La calma social tras la derrota con Marruecos, un punto a favor del modelo de integración español
La tensa relación diplomática que mantienen ambas naciones, una historia de colonialismo, una crisis migratoria legendaria y el rol hispano en la disputa del país africano con su vecino Argelia por la región del Sahara Occidental
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BARCELONA.- Habida cuenta los disturbios en Bruselas después de la victoria de Marruecos contra Bélgica en el Mundial de fútbol de Qatar, el enfrentamiento de octavos de final entre España y su vecino del sur había generado inquietud en la prensa española. El hecho de que grupos de ultraderecha hubieran calentado el partido, y que en las horas previas fuera tendencia el hashtag “leña al moro” no auguraban nada bueno. Sin embargo, la eliminación de la roja se saldó sin ningún altercado.
En Barcelona, centenares de personas celebraron de forma pacifica el histórico triunfo de Marruecos en la fuente de Canaletas, lugar habitual de reencuentro de los aficionados del Barça tras la obtención de un titulo. El hecho de que, a causa del conflicto político con el Estado, muchos catalanes se sientan indiferentes hacia la “roja” calmó las posibles tensiones. Ahora bien, tampoco hubo incidentes en bares de toda España donde se reencontraron hinchas de ambos equipos.
Esta era la primera vez que había un partido de alto voltaje contra la selección de una nutrida comunidad de origen migrado. País históricamente de emigrantes, no fue hasta finales de los años 90 que España se volvió un país de acogida. Es solo ahora, dos décadas después, que emerge una generación ya adulta de hijos de aquellos primeros migrantes.
En otras naciones, como Francia o Países Bajos, ha habido notorios problemas de integración de la inmigración del Norte de África, que denuncia sufrir un racismo agudo por parte del Estado y la población. Por esta razón, la noche del martes se presentaba como una seria revalida para el modelo de integración español y la tolerancia de su sociedad. La normalidad de la velada se ha de interpretar como todo un éxito, porque nada es fácil entre Marruecos y España.
Las relaciones del gobierno español con su vecino del sur atesoran una historia larga y compleja que se arrastra hasta la actualidad. Durante el siglo pasado, una parte del territorio marroquí fue colonizado por Madrid, no sin antes librar sangrientas batallas. El proceso de descolonización de la franja del sur, el Sahara Occidental, se ha convertido en uno de los conflictos más intratables del mundo.
A mediados de los años 70, en los estertores del franquismo, España prometió a las tribus saharauis la celebración de un referéndum de autodeterminación para escoger si querían ser independientes o integrarse a Marruecos. Sin embargo, al percibir la debilidad del régimen, el astuto rey de Marruecos, Hassan II, ocupó el territorio. Se iniciaba entonces un conflicto armado con el Frente Polisario, apoyado por Argelia, todavía abierto y sin visos de resolución.
Esta es una de las cuestiones que han envenenado las relaciones entre Rabat y Madrid. La mala conciencia por la promesa incumplida a los saharawis ha creado un apoyo transversal en la sociedad española hacia la causa del Polisario, y el gobierno ha tenido que buscar un alambicado equilibrio entre las presiones de su opinión publica y las de su vecino, que no ha dudado en utilizar la inmigración ilegal como herramienta.
Después de cuatro décadas de neutralidad en el Sahara, el presidente Pedro Sánchez decidió dar un inesperado giro y pasar a apoyar las tesis de Rabat, declarando que su propuesta de autonomía para el Sahara era la más “seria, realista y creíble”. Con una de las decisiones más controvertidas de su presidencia, Sánchez intentaba poner fin a una crisis abierta con Marruecos por la recepción de un líder del Frente del Polisario, y que había coincidido con un sospechoso aumento de la migración irregular.
Ahora bien, este histórico giro no ha representado un salto cualitativo en las relaciones entre ambos países, pues no se han desencallado otros viejos conflictos, como la delimitación de las aguas territoriales en la zona de las islas canarias, o la normalización de comercio entre Marruecos y los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, que Rabat reclama como propios.
De hecho, para convencer a la opinión publica, el gobierno del PSOE aseguró que a cambio del giro en el Sahara Occidental había obtenido la renuncia de Marruecos a la soberanía de las dos ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. No obstante, pasados ya varios meses, nada en la actitud de Marruecos sugiere que esa afirmación sea cierta.
Sin duda, la tranquilidad en las calles tras el partido entre la “roja” y los “leones del Atlas” es un motivo para el optimismo, pero no cierra la puerta a futuros conflictos. En otros países, los llamados “problemas de integración” han llegado décadas después de la llegada de los migrantes norteafricanos, cuando sus hijos o nietos han visto que no eran tratados como iguales, que el racismo les impedía progresar en la sociedad. Y en España solo ahora esta creciendo la ultraderecha de VOX, con un discurso islamófobo que señala sobre todo a la migración marroquí. La más difícil reválida para el modelo de integración español todavía está por llegar.
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