Ingrid von Oelhafen tardó décadas en descubrir la verdad no sólo sobre quién es, sino también que fue objeto de un espeluznante plan de Hitler
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Cuando Ingrid von Oelhafen tenía tres años, y Alemania vivía las caóticas secuelas de la Segunda Guerra Mundial, sus padres se separaron y ella terminó en un hogar de niños. “Era Navidad el día que llegué y en un salón enorme con muchas mesas de madera estaban dando regalos. Había pasteles de nueces y naranjas. Debe haberme impresionado mucho porque lo recuerdo vívidamente”, recordó.
Pero ese grato recuerdo fue el preludio de una época triste. Aunque su madre “no era muy cálida”, Ingrid estaba desesperada por vivir con ella, como revelan sus cartas de la época: “Siempre lloro si alguien habla de ti o si pienso en ti. Querida, querida mami, por favor, ven a recogerme”.
Cuando Ingrid tenía 11 años, su padre reapareció en su vida. Un día la llevó a una cita médica donde, para su sorpresa, la llamaban Erika Matko. “No sabía quién era, pero no pregunté”, señaló.
Pronto comenzó a darse cuenta de que ese era el nombre que aparecía en todos sus documentos oficiales. No se atrevió a hablar con su padre sobre el tema, pero sí con su ama de llaves: “Me dijo que no era la hija biológica de mis padres, y que nadie sabía realmente de dónde era. Yo no quería que eso fuera verdad”.
La foto
A los 13 años, uno de los mayores deseos de Ingrid se hizo realidad: por fin se fue a Hamburgo a vivir con su madre, quien había comenzado otra relación y la pareja tenía un hijo. “Estaba muy emocionada, pero cuando me mudé me di cuenta de que la idea que tenía de mi madre era solo una ilusión”, rememoró y agregó: “No me sentí aceptada”.
Ingrid nunca mencionó el nombre de Erica Matko, ni aquello de que su madre no era su madre biológica, pero un año después se enfrentó a algo que aumentó su desconcierto.
“Recuerdo estar en la esquina de una calle y había muchos carteles de la organización de la Cruz Roja con fotos de niños... y vi mi propia cara. Me quedé atónita. Mi cuerpo se paralizó”, dijo y sumó: “Las fotos eran de niños desplazados por la guerra o sacados de sus hogares y la Cruz Roja estaba llevando a cabo una campaña para reunirlos con sus familias”.
Y ahí estaba ella, retratada mucho más joven. Pero no se sintió capaz de hablar con su familia al respecto: “No, no, no. Era un gran secreto. Sentí que tenía que protegerme”.
Lebensborn
Ingrid forjó una carrera como fisioterapeuta y construyó su vida, sin saber quién era Erika Matko: “Mi diploma de fisioterapeuta tenía ese nombre. No se podía cambiar”.
En 1999, cuando tenía 58 años y dirigía su propia práctica de fisioterapia, recibió una llamada de la Cruz Roja preguntándole si le interesaba saber sobre sus padres. “Inmediatamente dije que sí, que quería visitarlos, pero la Cruz Roja frenó esa idea. En cambio, me contactaron con un historiador para que me ayudara a averiguar un poco sobre mi historia”, señaló.
Mientras tanto, revisó unos documentos que había encontrado, y notó algo inusual: “Tenía un formulario de vacunación contra la varicela. El documento estaba firmado por un nazi, el Dr. Hesch, y tenía mi nombre, fecha y lugar de nacimiento, y decía que era ciudadana alemana. Pero también tenía la palabra Lebensborn”.
Nunca la había oído, así que la buscó en línea. Nada. Siguió investigando en los archivos de las bibliotecas, hasta que encontró la siguiente descripción: “El propósito de Lebensborn es acomodar y cuidar a las mujeres embarazadas racial y genéticamente valiosas, quienes, después de una cuidadosa investigación de sus familias y las de los padres de los niños, se puede esperar que den a luz a niños igualmente valiosos”.
“La idea me pareció repugnante. Y no podía imaginar que yo podía ser uno de esos niños”, aseveró. En su espeluznante afán por crear una llamada “raza superior”, al tiempo que mataban a tantos no arios como fuera posible, los nazis también comenzaron proyectos para traer nuevos arios al mundo.
“El Lebensborn era un programa de las SS -un ala paramilitar del Partido Nazi-, y estableció hogares para las llamadas madres arias a los que además llevaban niños robados de Polonia, Noruega y Yugoslavia, con el propósito de la germanización”, señaló y detalló: “Seleccionaban bebés rubios de ojos azules”.
La otra
Entre tanto, el historiador que le ayudaba concluyó que venía de lo que ahora es Eslovenia. Ingrid le escribió a las autoridades eslovenas, preguntando si tenían alguna información.
“Recibí un documento diciendo que mi madre se llamaba Helena y mi padre se llamaba Johan Matko y que una vez tuvieron una hija llamada Erika. ¡Estaba tan feliz... fue una sensación increíble!”, contó sobre aquél hallazgo. Pero poco después recibió una segunda carta diciendo que la hija de esa pareja, Erika Mako, estaba viva y en Eslovenia, por lo tanto, no podía ser ella.
“Fue horrible”. Ingrid logró localizar a esa otra Erika, pero ella no quiso conocerla. Sin embargo, otros miembros de la familia, incluido su sobrino, aceptaron hablar con ella y acordaron hacer una prueba de ADN: “Los resultados mostraron que yo estaba más del 90% relacionada con esta familia”.
También mostraron que había un 93,3% de probabilidad de que Ingrid fuera la tía del sobrino de Erika Matko, así que la otra Erika probablemente no era la original. “Leí el documento y pensé: ‘Pertenezco’. Tengo familia. Le escribí a la otra Erika, pero nunca recibí una respuesta”.
“Por un lado, estaba muy feliz de haber encontrado a mi familia. Pero también me preguntaba cómo esa otra Erika había llegado a esa familia, y me preocupaba estarla expulsando. Y, ¿por qué mi familia nunca me buscó? Era un rompecabezas muy confuso”, se preguntó ante semejante laberinto.
Más piezas
Pasarían más años antes de que las piezas finales de ese rompecabezas encajaran en su lugar. Eso sucedió cuando Ingrid finalmente logró acceder a un archivo de documentos nazis. Ahí, revelan que el padre biológico de Ingrid, Johan Matko, había sido un combatiente de la resistencia que luchaba contra la ocupación nazi de Yugoslavia.
Tras ser atrapado, fue enviado a un campo de concentración, y en agosto de 1942 su madre recibió la orden de llevar a sus tres hijos, incluida una Erika de 9 meses, a una escuela local. “Mi madre nos llevó a todos a la escuela y llegó un camión con soldados alemanes. Los niños fueron separados de sus familias”.
Erika era una bebé regordeta de ojos azules, cabello rubio: los nazis decidieron llevársela a Alemania. Sus hermanos fueron enviados a casa con su madre. Pero aquí es donde los documentos se vuelven confusos. “Muestran que Erika Matko fue tomada como parte del programa Lebensborn, pero también dicen que mi madre llegó con tres hijos y se fue con tres hijos”, explicó.
Así que la otra niña era hija de otra familia. Ella fue criada por los padres biológicos de Ingrid quienes no sólo le dieron el nombre de Erika Matko sino, que incluso cuando terminó la guerra, nunca recogieron a su hija biológica ni revelaron que la que tenían no lo era.
“Durante un tiempo, los odié, especialmente a mi madre. ¿Cómo pudo haberme dejado y no haberme buscado? Pero después pensé que había tenido una vida difícil con la ocupación nazi primero, y el régimen comunista que siguió. Racionalmente, probablemente podría tratar de entenderla, pero, psicológicamente, siempre sentí que debió haberme buscado”.
Todavía hay muchas preguntas sin respuesta. Pero Ingrid está “feliz de saber más sobre mí misma y lo que sucedió”. “Y he conocido a gente maravillosa en Eslovenia tanto que a veces puedo imaginar que crecí con ellos”, argumentó. Como fisioterapeuta capacitada, Ingrid ha dedicado su carrera a trabajar con niños discapacitados... niños que fueron excluidos de la idea de la “raza superior” nazi.
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