El filicidio de una princesa en manos del rey volvió a Geel el lugar de referencia para personas con enfermedades mentales y neurológicas; la experiencia de este pueblo y sus habitantes es objeto de estudio de los especialistas
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Hace unos 1400 años, una princesa llegó a la aldea de Gheel (hoy Geel, un municipio en la parte flamenca de Bélgica). Se llamaba Dimpna, había nacido en algún momento del siglo VII en el reino irladés de Orie y era hija del rey Damon, adorador de los antiguos dioses de los celtas.
Su madre era devota de la nueva fe que había llegado a esos lares dos siglos antes y se llamaba cristianismo. Su nombre se perdió en el camino, pero se dice que era hermosa, virtuosa y amorosa. Cuando murió la señora, su esposo enloqueció del dolor. Lo más terrible fue que desarrolló una fijación: la única mujer que podía tomar el lugar de su difunta esposa era su hija. Dimpna, aterrada, no tuvo más opción que huir, con su sacerdote, el padre Gerebernus. En vano. Su padre la encontró.
El rey Damon llegó a Geel y, en un último esfuerzo por convencerla de que se casara con él, ejecutó a su sacerdote frente a ella. Como ella volvió a negarse, la decapitó con su propia espada.
El lugar del martirio de la princesa Dimpna, quien empezó a ser venerada como una santa, se convirtió con el tiempo en escenario de un excepcional programa de psiquiatría social que surgió a raíz de su muerte.
Milagrosa
Personas con enfermedades mentales, epilepsia, trastornos neurológicos y diferencias cognitivas empezaron a peregrinar a Geel. No se sabe con certitud la razón por la cual se convirtió en la santa patrona de las personas con este tipo de vulnerabilidades.
Una versión de la historia cuenta que Dimpna había fundado un hospicio para pobres y enfermos al llegar a la aldea, y que los afectados por estas dolencias se curaron inmediata y milagrosamente en el momento de su muerte. Otras versiones interpretan su sacrificio como una forma de luchar contra el diablo, pues en esa época se creía que los “locos” como su padre estaban poseídos.
O quizás fue porque algunos santos protegen de aquello que los hizo sufrir o los mató, y Dimpna, literalmente, perdió la cabeza.
Lo cierto es que la trágica historia de la princesa que murió a manos de su padre cuando tenía apenas 15 años, así como las de sus curaciones milagrosas, se difundieron de boca en boca y de región en región.
Bajo su techo
La primera iglesia dedicada a Santa Dimpna se construyó en 1349, unos 100 años después de que Petrus van Kamerijk, un canónigo de Cambrai, registrara su leyenda basada, según indicó, en una larga tradición oral y una historia convincente de curaciones inexplicables y milagrosas.
La afluencia de peregrinos ilusionados aumentó drásticamente y, a mediados del siglo XV, la iglesia decidió agregar un dormitorio para albergarlos. Eran sometidos a una novena, nueve días durante los cuales tenían que cumplir con ciertos rituales que incluían desde confesarse tres veces al día y arrastrarse por el suelo debajo del sarcófago de la santa hasta pesarse para luego pagar su peso en granos de cereal que debían mendigar y entregar a la iglesia.
Aunque algunos se aliviaban y se iban, muchos se quedaban por años o para siempre, así que llegó el momento en el que el alberge no dio abasto y los aldeanos empezaron a recibirlos en sus casas, por caridad, y porque les servían para trabajar en las casas o el campo.
Así, comenzó la tradición de los habitantes de Geel de acoger en su tierra y bajo sus techos a esos extraordinarios huéspedes a los que integraban, a cambio de una pensión, en sus actividades domésticas y agrícolas.
Con el paso del tiempo, los peregrinos dejaron de ser “locos” y pasaron a ser “invitados” o “huéspedes” que formaban parte de la vida y la cultura del pueblo. Y de las familias: los niños crecían con ellos en sus hogares de manera que lo inusual era parte de su cotidianidad, y cuando crecían, muchos asumían el cuidado de los huéspedes de sus padres o acogían nuevos.
Así esa tradición, perpetuada de generación en generación, fue reduciendo el estigma contra la enfermedad mental, normalizando comportamientos que en otros lugares generarían desconfianza y hasta temor.
Metamorfosis
A finales del Medioevo, la “locura”, que hasta entonces se había considerado como un asunto doméstico que debían resolver las familias o iglesias, empezó a verse como un problema de salud pública en el resto de Europa.
Durante el Renacimiento, los “lunáticos” eran encerrados en manicomios o prisiones, no para curarlos sino para excluirlos. Con la llegada de la Revolución Industrial y la disolución de muchas sociedades agrarias, se multiplicaron el número de gente y las razones para confinar a quien fuera considerado una carga.
Pero pronto llegó la Ilustración y con ella una ola de reformas en el tratamiento de la salud mental. Los aliensitas, médicos especializados en desórdenes mentales precursores de los psiquiatras, quisieron humanizar el trato de los pacientes promoviendo la idea de asilos en los que estas personas podían escapar de las presiones de la sociedad y acceder a diversas terapias.
A esos radicales les intrigó la experiencia de Geel y se desató un gran debate sobre si ese sistema liberal de atención era beneficioso o no.
Hubo una lluvia de opiniones. Un estudio de campo comisionado por la Société Médico-psychologique en 1860, por ejemplo, informó que “Cada enfermo es abandonado a sí mismo, a sus caprichos y a la marcha natural de su delirio y nadie le lleva la contraria”.
Tras plantear ajustes para mejorar la colonia, concluyó que “tiene más que ganar Gheel aproximándose a los manicomios que estos aproximándose a Gheel”.
Y mientras algunos se mostraron profundamente escépticos de que campesinos analfabetos pudieran tratar a los pacientes mejor que médicos profesionales, otros disentían. Para el francés Philippe Pinel, a veces denominado el padre de la psiquiatría moderna, “los granjeros de Gheel son posiblemente los médicos más competentes; son un ejemplo de lo que puede resultar ser el único tratamiento razonable de la locura y lo que los médicos desde el principio deberían considerar como ideal”.
Desde entonces, la “cuestión de Geel”, como se conoce el debate, ha permanecido en el corazón de la psiquiatría, y el péndulo continúa oscilando entre estos puntos de vista polarizados.
Nueva era
En 1850, el gobierno belga reemplazó a las autoridades eclesiásticas en la supervisión de la colonia de Geel con una nueva dispensación estatal que combinaba elementos de ambas perspectivas. Las familias recibían un modesto pago estatal, a cambio del cual debían someterse a la inspección y regulación de las autoridades médicas.
Hasta entonces, ni los huéspedes ni las familias recibían el apoyo necesario, por lo que estas últimas a veces recurrían a las cadenas o los golpes para controlar a huéspedes rebeldes o violentos, todo lo cual fue prohibido.
En 1861, apareció un hospital en las afueras del pueblo, un elegante edificio diseñado para parecer más una mansión en la campiña que una prisión.
Fue la primera base física del “sistema de dos capas” -cuidado familiar respaldado por una red de seguridad médica- que se siguió desarrollando y recalibrando constantemente, reflejando los avances en psiquiatría.
Hoy, Geel sigue siendo virtualmente único como un lugar donde los habitantes con enfermedades mentales llevan una vida normal y útil en los hogares de los residentes locales y en la ciudad.
Las instalaciones psiquiátricas de OPZ Geel son de primera categoría y el eje de la excepcional configuración. Psicólogos, psiquiatras, enfermeras y trabajadores sociales están disponibles las 24 horas para administrar servicios de salud mental, con un enfoque no intervencionista. Pero no se limita a atender.
En algún momento, por ejemplo, el hospital estableció una serie de negocios comerciales, como una granja y una tienda de bicicletas, para que los pacientes pudieran trabajar algunas horas a la semana, recibiendo un pago por el trabajo que realizaban. También hay un centro de actividades para sus pasatiempos diarios.
La tradición centenaria de tolerancia y la falta de estigma hacia las enfermedades mentales también han sido clave de su éxito, no solo de las familias, sino de la sociedad en general.
Así como son
El programa conlleva un cuidadoso proceso de selección, comenzando por asegurarse de que el paciente sea capaz de vivir fuera del hospital. Los pacientes pasan un tiempo en observación, para establecer cómo se comportaría con la familia (¿está a salvo en un lugar con una cocina?) y cuán preparado está para llevar una vida cotidiana en la ciudad (¿conoce las reglas de tráfico?, ¿puede ir a una tienda?).
Luego son colocados con las familias que tengan las características apropiadas: algunos, por ejemplo, se benefician en ambientes más aislados; otros, más sociables. A las familias, además de darles instrucciones sobre las medicinas que deben tomar, les explican qué comportamientos inusuales son normales y cuándo pedir ayuda.
La idea del modelo es que los pacientes puedan ser como son, y que sean aceptados, le explicaron al psiquiatra Raj Persaud cuando visitó Geel para la serie de la BBC “Travels of the Mind”.
A diferencia de la experiencia en las clínicas con profesionales, no existe la expectativa de que cambien, y se les brinda la oportunidad de vivir en una situación normal, donde tienen cierta responsabilidad, y también respeto por sí mismos.
Aunque la experiencia es que los síntomas se reducen al vivir fuera de instituciones, muchos siguen experimentando alucinaciones. Por supuesto que si la situación se torna extrema, el paciente puede ser llevado de vuelta al hospital para un curso corto de tratamiento.
Pero, en su mayor parte, son las familias las que lidian con comportamientos extraños a su manera. Un ejemplo que le dieron al doctor Persaud fue el de un paciente que disfrutaba corriendo desnudo. Como no era aceptable que lo hiciera por la casa o por la calle, la familia construyó una pared en el jardín y cada vez que sentía la necesidad de correr desnudo, simplemente iba detrás de la pared, lo hacía y luego se volvía a vestir y regresaba.
Así, Geel ha mantenido la costumbre de antaño de convivir con los enfermos mentales crónicos, interrumpida en otros lugares con la institución de asilos, mejorándola exponencialmente con los avances de la ciencia.
Su experiencia sigue llamando a los especialistas a plantearse esa “cuestión de Geel”: ¿deben ser los enfermos mentales confinados o existe la posibilidad de un enfoque más amable que incluya la reintegración a la vida comunitaria?
Tras visitar Geel, el destacado neurólogo Oliver Sacks se decantó por la segunda opción y concluyó que la respuesta era aceptar la enfermedad mental como una individualidad, en lugar de una discapacidad estigmatizante. Hacerlo, sin embargo, requeriría cambiar el (resto del) mundo.
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