial en el sistema legal”, asevera Patrick Goodenough, periodista sudafricano que en los años 1980 investigó a Van Schoor y asistió a su juicio. Agrega que “el apoyo que recibió fue enorme. Si no hubiera sido así, no habría podido salir tan airoso”. En Sudáfrica no prescriben los delitos de asesinato o el intento de asesinato. En teoría, nada impide a la policía reabrir el caso de Van Schoor y revaluar estos homicidios “justificables”.
“Louis van Schoor básicamente salía y asesinaba gente como deporte”, indica Dominic Jones, un periodista que ayudó a crear conciencia sobre la ola de asesinatos del guardia de seguridad en la década de los 80. Algunos de los hallazgos más impactantes de la investigación de la BBC provienen de entrevistas con el propio Van Schoor, que sugerían que le emocionaba lo que hacía. “Cada noche era una nueva aventura, por así decirlo”, confesó a la BBC.
Muchas de las empresas que protegía contaban con alarmas silenciosas. Cuando alguien entraba, Van Schoor recibía una alerta que le permitía sorprender al intruso e identificar exactamente dónde se encontraba dentro del edificio. Y siempre iba solo. “Yo estaba descalzo. Había silencio. No querés que los zapatos chirríen sobre las baldosas y esas cosas”, afirmó. Nunca encendía la luz, y confiaba en su sentido del olfato. “Si alguien entra, la adrenalina desprende un olor. Y podés captar eso”, explicó.
Van Schoor afirma que nunca salía “con la intención de matar negros” y aseguró que no era racista. Pero admitió que acecharlos en la oscuridad le resultaba “emocionante”. Antes de convertirse en guardia de seguridad, Van Schoor fue miembro de la Policía de East London durante 12 años. Solía trabajar con los que él llama “perros atacantes” que utilizaba para rastrear y atrapar a manifestantes y delincuentes, casi todos negros. Comparó esto con “la caza, pero de una especie diferente”.
Tetinene “Joe” Jordan, un exactivista contra el apartheid que operaba en East London en la época de los asesinatos de Van Schoor, lo recuerda bien. “Estaba cazando, literalmente cazando personas”, describe.
El papel de la Policía
Van Schoor negó rotundamente ser un “asesino en serie” y pensaba que todo lo que hizo fue “dentro de la ley”. Si la gente se sentía agraviada por sus asesinatos, consideraba que debería culpar a la policía sudafricana. Aseguraba que, lejos de criticarlo o advertirlo, la Policía lo apoyó y alentó activamente. “Todos los agentes de East London sabían lo que estaba pasando. Todos los agentes de policía lo sabían”, alegó. “Nadie dijo ni una sola vez ‘oye Louis, te estás excediendo, o deberías calmarte, o lo que sea’. Todos sabían lo que estaba pasando”.
En los registros policiales conservados en archivos públicos, Jacobson encontró casos de asesinatos en los que los agentes habían estado presentes. En ningún momento decidieron interrogar a Van Schoor como sospechoso. En muchos casos la Policía no tomó fotografías de los fallecidos en el lugar del tiroteo ni recopiló pruebas forenses clave, como casquillos de bala. Van Schoor era a menudo el único testigo en sus tiroteos, por lo que esta evidencia podría haber sido crucial para determinar lo que realmente había sucedido.
“Fueron encubrimientos. Tenía el apoyo de agentes de policía de rango inferior y superior”, afirma Goodenough. Y agregó: “no investigaban. Se sentaban con él y se fumaban un cigarrillo mientras conversaban, con los cadáveres tirados cerca”. En todos los casos Van Schoor apretó el gatillo pero, entre la Policía y las empresas que lo contrataban, toda una comunidad jugaba algún tipo de rol en los asesinatos de East London “Van Schoor era un asesino en serie porque había una sociedad que le permitía serlo”, evalúa.
Los familiares de las víctimas
Para los familiares de las víctimas de Van Schoor, el que haya salido en libertad y el hecho de que el Estado no haya investigado a fondo sus asesinatos son fuentes constantes de dolor. Algunos nunca recuperaron los cuerpos de sus seres queridos. “Parece que estamos atrapados en esta fase de tener el corazón roto y estar enfadados”, dice Marlene Mvumbi, cuyo hermano, Edward, fue asesinado por Van Schoor en 1987. Sus restos fueron arrojados en una tumba anónima por las autoridades sin el consentimiento de la familia. “Muchas personas siguen desaparecidas y ni siquiera están en el cementerio. No hay cierre”.
El caso de Van Schoor es anterior a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica de 1995, que otorgó compensación a muchas víctimas de crímenes de la era del apartheid. A Sharlene Crage, una exactivista que desempeñó un papel clave al presionar a las autoridades sudafricanas para que procesaran a Van Schoor, le indignó que le concedieran la libertad. “Es un terrible error judicial”, opinó. Pensaba que no había “ninguna razón por la que su caso no deba reabrirse”.
Van Schoor fue condenado a más de 90 años de prisión al concluir su juicio en 1992, pero el juez permitió que cumpliera todas las sentencias de manera concurrente, es decir, al mismo tiempo, en lugar de una tras otra. Como resultado, su tiempo efectivo en prisión fue mucho menor. Fue puesto en libertad condicional en 2004. La rápida liberación de los asesinos de la era del apartheid se convirtió en un tema polémico en Sudáfrica.
En 2022 hubo protestas en Johanesburgo por la libertad condicional de Janusz Walus, que mató al político antiapartheid Chris Hani. Unos años antes también fue liberado Eugene de Kock, líder de un escuadrón de la muerte responsable del secuestro, tortura y asesinato de decenas de activistas negros.
Van Schoor pasaba la mayor parte de su tiempo viendo rugby, fumando y jugando con su mascota rottweiler, Brutus. Decía que no recordaba muchos de sus asesinatos.Algunos informes no verificados recogen que disparó a unas 100 personas. Van Schoor lo negaba, pero admitió que el número de tiroteos podía superar los 39 documentados. “Honestamente, no sé a cuántos disparé. Algunos dicen más de 100, otros dicen 40... Pongamos que disparé a 50 personas”, afirmó. Aseguraba estar orgulloso de sus acciones pasadas. “No siento ninguna culpa”, sentenció. “No tengo ningún remordimiento por dentro”.
La BBC se puso en contacto con la Policía sudafricana para solicitar comentarios, pero no recibió respuesta. Las autoridades no dieron explicación alguna de por qué los asesinatos de Van Schoor no se volvieron a juzgar en la era post-apartheid. “Hay demasiado dolor y por ahora no creo que se haya hecho lo suficiente para curarnos”, lamenta Marlene Mvumbi. “No son solo los asesinados por Van Schoor. También todos los que tienen historias similares de las matanzas del régimen del apartheid”.
*Por Charlie Northcott
Investigación de Isa Jacobson y Charlie Northcott
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