La confesión del asesino que mató a sus padres y compañeros porque Walt Disney le “implantó un chip en la cabeza”
Tenía solo 15 años cuando también hirió a otras 25 personas; su caso fue utilizado en los Estados Unidos como argumento para encarcelar de por vida a los menores
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Antes de ingresar a la escuela secundaria Thurston en Springfield, Oregón, y abrir fuego contra Ben Walker, de 16 años, y Mikael Nickolauson, de 17, quienes murieron por los disparos, la noche anterior Kip Kinkel había matado también a sus padres.
Durante la balacera escolar, ocurrida el 21 de mayo de 1998, también fueron heridos otros 25 estudiantes. Cuando Kinkel había efectuado 50 disparos en la cafetería de la escuela, fue neutralizado por otros estudiantes y detenido por la policía. Tenía solo 15 años y al año siguiente fue condenado por un tribunal norteamericano a 111 años de prisión sin libertad condicional.
Dos décadas después, el homicida de Thurston rompió el silencio y habló por primera vez con Huffington Post.
Kinkel, que ahora tiene 38 años, dijo que siente “tremenda, tremenda vergüenza y culpa” por lo que hizo en 1998, y que también se sentía culpable por el impacto que sus acciones han tenido en los delincuentes jóvenes. Su caso fue paradigmático y se utiliza con frecuencia como argumento en contra de las reformas progresistas que buscan morigerar el régimen penal de los jóvenes delincuentes.
Pero Kinkel no era un joven más, ya que padecía un trastorno mental que no había sido diagnosticado en el momento del múltiple homicidio. Cuando compareció ante el tribunal, se declaró culpable, ya que todavía negaba su reciente diagnóstico de esquizofrenia paranoide y quería que el caso se resolviera lo antes posible, consignó el sitio británico Lad Bible.
Kinkel fue condenado a 111 años y ocho meses de prisión por sus delitos, por más que se hubiera demostrado que vivía con esquizofrenia paranoide no diagnosticada en el momento de los crímenes. El muchacho asegura que experimentaba alucinaciones auditivas desde que tenía 12 años.
En el reportaje al HuffPost, realizado por la periodista Jessica Schulberg, quien lo entrevistó en varias oportunidades, Kinkel reveló que en esa época se había obsesionado con los cuchillos y las pistolas y que creía que el gobierno de los Estados Unidos y Walt Disney le habían “implantado un microchip dentro de la cabeza”.
Esta es la primera vez que brinda una entrevista sobre sus crímenes, habiéndose negado a hablar con la prensa durante todo este tiempo para evitar causar más trauma a sus víctimas y sus familias.
Pero Kinkel ha decidido hablar ahora con la esperanza de ayudar a los jóvenes delincuentes a tener una segunda oportunidad. “Soy responsable del daño que causé cuando tenía 15 años. Pero también soy responsable del daño que estoy causando ahora que tengo 38 años por lo que hice a los 15”, confesó.
El dijo que su “mundo estalló” y entró en crisis después de que lo atraparon con una pistola ilegal en la escuela, un episodio que lo enfrentó a una posible expulsión y a un cargo de delito grave.
El día después de que lo encontraron con el arma, Kinkel mató a sus padres, y al día siguiente fue a la escuela con un plan para “matar a todos”. Ahora dice: “Siento tremenda, tremenda vergüenza y culpa por lo que hice. Odio la violencia de la que soy culpable”.
El equipo legal que trabaja en el caso de Kinkel presentó una petición en la corte federal a principios de este año, con el argumento de que su declaración de culpabilidad no se hizo voluntariamente ya que “había estado sin su medicación durante semanas”.
Sus abogados agregaron que “condenar a un menor a morir en prisión porque padece una enfermedad mental es una violación de la Octava Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos”, la cual prohíbe que el gobierno federal imponga “castigos inusuales o crueles”.
Cuando Schulberg le preguntó a Kinkel si esperaba salir de la cárcel alguna vez, él dijo: “Creo que hay formas diferentes de responder a eso”.
“A través de muchos años de terapia y trabajo por mi cuenta, he aprendido que realmente necesito tener cuidado con las expectativas. Así que no quiero tener falsas esperanzas”, aseguró.
“Pero la esperanza siempre es realmente importante. Entonces, por supuesto, siempre hay una sensación de que tal vez pueda dejar un entorno como este que es miserable, y está diseñado para atormentar e infligir, básicamente, dolor en mi cuerpo y alma. Dicho esto, no sé cómo será. Entonces, no me permito pasar demasiado tiempo pensando en eso porque creo que en realidad puede traer más sufrimiento”, finalizó.
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