La COP26 sella un acuerdo para acelerar la lucha contra el cambio climático
Los países adoptaron el “Pacto de Glasgow” para acelerar la lucha contra el cambio climático y esbozar las bases de su futura financiación, pero sin garantizar el objetivo de limitar el calentamiento global +1,5ºC; Guterres, disconforme con lo acordado
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PARÍS.– El tradicional martillo de los presidentes de las COP resonó la noche del sábado en Glasgow, un día después de lo previsto, signo de que los 197 países de Naciones Unidas que asistieron a la 26 Conferencia del Clima habían llegado a un acuerdo. “Imperfecto” e “insuficiente” para muchos, si bien el texto final no representa el cambio radical para la humanidad que reclamaban la sociedad civil y los científicos, al menos constituye un paso más hacia mayores esfuerzos en la lucha contra el calentamiento.
“Es imposible dejar que lo perfecto se convierta en enemigo de lo bueno”, declaró el enviado especial norteamericano, John Kerry, consciente de las lagunas que contiene el acuerdo.
Es verdad, la COP26, que terminó sus trabajos este sábado en la capital escocesa, había sido calificada de “momento histórico” para nuestro destino, de “cumbre decisiva”, incluso de “reunión de la última chance”. Nada de eso sucedió.
Pocos minutos después de anunciado el pacto, desilusionado, el mismo secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, advirtió que el mundo sigue a las puertas de una “catástrofe climática”. Lejos del objetivo fijado de no sobrepasar el +1,5°C de calentamiento hasta fines de siglo, los nuevos compromisos de reducción asumidos por los Estados durante la conferencia solo permitirán reducirlo del +2,7°C previsto por los científicos a +2,4°C.
La conferencia, que se realizó con un año de atraso debido a la crisis sanitaria, consiguió avanzar en los esfuerzos de reducción de emisiones de gas con efecto invernadero y mencionar por primera vez en el texto final la lucha contra las energías fósiles, principal causa del calentamiento. También consiguió establecer reglas para la aplicación de los Acuerdos de París, en suspenso desde hace seis años.
Por el contrario, la COP26, marcada por una profunda desconfianza entre países del norte y del sur, no supo responder en forma suficiente a las necesidades financieras de los Estados vulnerables, en primera línea de un cambio climático del que no son responsables, debido al bloqueo de las naciones más ricas.
Durante la última reunión plenaria la mayoría de los países presentes, aun juzgando las decisiones finales “imperfectas” y “decepcionantes”, estimaron que el “pacto climático de Glasgow” permite responder al mandato de la COP: “conservar en vida” el objetivo de no superar 1,5°C de calentamiento con respecto a la era preindustrial, el ambicioso límite fijado en la COP21 de París en 2015.
“Esas decisiones contienen pasos concretos para el futuro y etapas muy claras para ponernos en el camino que conduce a los objetivos de los Acuerdos de París”, afirmó Alok Sharma, presidente de la conferencia de Glasgow, sin omitir las dificultades de llegar a un acuerdo entre casi 200 países.
La sociedad civil fue más severa: “Ha sido una COP del norte, que refleja las prioridades de los países ricos y no demostró real solidaridad”, lamentó Aurore Mathieu, responsable de políticas internacionales de la Red Action Clima.
La decisión principal adoptada este sábado solicita a los países que revisen sus compromisos de reducción a partir de 2022 y no a partir de 2025 como se había previsto en París. Un avance que trataron de bloquear en vano Arabia Saudita, China e India. El texto agrega, no obstante, una condicionalidad: “Teniendo en cuenta las diferentes circunstancias nacionales”. Los Estados deberán también someter a la ONU antes del año próximo estrategias a largo plazo para respetar sus respectivos compromisos de reducción y neutralidad carbono.
El acuerdo final también menciona por primera vez las energías fósiles, responsables del 90% de las emisiones a efecto de invernadero. Los países son alentados a “acelerar los esfuerzos” hacia la “disminución” de la utilización del carbón “sin sistema de captura y almacenamiento del carbono” y el fin de las subvenciones “ineficaces” a las energías fósiles.
Esa formulación se vio, sin embargo, disminuida a último minuto por India y China que, en un golpe de póker, consiguieron hacer cambiar, en nombre de su “derecho al desarrollo”, el término “salir” del carbón por “disminuir”.
Por el contrario, el texto final no registra ningún progreso sobre la espinosa cuestión de las llamadas “pérdidas y daños”, es decir, los efectos irreversibles del cambio climático (huracanes, inundaciones, sequías, etc.) a los cuales es imposible adaptarse. Los países en desarrollo son los que padecen con más severidad esos problemas, aun cuando sean los menos responsables.
El esfuerzo desplegado por sus representantes para obtener la creación de un “sistema de financiación” para hacer frente a esas pérdidas y daños, se estrelló con la firme oposición de Estados Unidos y la Unión Europea (UE). Principales responsables del cambio climático, los países ricos temen que el reconocimiento de esos perjuicios abra la puerta a juicios y demandas de compensación financiera.
En el crucial capítulo de la financiación, el acuerdo final tampoco avanzó demasiado. Los países ricos, que prometieron hace 12 años movilizar 100.000 millones de dólares para ayudar a las naciones en desarrollo a adaptarse a los cambios climáticos a partir de 2020, recién alcanzarán ese objetivo en 2023. El texto de Glasgow no responde al interrogante del lucro cesante de los países vulnerables hasta ese momento.
“El resultado es débil y el objetivo de +1,5°C sobrevivió. Pero una señal ha sido enviada: la era del carbón se terminó. Y eso cuenta”, dijo anoche la responsable de Greenpeace, Jennifer Morgan.
Pero el verdadero test comienza ahora, cuando los países deban traducir sus compromisos en acciones. Las COP27 y COP28, respectivamente organizadas en Egipto y los Emiratos Árabes Unidos en 2022 y 2023, tendrán el arduo trabajo de poner fin a “30 años de bla-bla-bla” de los responsables políticos, denunciados ayer una vez más por la joven líder sueca Greta Thunberg.
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