La cruel muerte de Mafalda de Saboya, la princesa que se casó con un nazi y murió en un campo de concentración
Su familia había apoyado el surgimiento del fascismo europeo desde el principio pero, luego de sentirse traicionado, Hitler se ensañó con ella
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Cuando su alteza real Mafalda María Elisabetta Anna Romana di Savoia salió de Roma rumbo a Munich para encontrarse con su marido Felipe, príncipe de Hesse-Kassel y ferviente nazi, el plan de Adolf Hitler para vengarse de toda la familia real italiana ya estaba en marcha.
Era septiembre de 1943 y su papá, el rey italiano Victorio Emanuel III, que había posibilitado el ascenso de Benito Mussolini dos décadas atrás, ahora había roto todos los acuerdos con el eje nazi fascista, ordenando la detención del Duce y huyendo hacia el sur del país. El Führer estaba furioso. La pata monárquica de su principal aliado político en la guerra lo había traicionado.
Pero la princesa Mafalda no temía por su vida y decidió salir de su refugio en el Vaticano aún cuando en Italia se debatía a fuerza de bombas y ejecuciones el destino de la Segunda Guerra Mundial. Después de todo, el marido de la princesa trabajaba en el cuartel general de Hitler en Berlín, y había sido el histórico enlace entre Alemania e Italia.
Mafalda se sentía segura y, más allá de cualquier traición política, pensaba que nada podía pasarle.
La traición de Victorio Emanuel III y la venganza nazi
Hitler decidió destruir a los Saboya, una idea que era alimentada a diario por su ministro de propaganda, Paul Joseph Goebbels, para quien Mafalda “era la mayor perra de toda la casa real italiana”.
Después de los fracasos de Italia en sus aspiraciones coloniales africanas, el poder simbólico de la Casa de Saboya había caído en desgracia. Los antecedentes condenaban a Victorio Emanuel III, que reinaba desde 1900. Había cedido autoridad frente a los camisas negras del Partido Nacional Fascista, durante la marcha sobre Roma, nombrando a Benito Mussolini como jefe de gobierno en octubre de 1922, y desde entonces no había podido contener el giro extremista hacia la dictadura totalitaria.
“El soberano refrendó todas las opciones del régimen lictoriano (fascista), incluso las más desafortunadas: la disolución de partidos y sindicatos, la supresión de las libertades individuales y colectivas, la aventura colonial en Etiopía, la alianza con la Alemania nazi y las leyes raciales”, escribió Antonio Carioti, autor de La guerra de Mussolini: la derrota de la Italia fascista.
Frente a la malograda participación italiana en la Segunda Guerra Mundial, Vittorio Emanuele III intentó separar la monarquía del régimen fascista en un acto desesperado, pero ya era tarde.
“El rey aprovechó el voto contra Mussolini del Gran Consejo del Fascismo, el 25 de julio de 1943, para privar al Duce, hacer que lo arrestaran y reemplazarlo por el mariscal Pietro Badoglio al frente del gobierno. Pero el torpe intento de salir del conflicto, al estipular un armisticio con los angloamericanos en septiembre, tuvo un desenlace desastroso debido a la pronta reacción alemana”, apunta Carioti.
La jugada del rey enfureció al Führer. El 22 de septiembre de 1943, cuando la segunda hija de Victorio Emanuel III y Elena de Montenegro llegó a Alemania, fue arrestada, acusada de traición y confinada en la barraca Nº 15 del campo de concentración de Buchenwald por el que pasaron 250.000 prisioneros y murieron 56.000 personas. Su suerte estaba echada.
Un transatlántico y un príncipe nazi presagian lo peor
La Princesa Mafalda de Saboya había nacido en 1902. De niña gustaba del arte y la música, y había heredado las costumbres filantrópicas de su madre, Elena de Montenegro, tan bien querida por el pueblo italiano que hasta un fernet de Bolonia elaborado con más de cuarenta hierbas de cuatro continentes fue rebautizado en homenaje a su título real, el famoso Amaro Montenegro.
A los siete años la niña Mafalda gozaba de todos los privilegios y hasta un transatlántico había sido bautizado con su nombre. El Principessa Mafalda era el vapor doble hélice más grande y rápido de la flota italiana de aquel entonces. Lograba hacer el cruce oceánico desde Génova hasta Buenos Aires en solo 14 días. Su hundimiento trágico, en octubre de 1927, cuando naufragó frente a las costas de Brasil, fue un presagio.
A los 23 años Mafalda se casó con el príncipe y landgrave alemán Felipe de Hesse-Kassel (1896-1980) en el Castillo de Racconigi de Turín. Para los Saboya, era una manera de emular los viejos buenos tiempos del Sacro Imperio Romano Germánico.
Para los integrantes de la casa de Hesse-Kassel significaba lo mismo con un beneficio adicional: echar por tierra las habladurías sobre la orientación bisexual del heredero germano, hijo de la princesa Margarita de Prusia y sobrino del último emperador alemán, el kaiser Guillermo II.
Mafalda y Felipe tuvieron cuatro hijos: los príncipes Mauricio, Enrique y Otón, y la princesa Isabel. Durante su estancia en Italia, Felipe, de profesión decorador de interiores o interiorista, se hizo un ferviente admirador del fascismo, sintonía que rubricó afiliándose al Partido Obrero Nacionalsocialista de los Trabajadores (NSDAP), donde estrechó vínculos con la vanguardia nazi.
Tanto fue así que, cuando Hitler fue ungido canciller en 1933, Felipe integró el parlamento (Reichstag). Tenían en común un buen amigo, el as de la aviación alemana Hermann Göring.
Una muestra de la filiación de Felipe con la ideología nazi pudo delinearse durante los primeros años de la guerra, cuando era gobernador de Hesse-Kassel. Allí se vinculó con el programa secreto Aktion T4 con el que fueron exterminados al menos 10.000 discapacitados (después de la guerra el príncipe fue juzgado por estos hechos, pero resultó absuelto).
Por todo esto, nada hacía pensar a Mafalda que, viajando a Alemania aquel septiembre de 1943, su vida correría riesgo. Por el contrario, con una Italia ocupada por las potencias aliadas, la princesa hallaría en el país de su marido nazi un refugio seguro.
Pero las relaciones de los nazis con los Saboya ya estaban rotas, y además la nobleza alemana había caído en desgracia, tras haber sido apartada del poder luego de un decreto de Hitler, quien, además, había ordenado la detención de Felipe, que trabajaba en su cuartel general de Berlín, acusándolo no solo de traidor sino también de homosexual.
Felipe fue confinado en el campo de concentración de Flossenbürg, pero todo esto Mafalda no lo sabía, y por eso viajó a Alemania bajo engaño, luego de que oficiales SS le dijeran que su marido la esperaba en Munich.
La horrible muerte de la princesa Mafalda
Tras casi un año de detención en Buchenwald, sin poder ver ni hablar con sus hijos, y tras llorar desconsoladamente la muerte de Felipe, lo cual también fue un engaño, Mafalda experimentaba una agonía horrible.
Una bomba aliada había caído cerca de la barraca donde estaba confinada. Con todo su cuerpo quemado por la explosión, y con principios de gangrena en sus extremidades, un médico nazi le amputó un brazo, luego de retrasar la cirugía en varias oportunidades, la cosió “a las apuradas” y la abandonó a su suerte.
Mafalda murió desangrada, dos días después de la operación, el 27 de agosto de 1944. Tenía 41 años.
“Nadie duda de que el propio Hitler fue quien dio las órdenes relativas a Mafalda: la princesa experimentó la furia del dictador a nivel personal”, dijo el historiador Jonathan Petropoulos, autor de Los príncipes von Hessen en la Alemania nazi, citado por la experta en realeza europea Marlene Koenig.
“Su cuerpo fue tirado en un crematorio, pero un sacerdote logró rescatarlo y fue enterrada en una tumba sin nombre”, dijo Koenig, y contó que los funcionarios nazis le permitieron a Mafalda, durante su año de confinamiento, escribir numerosas cartas destinadas a su madre y a sus hijos, que nunca fueron enviadas.
La BBC de Londres informó la muerte de Mafalda el 11 de abril de 1945, ocho meses después de haber ocurrido. El 29 de abril Hitler se suicidó en el Führerbunker junto a su compañera Eva Anna Paula Braun. El 7 de mayo Alemania firmó la capitulación.
El rey Víctor Manuel III y la reina consorte Elena de Montenegro se enteraron de la muerte de la princesa de Saboya en su exilio egipcio. Leyeron la noticia en los diarios.
Después de la guerra, los italianos decidieron abolir la monarquía y adoptar la República como forma de gobierno. Por su colaboración con los nazis y los fascistas, todos los miembros de la Casa Saboya fueron condenados al destierro y no volvieron a pisar la península sino hasta medio siglo después, en 2002, cuando el parlamento aceptó el regreso de la familia real tras una iniciativa del partido Forza Italia de Silvio Berlusconi.
Más allá de la participación de los Saboya en el desastre nazi fascista, la figura de Mafalda María Elisabetta Anna Romana fue rescatada de entre las sombras. Su martirio fue conmemorado en un sello postal en la serie Mujeres en la segunda guerra mundial (1995) y su historia fue contada en numerosos libros y series de televisión. En la cultura popular italiana se la considera una princesa valiente.
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