Se trata de un mítico asentamiento en la selva brasileña que llevó al explorador Percy Harrison Fawcett a su misteriosa desaparición
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Según creía Gabriel García Márquez, el autor de Cien años de soledad y premio Nobel de Literatura, la leyenda de El Dorado fue un invento de los indígenas americanos para engañar a los españoles y evitar así la conquista. Sin embargo, esa leyenda persiguió a muchos exploradores y científicos durante siglos: una ciudad fantástica dentro de alguna selva sudamericana en la que sus pobladores iban cubiertos de oro.
Tanto así, que incluso a finales del siglo XIX, cuando la exploración estaba en su máximo apogeo, investigadores europeos e incluso locales se internaron en las densas selvas del continente para encontrar ciudades legendarias que se le parecieran.
Uno de los exploradores más famosos en esa búsqueda fue el británico Percy Harrison Fawcett, quien viajó a la Amazonia con el objetivo de dar con una locación que contenía una civilización extraordinaria y que él llamó en sus diarios “la ciudad perdida de Z”. Sin embargo, al igual que otros exploradores de su tiempo, Fawcett desapareció sin dejar rastro en 1925, en medio de una de sus aventuras por la selva brasileña.
Aunque su obsesión por aquella ciudad imaginaria nunca pudo ser recompensada, las observaciones que imprimió en sus diarios sirvieron para conocer más sobre uno de los lugares más inhóspitos y remotos del planeta: la selva amazónica. Su fama llegó a tanto que algunos señalan que fue la inspiración del arqueólogo más famoso de Hollywood: Indiana Jones.
“Creo que uno de los méritos que le podemos dar a Fawcett es que él de verdad creía que los indígenas en América eran capaces de construir grandes ciudades y civilizaciones, al contrario de lo que creían los científicos en Europa en aquel entonces”, le dijo a BBC History Magazine David Grann, autor del libro La ciudad perdida de Z. Pero, ¿de dónde salió la obsesión de Fawcett por una ciudad pérdida en la Amazonia? Todo comenzó con un asunto limítrofe entre Bolivia y Brasil.
Espía y militar
Fawcett nació en Torquay, una ciudad costera en el sur de Reino Unido, en 1867. Fue parte del ejército británico y, a finales del siglo XIX, fue enviado a Marruecos para desarrollar varios trabajos de espionaje.
De acuerdo con los diarios y las cartas que le enviaba a su esposa, Nina, debido a su trabajo como trazador de rutas en África y algunas regiones de Europa, el gobierno boliviano decidió contratarlo en 1906 para hacer los mapas de una región que era bastante rica en minerales. Minerales como oro y diamantes. Todo esto, en el marco de la fiebre del caucho. Su trabajo allí, según relató Fawcett, fue difícil: el terreno era hostil, además de que le tocaba lidiar con serpientes e insectos.
También señaló que tenía dificultades con los habitantes de estas regiones, quienes vieron en Fawcett y su equipo a posibles saqueadores o traficantes de personas, que iban a secuestrar a algunos para volverlos esclavos. Pero, a pesar de estos inconvenientes, el expedicionario logró finalizar la tarea en tiempo récord: seis meses.
A lo largo de los años regresó a Sudamérica -al menos cinco veces-, a realizar trabajos similares en Perú y Brasil. Allí se destacó no solo por su resistencia a los rigores de la selva (algunos de sus acompañantes morirían en dichas travesías), sino que aprendió a tener una buena relación con las comunidades indígenas. Y estando allí es cuando comienza a escuchar de civilizaciones escondidas y ciudades selváticas míticas. Pero sus empeños por hacer una exploración más profunda en este sentido se vieron interrumpidos por el inicio de la I Guerra Mundial.
Ciudad Z
Cuando comenzó a escuchar los relatos sobre ciudades misteriosas repletas de minerales, de El Dorado y otras leyendas, Fawcett se encontró con una que le llamó su atención. Mientras buscaba documentos olvidados en los folios de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, descubrió un manuscrito de un marinero portugués que describía las ruinas de una ciudad que alguna vez había sido una gran metropólis, que el autor había encontrado en 1753.
El marinero describía que la ciudad estaba en ruinas y daba algunas indicaciones de su ubicación en la región del Mato Grosso, en el este de Brasil. Además, en su recorrido por la Amazonia el inglés se encontraría después con restos de vasijas de barro y otros objetos que supuestamente provenían de esta ciudad. Y aunque ya tenía una idea de la ciudad perdida de Z, no fue sino cuando terminó la guerra que la búsqueda de este lugar se convirtió en una obsesión.
“Antes de ir a la guerra, Fawcett era un hombre racional, pero al estar en batallas como la de Somme presenció lo que para él era el colapso de la civilización occidental”, señala Grann. “Y es allí donde decide encontrar esta ciudad escondida, casi imaginaria, como antídoto para todo el horror que había presenciado en la guerra”, agrega.
En 1921, emprendió una expedición casi en solitario para hallar Z, pero el proyecto fracasó y debió regresar enfermo a Reino Unido y en una situación financiera muy precaria. Sin embargo, su fama de explorador era vasta y eso le permitió recaudar fondos para intentar otra expedición. A finales de 1924, hizo un viaje junto a su hijo Jack y un amigo de este. Después de varios meses de preparación, finalmente en mayo de 1925 se internaron en la selva en la búsqueda de la ciudad Z.
El 29 de mayo, Fawcett le escribió a su mujer: “Espero estar en contacto con esta vieja civilización dentro de un mes... No debes tener miedo al fracaso”. Nunca más se volvió a saber de él, de su hijo ni de su equipo.
Rastros
Aunque el relato se podría resumir como un acto de obsesión, lo cierto es que en el lugar donde se presume habría desaparecido Fawcett se encontraron rastros de antiguos asentamientos humanos. “Lo sorprendente es que arqueólogos que trabajan en la Amazonia, incluso en la misma zona donde Fawcett creía que encontraría su ciudad, han hallado evidencia notable de ruinas antiguas”, dijo Grann.
“En el área donde Fawcett desapareció y estaba buscando la ciudad Z, encontraron 20 asentamientos precolombinos, conectados por calzadas, que tenían restos de puentes, fosos y elaborados sistemas de riego”, agregó. Aunque decenas de personas viajaron desde Reino Unido hasta la selva amazónica en distintos momentos para intentar encontrar a Fawcett, sus restos nunca fueron hallados ni se logró determinar cuál había sido su suerte.
Pero su leyenda ya era grande antes de su desaparición: se cree que la novela El mundo perdido, de Arthur Conan Doyle (el mismo de Sherlock Holmes), estaba basada en la historia de Fawcett. Y se cree que esta novela fue una de las inspiraciones que tuvo George Lucas para la creación de otro arqueólogo legendario, pero en el cine: Indiana Jones. Como él, Fawcett utilizaba el látigo en sus expediciones.
De hecho, el famoso Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia (que inspiraría la película del mismo nombre), se ofreció acompañarlo en su travesía por la Amazonía, pero al final no se concretó. Su historia superaría los años. En 2017 se estrenó La ciudad perdida de Z, dirigida por James Gray (el mismo de Ad Astra), que narra la travesía de Fawcett. Pero la obsesión del explorador británico va más allá de lo anecdótico.
“Con los años y el trabajo de Fawcett se ha cambiado no solo la forma en que vemos el legado de quien fue uno de los más grandes exploradores de su tiempo, sino que también se ha transformando nuestra visión de cómo era América antes de la llegada de Cristóbal Colón”, concluyó Grann.
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