La blasfemia, necesaria en una sociedad libre
NUEVA YORK.- Luego de los salvajes asesinatos en las oficinas de Charlie Hebdo, me permito sugerir tres premisas tentativas sobre la blasfemia en una sociedad libre.
1. El derecho a blasfemar (y a ofender en cualquier modo) es esencial al orden liberal.
2. No hay obligación de blasfemar. La libertad de una sociedad no es proporcional a la cantidad de blasfemia que produce, y bajo muchas circunstancias la decisión de ofender (en lo religioso o de otra manera) puede ser razonablemente criticada como una crueldad innecesaria o simplemente una estupidez.
3. La legitimidad y la sabiduría de dichas críticas suele ser inversamente proporcional al nivel de peligro de muerte que el blasfemo se echa sobre sí mismo.
El primer punto implica que las leyes contra la blasfemia son inherentemente antiliberales. El segundo punto implica que cierto refreno social sobre la circulación de la blasfemia es perfectamente compatible con las normas liberales, y que no hay nada de antiliberal en cuestionar la sabiduría, el decoro o la decencia de las caricaturas o artículos o cualquier otra cosa que lanza un golpe crudo o prejuiciado contra algo que una parte de la población tiene por sagrado.
Esos cuestionamientos ciertamente pueden ingresar en el terreno de lo antiliberal -y, de hecho, con demasiada frecuencia lo hacen-, dependiendo de cuánta presión se ejerce exactamente y de cuán elástica se vuelve la definición de lo que es "ofensivo".
La libertad requiere aceptar la libertad de ofender, es cierto, pero también permite que la gente, las instituciones y las comunidades pidan y ejerzan la contención.
En este sentido, disiento levemente de la idea formulada por Jonathan Chait de que "no se puede defender el derecho a ofender sin defender la práctica de la ofensa". Si dedicara el próximo post en mi blog a una sátira escabrosa y profanadora del Buda, no esperaría que Chait ni que ningún otro saliera inmediatamente a defenderme si The New York Times decidiera eliminar mi post y despedirme de las filas de sus columnistas.
Si dedicara un sitio web reaccionario a reciclar las calumnias premodernas contra las leyes y los rituales del judaísmo, mis derechos como norteamericano no se verían afectados si la gente hiciera un piquete frente a mis oficinas y otros periodistas me dijeran que tengo la obligación moral de desistir. De igual modo, estaría bien pensar que algunas de las imágenes (antiislámicas y de otro tipo) que publicaba regularmente Charlie Hebdo, especialmente las elegidas pura y exclusivamente por su valor de impacto, contribuyeron tan poco al debate público que el mundo no extrañará en nada su ausencia.
Pero no estamos en el vacío. Estamos en una situación en la que se aplica mi tercer punto, porque el tipo de blasfemia a la que se dedica Charlie Hebdo tuvo consecuencias mortales, como todos sabíamos que ocurriría? y es precisamente ese tipo de blasfemia el que debe ser defendido, ya que es el tipo de blasfemia que más le sirve a una sociedad libre.
Si hay un grupo enorme que quiere matarte por algo que dijiste, entonces es algo que casi con certeza debe ser dicho, porque de otro modo los violentos tendrían poder de veto sobre la civilización liberal, y ya no estaríamos hablando de una civilización liberal. Repito, el liberalismo no depende de que nos estemos ofendiendo unos a otros todo el tiempo, y está bien preferir una sociedad donde la ofensa por la ofensa misma sea acotada y no lo invada todo.
Pero cuando las ofensas son vigiladas por asesinos, entonces necesitamos más ofensas, y no menos, porque no se puede permitir que los asesinos crean ni por un instante que su estrategia tendrá éxito.
En ese sentido, las muchas voces de Occidente que han criticado a los editores de Charlie Hebdo entendieron las cosas al revés: hayan sido la Casa Blanca o la revista Time en el pasado, o el Financial Times, todos criticaron el papel y la pluma por provocar a los violentos siendo innecesariamente ofensivos, cuando en realidad es precisamente la violencia la que justifica un contenido incendiario. En un contexto diferente, donde las caricaturas y otras provocaciones sólo inspiraban indignados comunicados de prensa y furibundos comentarios en los blogs, yo tal vez simpatizaría con Tony Barber, del Financial Times, cuando escribe que las publicaciones como Charlie "pretenden ser un golazo a favor de la libertad al provocar a los musulmanes, cuando en realidad están siendo simplemente estúpidos".
Pero si publicar algo puede costarnos la vida y uno lo publica igual, uno está -por definición- haciendo un golazo a favor de la libertad, y ése es precisamente el contexto en el que uno necesita que sus conciudadanos dejen de lado sus reparos y se alcen en nuestra defensa.
Sin embargo, la mayoría de las veces la situación es básicamente la inversa en Occidente: la gente invoca la libertad de expresión para justificar prácticamente cualquier ofensa o provocación o la simple explotación, y luego se esconden bajo las sábanas no bien corre una brisa de peligro real, señal de que para ir más allá y avanzar, después de todo hace falta verdadero coraje.
Traducción de Jaime Arrambide
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