La crisis en Venezuela, una derrota democrática y geopolítica para EE.UU.
La consolidación de un régimen totalitario en Caracas, apoyado por China, Rusia e Irán, sería una catástrofe para la región
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WASHINGTON.- Dos semanas después de la apabullante victoria de la oposición en las elecciones presidenciales venezolanas, el espíritu del año 1989 sigue vivito y con mejor salud que nunca.
Lamentablemente, la principal característica del momento actual que vive Venezuela no es el desafío democrático que presenta la oposición, tan similar al ánimo revolucionario que barrió con la Unión Soviética hace 35 años.
En China, 1989 estuvo marcado por el envío de tropas del gobierno de la república popular para masacrar a los manifestantes prodemocracia de la Plaza Tiananmen de Pekín. Es el espíritu de esa atroz represión el que encuentra su eco en la actitud de Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela.
A pesar de toda evidencia en contrario, Maduro aseguró haber ganado el 28 de julio. Y desde entonces ha lanzado a la policía y a sus grupos paramilitares contra los miles de personas que se manifiestan contra el intento de fraude. Ya se contabilizan 23 muertos y más de 2200 detenciones. “Exijo a todos los poderes del Estado mayor celeridad, mayor eficiencia y mano de hierro frente al crimen”, lanzó el lunes Maduro, que se dice socialista.
Conclusión, el gobierno del presidente Joe Biden está sufriendo una gran derrota en la “batalla global entre la democracia y la autocracia”, según la descripción del mandatario norteamericano.
Sin duda, esa derrota no es inevitable. Pero si la tendencia actual se confirmara, el precio no solo lo pagará el pueblo venezolano con la profundización de la crisis interna y de un éxodo masivo que ya ha desestabilizado al hemisferio: la consolidación de un régimen totalitario en Caracas, apoyado por China, Rusia e Irán, también sería una catástrofe geopolítica.
Situada sobre la costa sur del mar Caribe y sobre las mayores reservas de petróleo del mundo, Venezuela, sumada a Cuba y Nicaragua, conformaría una masa crítica de dictaduras estratégicamente ubicadas, sin oposición interna, y todas afines y en deuda con los enemigos de Estados Unidos.
Podríamos discutir hasta el cansancio de los errores de la política exterior norteamericana, tanto estratégicos como tácticos, que nos llevaron a este punto, ya sean los del presidente Donald Trump, que intentó un enfoque confrontativo con fuertes sanciones económicas, o los de Biden, que relajó esas sanciones para convencer a Maduro de celebrar elecciones libres y justas.
A pesar de todo eso, los errores de Washington no explican la supervivencia del régimen. Y el factor clave ha sido su brutalidad.
“Los grupos dominantes caen del poder solamente por cuatro razones. O son conquistados desde afuera o son tan ineficientes que el pueblo se rebela, o permite el surgimiento de un fuerte y descontento grupo intermedio, o pierde confianza en sí mismo y en su voluntad de gobernar”, escribió George Orwell en su novela distópica 1984, y agregó que el cuarto factor –”la actitud mental de la clase dominante”– es el más importante de todos.
Implacables
Es como si Maduro hubiera leído esas palabras y se las hubiera tomado en serio, no como una oscura advertencia de Orwell, sino como un consejo político práctico. Igualmente implacables han sido los dictadores que lo apoyan, esos que recuerdan 1989 no como un año de gran liberación para los pueblos europeos, sino como el desastroso quiebre de la fuerza de voluntad de Mijaíl Gorbachov bajo la presión imperialista de Occidente.
Y eso no solo corre para el líder chino, Xi Jinping, que una vez dijo que la Unión Soviética había caído “porque nadie fue lo suficientemente hombre para plantarse y oponerse a Gorbachov”, o para el ruso Vladimir Putin, que lamenta repetidamente que “los funcionarios soviéticos simplemente se levantaron y se fueron”. También está Cuba, gobernada por los herederos políticos y familiares de Fidel Castro, quien se pasó todo el año 1989 purgando su régimen como preparativo para una larga resistencia contra la democracia, cuyo éxito se sostuvo con repetidas rondas de salvaje represión.
La represión venezolana posterior a las elecciones se parece mucho a la del régimen iraní en 2009 y al ataque del dictador nicaragüense Daniel Ortega contra la disidencia en el año electoral de 2018.
Pero el gobierno de Biden sigue tratando la crisis venezolana como una preocupación de política exterior de segundo nivel. La Casa Blanca considera que la situación puede resolverse con una negociación, a pesar de la ambigua postura de los países vecinos a los que espera involucrar: México, Colombia y Brasil. Esos gobiernos de izquierda no pueden decir la verdad del todo –Maduro es un usurpador–, en parte como una acto reflejo de solidaridad con cualquiera que enarbole la bandera antiimperialista, y en parte porque en un mundo donde la influencia de Estados Unidos está en baja, también tienen que cubrir sus apuestas.
Charles Lane
Traducción de Jaime Arrambide
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