La crisis con Harry y Meghan demuestra que en “la firma” real británica, los negocios familiares siempre mandan
A pesar del drama familiar, la historia de Harry y Meghan también trata sobre lo que sucede cuando una extranjera glamorosa se une a una empresa familiar establecida y recalcitrante
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NUEVA YORK.- Cuando Meghan, la esposa del príncipe Harry, se refirió a la familia real británica como “la firma”, en su dramática entrevista del domingo con Oprah Winfrey, la duquesa de Sussex estaba haciendo alusión a una institución que es tanto un negocio como una fantasía. Y ahora es un negocio en crisis, tras el deschave de la pareja ducal, que acusó de racismo y crueldad a los miembros de la familia.
El Palacio de Buckingham respondió el martes que “toda la familia está entristecida al enterarse hasta qué punto estos años fueron difíciles para Harry y Meghan”. Las acusaciones de racismo, dice el comunicado de palacio, son “preocupantes” y “si bien algunos recuerdos pueden variar, serán tomadas muy seriamente y la familia se ocupará de eso en forma privada”.
La historia de Harry y Meghan, por supuesto, es un drama traumático personal -de padres e hijos, hermanos y esposas, que se pelean por algún desaire, real o imaginario-, pero es también una historia de oficina, de lugar de trabajo: las dificultades de una recién llegada, glamorosa e independiente, que se suma a una empresa familiar establecida, recalcitrante y por momentos incomprensible.
La costumbre de referirse a la familia como “la firma” suele vincularse al príncipe Felipe, esposo de la reina Isabel, que popularizó su uso. Pero lo cierto es que la expresión es muy anterior, y data de los tiempos del rey Jorge VI, padre de la reina, que al parecer una vez declaró: “No somos una familia. Somos una firma”.
Y es una empresa cuyo plantel excede en mucho a los miembros de la realeza en sí, para abarcar a un ejército de secretarios privados, asistentes personales, mayordomos, choferes, sirvientes y lacayos, jardineros, y todos esos otros que manejan los palacios, y las vidas, de la realeza que habita en ellos.
Tan solo el Palacio de Buckingham tiene más de 400 empleados que se ocupan de todo, no solo del catering para las decenas de banquetes, meriendas de jardín y cenas de Estado que preside la reina, sino también de un inmenso aparato de relaciones públicas de tipo corporativo, que suele ser manejado por personal proveniente del mundo del periodismo y la política.
“Es muy difícil diferenciar entre la familia y la maquinaria”, dice Penny Junor, historiadora de la realeza. Los miembros de la familia, señala Junor, recurren a sus secretarios privados para tareas tan personales como invitar a sus padres o hijos a cenar.
“No es una familia que se caracterice por la buena comunicación entre sus miembros”, dice Junor. “Y ciertamente no saben cuidarse unos a otros.”
Cuando explican las razones de su defección, Harry y Meghan suelen apuntar contra la burocracia, más que contra sus parientes cercanos. Dicen, por ejemplo, que la oficina de prensa del palacio no protegió a Meghan de los agraviantes informes de los tabloides británicos, y que los asesores le dieron que no saliera a almorzar con amigos porque estaba sobreexpuesta mediáticamente, aunque durante cuatro meses la duquesa apenas había salido dos veces del Palacio de Kensington.
Harry habló de una especie de Estado profundo -la “institución”- que penetra en todos los aspectos de la vida diaria de la realeza y tiene prisioneros a los miembros de la familia real, como el príncipe Carlos y el príncipe Guillermo, quienes parecen cómodos dentro de su confinamiento.
“Mi padre y mi hermano está atrapados”, le dijo Harry a Oprah. “No pueden salir, y eso me inspira una enorme compasión.”
El poder de la burocracia palaciega quedó expuesta a plena luz pocos días antes de la difusión de la entrevista, cuando el diario londinense The Times informó que Meghan había maltratado a miembros de su personal. Al parecer, Meghan habría hecho llorar a sus asistentes más jóvenes y habría despedido a dos colaboradores personales. El vocero de la duquesa desestimó las acusaciones y las calificó de “magnicidio mediático”.
Las relaciones con los colaboradores siguieron siendo turbulentas incluso después de que los hermanos Guillermo y Harry separaron a sus respetivos equipos de personal, y el motivo solía ser la cobertura negativa que recibía Meghan en la prensa. La decisión de la pareja de renunciar a sus deberes reales y abandonar Gran Bretaña, anunciada en enero de 2020, tomó desprevenido a su personal y terminó con el despido de todos ellos.
Pero las tensiones no solo se fueron caldeando dentro del equipo de colaboradores de la pareja, sino también en el seno de los otros hogares de la familia real, tanto en Buckingham, donde vive la reina, como en Clarence House, residencia del príncipe Carlos.
El nudo del conflicto entre la pareja y la familia para por las relaciones con la prensa. A pesar de su difícil historia personal, el príncipe Carlos ha cultivado mejores relaciones con los temibles tabloides británicos que Harry y Meghan, que han cortado relaciones y entablado demandas judiciales particulares contra varios de ellos.
Harry -que acusa a la rapaz cobertura periodística de la muerte de su madre, Diana, en un accidente de autos en París en 1997-, denunció que entre su familia y los tabloides hay “un contrato invisible”. “Si estás dispuesto a sentarte a comer y a beber con los periodistas, y a darles acceso a todo lo que quieren saber, te hacen mejor prensa”, dijo Harry ante Oprah.
También dijo que a su padre y otros miembros de la familia los aterra que la prensa sensacionalista se ponga en su contra. La supervivencia de la monarquía, dijo Harry, depende de mantener cierta imagen ante el pueblo británico, una imagen que es propagada por los tabloides de difusión masiva. Al igual que en la Casa Blanca, el palacio permite el acceso de una rotación de periodistas que hacen la crónica de los encuentros y ceremonias donde participa la reina.
“Es un control a través del miedo que existe desde hace generaciones”, dijo Harry. “Literalmente: generaciones.”
Es verdad, dice los historiadores, que las relaciones entre la familia real y los tabloides se remontan a la década de 1920. Y ese “entente” ha sabido ser beneficioso para ambas partes: la familia real obtiene difusión para sus actividades -lo que ayuda a justificar su financiamiento a través de dineros públicos., y los tabloides se aseguran un desfile constante de príncipes, princesas, duques y duquesas para vender ejemplares.
“La monarquía no puede sobrevivir sin los medios, pero ¿cómo manejarse con los medios?”, se pregunta Edward Owens, historiador y autor de libros sobre la realeza.
Harry y Meghan, dice Owens, son apenas los últimos eslabones de una larga cadena de miembros de la familia real cuyas angustias personales han sido divulgadas como un costo propio de sus deberes reales. Ese sacrificio, dice Owens, es una parte fundamental de aquello a lo que Jorge VI llamaba “la firma”. Y ante la opinión pública, ese sacrificio ha servido para justificar todos los privilegios que conlleva ese trabajo.
Referirse a la familia como “la firma”, dice Owens “deja en claro que los lazos familiares están en segundo plano, y que primero está el deber y el negocio de la familia real.”
Traducción de Jaime Arrambide
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