La bomba de la cervecería: el carpintero que quiso matar a Hitler, falló y tuvo un cruel final
Fue la primera vez que atentaron contra el führer, antes de la Segunda Guerra Mundial; “Hubiera preferido que me mataran”, la frase que repetía en el campo de concentración
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A Adolf Hitler quisieron matarlo varias veces y todas ellas fallaron. Los atentados más conocidos contra el Führer fueron promovidos por sus propios camaradas hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando un grupo de militares disidentes supo que la derrota era un hecho y que la única manera de torcer el trágico destino de Alemania era eliminándolo físicamente.
Pero hubo un intento de asesinato que no tuvo que ver con una lucha facciosa dentro del régimen nazi y que podría haber cambiado la historia antes de que comenzara su desenlace fatal: la bomba en la cervecería Bürgerbräukeller de Munich del 8 de noviembre de 1939.
El autor del fallido atentado se llamó Georg Elser, un carpintero comunista de 36 años que había armado una poderosa bomba para acabar con Hitler y los fundadores del nazismo durante la celebración de un nuevo aniversario del Putsch de Múnich o Golpe de la cervecería, el intento de un grupo de alemanes fascistas encabezados por el autor de Mein Kampf para derrocar al gobierno socialdemócrata de la República de Weimar.
Del golpe de la cervecería al bombazo en la cervecería
La cervecería Bürgerbräukeller de Munich era un punto de encuentro masivo para los alemanes de Baviera. El emblema cultural del Oktoberfest tenía capacidad para casi dos mil personas y era también el sitio elegido por los principales fundadores del Partido Obrero Nacionalsocialista (NSDAP) para realizar un golpe de Estado mediante una movilización conducida por agitadores profesionales de la extrema derecha alemana.
Hitler, Rudolf Hess y otros nazis prominentes, la mayoría de ellos excombatientes de la Gran Guerra se habían inspirado en la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini y los fascistas italianos, en un contexto en el que Alemania sufría las consecuencias del Tratado de Versalles (1919) con pérdida de territorios y duras sanciones económicas.
El golpe de la cervecería fracasó, catorce nazis fueron muertos a tiros en la represión y Hitler fue preso junto con sus secuaces, pero lo que fue considerado un fracaso político militar se convirtió con el tiempo en una fecha de celebración del nazismo en el poder desde 1933.
De esta manera, cada 8 de noviembre el conductor del III Reich daba un extenso discurso en el salón principal de la cervecería Bürgerbräukeller para conmemorar a los “mártires nazis” y a su primer gran acto de violencia política.
Por eso, cuando el carpintero comunista supo que la plana mayor nazi se volvería a reunir en la cervecería de Munich comenzó a diseñar su brutal atentado. Pensó con acierto que con una bomba podría acabar con Hitler y con los jerarcas más importantes, y así evitar la guerra, a todas luces inevitable luego de la invasión alemana de Polonia realizada en septiembre de 1939.
Los atentados que no pudieron matar a Hitler
Elser comenzó a concretar su plan casi un año antes y durante treinta noches asistió a la cervecería de Munich como un cliente más. El carpintero se escondía antes del cierre y luego, cuando ya no quedaba nadie, se ponía a trabajar minuciosamente en el lugar donde estallaría la bomba: una columna cercana a la tarima donde se pronunciaban los discursos. Luego de trabajar toda la noche, se iba de la cervecería al amanecer por una puerta trasera.
Aquel miércoles 8 de noviembre de 1939 la bomba estalló a la hora señalada, destrozó todo el lugar y mató a tantas personas como Elser había pensado, pero Hitler y la plana mayor del gobierno nazi, entre ellos Ulrich Friedrich von Ribbentrop (ministro de Asuntos Exteriores), Hans Frank (gobernador de los territorios polacos ocupados) y Philipp Bouhler (el jefe del programa Aktion T4 para exterminar a los discapacitados alemanes), ya no estaban en la cervecería.
Imprevistamente, el líder nazi había terminado su discurso antes de tiempo y se había retirado del lugar, junto con Paul Joseph Goebbels y otros colaboradores, solo 13 minutos antes del estallido. El Führer había terminado su discurso a las 21.07, y la detonación ocurrió a las 21.20, tal como la había programado Elser.
Intentó huir hacia Suiza pero fue detenido al día siguiente del atentado. El carpintero nacido en Suabia tenía en un bolsillo las instrucciones para armar la bomba que finalmente mató a siete afiliados nazis y a una mesera, e hirió a otras sesenta personas, muchas ellas de gravedad. Se cree que Elser guardaba la prueba para evitar la extradición del gobierno suizo.
El joven que había optado por el horror para combatir al terror fue duramente torturado, primero en Múnich y luego en Berlín, a pesar de lo cual jamás admitió la participación de terceros en la planificación del magnicidio.
“Use todos los medios para que este criminal hable. Hágalo hipnotizar, dele drogas; haga uso de todo lo que han probado nuestros científicos. Quiero saber quiénes son los instigadores. Quiero saber quién está detrás de esto”, ordenó Heinrich Müller, el jefe de la Sección IV de la Oficina Central de Seguridad del Reich o Gestapo, a Walter Schellenberg, un alto cuadro del servicio de espionaje nazi SD, según se desprende del libro Bombardeo de Hitler: la historia del hombre que casi asesinó al Führer, de Hellmut G. Haasis.
“Razoné que la situación en Alemania solo podría modificarse con una remoción del liderazgo actual, me refiero a Hitler, Göring y Goebbels. No quería eliminar el nazismo, solo era de la opinión de moderar la política. Los objetivos se producirían a través de la eliminación de estos tres hombres”, confesó Elser, bajo tortura.
Y dijo además que pudo ingeniar el cronómetro para hacer estallar la bomba gracias a sus cuatro años de experiencia como operario en una fábrica de relojes de la ciudad de Constanza.
“La idea de eliminarlos se me ocurrió en 1938. Pensé que esto solo sería posible si los líderes estuvieran juntos en un mitin. Por la prensa me enteré de que la próxima reunión de líderes tendría lugar los días 8 y 9 de noviembre de 1938 en Munich”, agregó frente a sus torturadores.
El ebanista miembro de la Federación de Sindicatos de Trabajadores de la Madera fue confinado en el campo de concentración de Sachsenhausen, y luego en el de Dachau, con un trato privilegiado de “prisionero especial”.
Nadie creía que hubiera actuado solo y algunos incluso sospecharon de que era un agente financiado por los británicos, aunque jamás pudieron probarlo. “Hubiera preferido que me ejecutaran en el momento”, dijo más de una vez.
El 5 de abril de 1945, Heinrich Müller le envió un telegrama al Edward Weiter, comandante SS del campo de concentración de Dachau:
“Le ordeno que la eliminación de Elser sea en el más absoluto secreto y que muy pocas personas se enteren de tal acción. Me informará de su muerte de forma oficial en un telegrama que dirá lo siguiente: En tal fecha y hora, el prisionero Elser fue alcanzado y muerto por un ataque aéreo enemigo. Destruya este comunicado después de ejecutar mis órdenes”.
El 9 de abril de 1945, casi un mes antes de la rendición alemana en la Segunda Guerra Mundial y tras cinco años de confinamiento, Elser fue ejecutado con un disparo en la nuca.
En Alemania es considerado un héroe y un sello postal lleva impresa su frase más famosa:
«Quise evitar la guerra».
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