La crisis por Ucrania: los límites de una Europa unida y libre
Putin viene consolidando sin descanso sus argumentos contra la expansión de la OTAN y contra las democracias occidentales desde la invasión rusa de Georgia en 2008
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PARÍS.- Para la primera ministra de Lituania, Ingrida Šimonyte —y si hay alguien que sabe de la vida bajo el poder absoluto de Moscú son los lituanos—, el errático discurso de Vladimir Putin donde le negó existencia al Estado ucraniano para justificar el envío de tropas a sus fronteras, “deja chiquitos a Kafka o a Orwell”.
Nunca se han visto “golpes más bajos ni mentiras más flagrantes”, dijo Šimonyte con relación a la amenazante explicación que dio Putin el lunes sobre su decisión de reconocer la independencia de Donetsk y Lugansk, dos regiones separatistas ucranianas. Pero si el discurso de Putin resucitó el doble discurso de la Unión Soviética más de 30 años después de su desintegración, ¿también reavivó la amenaza soviética y la Guerra Fría que trajo consigo?
En más de un sentido, el desafío que plantea para Occidente la Rusia revanchista de Putin es de un tenor muy diferente a la amenaza soviética. Esta Rusia no tiene pretensiones de ideología global. La Guerra Fría era posible entre sistemas cerrados, pero la tecnología informática terminó con eso. No hay tanques soviéticos listos para rodar sobre las llanuras prusianas para engullirse a toda Europa en un imperio totalitario. No hay un apocalipsis nuclear en juego.
Sin embargo —y tal vez por el modo en que preparó el terreno para una guerra a gran escala diciendo que Rusia tiene “todo el derecho de tomar medidas de represalia” contra esa “nación ficticia” gobernada por usurpadores que serán responsables del derramamiento de sangre—, la decisión de Putin parece un punto de inflexión que va incluso más allá de su actitud al anexar Crimea en 2014. El discurso de Putin conjuró el espectro de los días más oscuros de Europa. Y con un marcador trazó los límites de la Europa unida y libre de 1989.
El agresivo avance del presidente ruso fue un cachetazo al presidente francés, Emmanuel Macron, que ha liderado los intentos de sentar a Rusia a negociar, y al mismo tiempo dejó la idea, al menos por ahora, de algún tipo de reconfiguración de una moribunda arquitectura de seguridad de Europa.
En cambio, las divisiones y los enfrentamientos se ciernen sobre un mundo marcado por lo que el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, calificó como “el flagrante desprecio de Putin por las leyes y las normas internacionales”. La Casa Blanca, calificó la decisión de Rusia como “el inicio de una invasión”.
Haciendo equilibrio entre su apoyo a Putin y su defensa de la integridad territorial de las naciones soberanas, China se abstuvo de criticar a Rusia pero dijo que ese principio debe ser respetado. De todos modos, a menos de un mes de que China y Rusia cimentaran una amistad “sin límites”, la orden de Putin de despachar tropas al interior de Ucrania permite entrever el potente frente antidemocrático que representaría la unión del poderío militar de Rusia con la fuerza económica e ideológica de China.
El presidente Joe Biden suele referirse a un “punto de inflexión” entre la democracia liberal y los sistemas autocráticos. Por ahora, ese punto parece estar en las regiones de Donetsk y Lugansk de un país cuyo nombre, Ucrania, significa “zona fronteriza”.
Nadie sabe hasta dónde está dispuesto a llegar Putin. Un funcionario francés de alto rango de la presidencia que prefirió conservar su anonimato describe el discurso del líder ruso como “rígido, y yo diría paranoico”.
El funcionario sugiere que eso concuerda con la imagen del hombre que recibió a Macron en el Kremlin con una mesa de seis metros de por medio. A los periodistas que lo acompañaban en el avión de regreso a Francia, Macron también dijo haber visto a Putin “más rígido, aislado e ideológicamente inflexible” que en su reunión anterior, en 2019. Aún así, como dice el personaje de Polonio en Hamlet, “Aunque esto sea una locura, detrás sin embargo hay un método”.
Porque a pesar de sus locas ideaciones sobre Ucrania como “trampolín” para un eventual ataque preventivo de Estados Unidos contra Rusia, Putin viene consolidando sin descanso sus argumentos contra la expansión de la OTAN y contra las democracias occidentales desde la invasión rusa de Georgia en 2008. Y los 190.000 soldados rusos y separatistas apostados en la frontera con Ucrania y en sus regiones separatistas son apenas la manifestación más reciente de una obsesión de más de una década. La pregunta que sigue abierta es si Putin ha salido fortalecido o debilitado como fruto de ese esfuerzo.
En algunos aspectos ha obtenido lo contrario de lo que pretendía. Los funcionarios estadounidenses señalan que la hostilidad de Putin ha galvanizado y resucitado a una alianza atlántica que buscaba su razón de ser. Putin también logró que la opinión pública ucraniana se diera vuelta decididamente contra Rusia y se abrazara a la OTAN y a Occidente. Y el martes, la decisión de Alemania de cancelar la puesta en funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2, fue apenas el último golpe a una economía vulnerable y poco diversificada como la rusa, que Putin no ha hecho más que perjudicar.
Una encuesta realizada este mes en Ucrania por la organización Rating Group reveló que el apoyo de los ucranianos al ingreso del país a la OTAN alcanza un récord del 62%, frente al 55% de diciembre pasado. “Putin logró poner a los ucranianos en contra de Rusia”, dice Jacques Rupnik, politólogo francés especializado en Europa Central. “Es toda una hazaña”.
Sin embargo, Putin también ha demostrado su eficacia en varios frentes. La Rusia humillada de los años inmediatamente posteriores a la Guerra Fría ha vuelto a pavonearse en el escenario mundial, ganó la partida final en Siria, opera eficazmente a través de paramilitares subsidiarios en África, y estrechó su vínculo con China.
Gracias a la trabazón de conflictos internos que él mismo creó, el presidente ruso ha logrado dejar suspendidas a Georgia y Ucrania en un limbo estratégico. Del ingreso de Georgia a la OTAN ya casi ni se habla, y la membresía de Ucrania parece infinitamente remota, casi inimaginable, incluso para sus aliados occidentales más cercanos.
Al fin y al cabo, Putin hace lo que hace porque cree poder salirse con la suya en un mundo a la deriva y de creciente rivalidad entre las grandes potencias, donde el poderío estadounidense ya no es determinante y la alineación ruso-china es cada vez más fuerte. Sin embargo, la arrogancia siempre es un peligro enorme para un líder tan aislado como Putin parece estar actualmente.
Suele decirse que para un comunista no hay nada más difícil que predecir el pasado: la historia debe amoldarse a los imperativos del presente. Y eso es lo que viene intentando hacer Putin, exagente de la KGB. Las próximas semanas dirán si la furia de los ucranianos, la renovada unidad de la OTAN y la determinación estadounidense pueden detener el intento de líder ruso de revertir las consecuencias del colapso soviético.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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