La reina Isabel, el motor detrás de la reinvención de los Windsor
LONDRES.– Exactamente a las 12.39 (hora de Londres ), cuando se convirtió en la esposa del príncipe Harry — sexto en la línea de sucesión—, Meghan Markle automáticamente ingresó en la familia más complicada, secreta y turbulenta del mundo. Pero gracias a la reina Isabel II, que la encabeza desde hace 66 años, los Windsor consiguieron la rara proeza de sortear todos los escollos de la erosión política de las últimas décadas.
La metamorfosis de una familia de origen germánico en símbolo de la unidad británica fue sin duda una de las operaciones de marketing político más exitosas del siglo XX. Por las venas de estos Windsor corre la misma sangre que tenía en las suyas la reina Victoria. Esa monarca, que gobernó el país desde 1838 a 1901, sintetizaba la herencia por alianza de su familia de Hanover con la casa de Sajonia-Coburgo y Gotha de su marido, Alberto. Pero su esencia no es la misma.
El nombre de la dinastía, por una parte, tuvo que ser oportunamente modificado por razones superiores: la supervivencia de corona.
El artífice de ese rebranding fue el rey Jorge V, que comprendió los riesgos que significaba —en plena Primera Guerra Mundial— mantener el nombre germánico de la corona mientras los tommies (sobrenombre de los soldados británicos) se hacían matar por los alemanes en los campos de batalla europeos. El 17 de julio de 1917, Jorge V decidió adoptar el nombre británico de Windsor.
Pero superada la tormenta política, la calma tuvo una efímera duración . La corona volvió a vivir otro momento crítico en 1936, cuando Eduardo VIII sucedió a su padre, Jorge VI.
Pocos meses después del comienzo de su reinado, el flamante monarca provocó una crisis constitucional cuando proyectó casarse con Wallis Simpson, norteamericana y dos veces divorciada, condiciones inaceptables para el primer ministro Stanley Baldwin y el establishment británico, apoyados por los dominios. El rechazo —según argumentaban— se debía a que los británicos nunca la aceptarían como reina.
Fue —en apariencia— la historia romántica más enternecedora de la primera mitad del siglo XX. Pero, el rechazo de la clase política a la boda fue, en la práctica, un verdadero putsch institucional. Eduardo sabía que el entonces primer ministro, Stanley Baldwin, estaba dispuesto a renunciar si se concretaba la boda, lo que amenazaba con arruinar irremediablemente la estabilidad de la monarquía constitucional, políticamente neutral.
En lugar de renunciar a su amor por Wallis Simpson para mantenerse en el trono, Eduardo optó por abdicar a la corona por amor. Con un reinado de sólo 325 días, fue uno de los monarcas de más corta duración en el trono en la historia británica y nunca llegó a ser coronado.
Su sucesor, Jorge VI, tuvo la pesada responsabilidad de mantener la estabilidad de la corona durante las oscuras horas de la Segunda Guerra Mundial, en los que su hija Isabel forjó su carácter.
En 1952 cuando accedió al trono a los 26 años con el nombre de Isabel II, estaba casada desde 1947 con Felipe Mountbatten, un marino de origen griego que había combatido en la Royal Navy durante la Segunda Guerra Mundial y era doble príncipe heredero de Grecia y Dinamarca por ser hijo de Andrés de Grecia y Dinamarca y de Alicia de Battenberg.
Durante sus 66 años en el trono —el reinado más largo en la historia británica— Isabel II atravesó más de una tormenta. La primera, acaso, estalló en octubre de 1955, cuando obligó a su hermana menor Margarita a renunciar a su amor por el capitán de aviación Peter Townsend, héroe de guerra pero divorciado. Aunque la princesa Margarita estaba decidida a renunciar a sus derechos dinásticos, la reina quería evitar que —con el casamiento de un miembro de la familia real con un hombre divorciado— volviera a traumatizar al país, como había ocurrido 20 años con su tío, Eduardo VIII.
El segundo drama se produjo en 1996. La princesa Diana y el príncipe Carlos , que se habían casado en 1981, decidieron divorciar en 1996 después de 10 años de desgarradoras relaciones conyugales salpicadas de infidelidades recíprocas, confesiones públicas y acusaciones a través de la prensa. Fue la primera vez que la familia real lavaba sus trapos sucios en público. El único saldo positivo de esos 15 años de matrimonio fue el nacimiento de los príncipes Guillermo y Harry.
La segunda tragedia fue la muerte de Diana —junto a su amante, Doddy al-Fayed—en un accidente de tránsito el 31 de agosto de 1997, en París. La fría reacción de la monarca frente a la desaparición de "la princesa de los corazones" hizo tambalear la corona. Isabel permaneció dos días en su castillo de Balmoral (Escocia) antes de comprender que el enorme homenaje popular tributado a Diana frente a las rejas del castillo de Buckingham podía convertirse en una bomba de tiempo para la corona. El fenómeno se agravó por la ausencia del príncipe Carlos.
El entonces primer ministro, el laborista Tony Blair, tuvo que convencerla de abandonar su reclusión y hacer una aparición pública junto al pueblo en duelo. Fue el momento de mayor impopularidad de la monarquía: 25% de los británicos eran partidarios de reemplazarla por una república.
Comparativamente, los escándalos protagonizados por los sucesivos divorcios de la princesa Ana con el capitán Mark Phillips en 1997, del príncipe Andrés y la desmedida Sarah Fergie Ferguson en 1996, y de otros miembros de la familia real, fueron casi acontecimientos de menor importancia.
Esos episodios, sin embargo, obligaron a la reina y su esposo –ambos furiosamente conservadores y tradicionalistas– a considerar la necesidad de aggiornar la monarquía para acompañar la evolución de la sociedad. Una vez convencida, Isabell II nunca daría un paso atrás.
El verdadero punto de fractura fue permitir que el príncipe Carlos, que la sucederá en el trono, se casara en 2005 con la divorciada Camila Parker.
Hoy, a los 92 años y tras 66 años de reinado —en los que vio surgir los satélites, las computadoras e internet— la soberana cerró el ciclo modernizador aceptando que una mujer mestiza y divorciada ingresara a la familia real. La verdadera dimensión de ese acontecimiento fue resumida por el diario The Times, el más conservador y monárquico de la prensa británica. En su titular de primera página del sábado, como si fuera un susurro dirigido a Meghan, proclamó: "Welcome to the family" (bienvenida a la familia).
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