La cara oscura de la política en Grecia
PARÍS.- No, amigos griegos, pese a lo que se oye por todas partes y a lo que pregonan en Francia esos que aconsejan pero nunca pagan, como los Le Pen y los Mélenchon, el referéndum del domingo pasado no fue "una victoria de la democracia".
Primero porque la democracia, y ustedes lo saben mejor que nadie, es mediación, representación, delegación regulada de las voluntades y los intereses. No necesariamente un referéndum. O, si lo es, sólo excepcionalmente, cuando los representantes están contra las cuerdas, cuando han perdido la confianza de sus gobernantes.
¿Acaso era éste el caso? ¿El señor Alexis Tsipras estaba tan debilitado que no tuvo más remedio que descargar su responsabilidad sobre su pueblo y caer en esta democracia de excepción que es la democracia plebiscitaria? ¿Y qué ocurriría, dicho sea de paso, si cada vez que se enfrentan a una decisión que no tienen el valor de asumir, los socios de Grecia suspendieran las conversaciones y pidieran ocho días para que el pueblo zanjase la cuestión?
Lo que vimos fue una consulta chapucera. Sin una verdadera campaña. Una pregunta opaca o incomprensible. Un llamado al no que no se sabía lo que significaba, pues del "no al euro" de los primeros momentos al sí del domingo, pasando por el no a unas propuestas de los acreedores que no se explicaban, cambió de sentido tres veces en ocho días. La antigua Grecia contaba con dos palabras para nombrar al pueblo. El demos de la democracia. El laos de la muchedumbre y de la demagogia plebiscitaria. Con su pueril llamado a transferir sobre sus conciudadanos europeos la carga de sus errores y de su reticencia a la reforma, Tsipras se inclina claramente por el segundo sentido, la cara oscura de la política en Grecia.
Pero, una vez más, ¿de qué democracia hablamos? ¿La Unión Europea no es ese espacio pacificado en el que aprendimos a reemplazar precisamente la eterna lógica del pulso por la de la negociación y el compromiso? ¿No es, pese a sus defectos, ese lugar de invención democrática en el que, por primera vez en siglos, intentamos resolver nuestras discrepancias mediante la escucha, el diálogo y la síntesis de puntos de vista, y no mediante la guerra política y el chantaje? ¿Y en virtud de qué perversión intelectual se puede ver un acto de "resistencia" en ese corte de mangas dirigido a 18 países, algunos de los cuales atraviesan por situaciones no menos difíciles que Grecia?
Pues éste es otro misterio. Desde el domingo, todo el mundo se comporta como si Tsipras fuera el último demócrata de la eurozona. Y como si hubiese tenido que afrontar a una camarilla "totalitaria" (señora Le Pen) ante la cual habría "resistido" valientemente (señor Mélenchon). Pasemos por alto su pacto de gobierno con una derecha complotista (los Griegos Independientes) cuyos dirigentes no escatiman en diatribas contra gays, "los budistas, los judíos y los musulmanes", acusados de no pagar impuestos.
Y pasemos por alto el hecho de que, para conseguir que el Parlamento aprobase el plebiscito, no le haya importado obtener el apoyo neonazis de Amanecer Dorado, respaldo que descalificaría a cualquier otro dirigente europeo.
Sus 18 pares no son ni menos demócratas ni menos legítimos que él. Europa central atravesó el infierno de los dos totalitarismos, nazi y comunista, y no necesita recibir lecciones de legitimidad de nadie, y menos de él. Ni hablar de los valerosos países bálticos.
Esto no quiere decir que Europa tenga que despedirse de la patria de Pericles. Nada sería más triste que ver a este pueblo que tan caro pagó en otro tiempo su no al nazismo y, más tarde, al fascismo, pagar ahora por este pobre no que no es sino una sombra del otro. Ojalá los dirigentes de la eurozona tengan la suficiente sangre fría para comprenderlo y para ser más griegos que los griegos. Ojalá consigan evitarles el trago de verse confrontados, si las negociaciones fracasaran, a la verdadera y trágica significación de su referéndum.
© El País, SL
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