Lützerath, un pueblo en el oeste de Alemania, está a punto de ser tragado por la enorme mina de carbón que se encuentra a sus puertas
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Desde una diminuta casa de madera en un árbol, que se balancea precariamente con el viento invernal, una joven observa cómo una enorme excavadora mecánica perfora la tierra, con sus fauces acercándose cada vez más a la aldea que está decidida a salvar.
Lützerath, un pueblo en el oeste de Alemania, está a punto, literalmente, de ser tragado por la enorme mina de carbón que se encuentra a sus puertas.
Alrededor de 200 activistas del cambio climático son ahora lo único que se interpone en el camino de los excavadores que están intentando expandir la mina a cielo abierto de Garzweiler.
Se les ha advertido a los activistas que si no se van antes de este martes, serán desalojados por la fuerza.
Es por eso que han tomado los árboles, explica Bente Opitz.
“Así es mucho más difícil para la policía desalojarnos”, dice la joven. “Tenemos cuerdas entre las casas de los árboles para poder movernos de una a otra”.
Pero los manifestantes también están trabajando a nivel del suelo. Hombres y mujeres jóvenes, muchos con bufandas que cubren sus rostros, refuerzan las barricadas improvisadas y cargan carretillas con ladrillos.
Rico en lignito
En el camino a la entrada del pueblo hay marcas de quemaduras que son evidencia de una pelea con agentes de policía la semana pasada.
La tierra alrededor y debajo de Lützerath es rica en lignito, la forma más sucia de carbón.
La mina, un cañón artificial de color marrón oscuro que se extiende a lo largo de 35 km2, produce 25 millones de toneladas de ese material cada año.
La empresa de energía RWE, que opera la mina, ahora es propietaria del pueblo.
Todos los residentes se han ido, abandonando sus casas. Solo quedan los manifestantes, que ocupan los viejos edificios de ladrillo mientras ven cómo la mina se expande hacia ellos.
La batalla por Lützerath se ha estado librando durante mucho tiempo.
Pero la guerra de Rusia contra Ucrania le ha dado una mayor importancia, transformándola en un símbolo nacional de la lucha dentro de la política y la sociedad alemanas: ¿cómo un país que dependía tanto del gas ruso ahora está tratando de equilibrar sus necesidades energéticas con sus compromisos sobre el cambio climático?
El gobierno alemán, una coalición de tres partes que incluye al Partido Verde, ya ha tenido, como dirían los alemanes, que tragarse algunos sapos.
Los ministros que llegaron al poder con la promesa de poner fin a la dependencia del carbón tuvieron que ordenar que una serie de viejas centrales eléctricas alimentadas con carbón volvieran a funcionar.
También debieron retrasar los planes para desmantelar otras centrales (incluidas dos unidades de lignito administradas por RWE) para mantener al país con electricidad mientras se encuentran otras fuentes de energía.
Pero es probable que Lützerath sea el último pueblo alemán demolido por una mina de carbón.
El gobierno se comprometió a adelantar su plan de eliminación gradual del carbón hasta 2030 en Renania del Norte-Westfalia, el estado en el que se encuentra Garzweiler (el objetivo nacional es 2038).
Y RWE y el gobierno regional acordaron limitar la extensión de la mina. También se descartaron los planes para demoler y excavar otros cinco pueblos.
“Están tirando el Acuerdo de París a la basura”
RWE, que afirma que está invirtiendo fuertemente en tecnologías de transición energética tanto en la región como en todo el mundo, indica que, en las circunstancias actuales, Alemania necesita el lignito que se encuentra en Lützerath. Los activistas están decididos a impedir que lleguen a él.
“Si excavan en busca de este carbón, estarán eliminando los objetivos climáticos, están tirando el Acuerdo de París a la basura”, dice la activista Dina Hamid. RWE insiste en que ese no es el caso.
“La gente está muriendo ahora por la crisis climática”, agrega Hamid. “Si queremos salvar vidas, si no queremos que esto siga sucediendo, debemos salvar cada pedacito de carbón, cada pedacito de combustible fósil en el suelo”.
Dina enfatiza que la suya será una protesta pacífica, aunque admite que hay diferentes puntos de vista en el campamento sobre hasta dónde debe llegar su resistencia.
Mientras hablamos, continúan llegando más simpatizantes, con mochilas, para unirse a los activistas, algunos de los cuales han vivido en el sitio durante más de un año.
Los agentes de Policía, algunos con equipo antidisturbios, se paran cerca, cautelosos, mientras los manifestantes se toman del brazo y forman una línea a solo unos metros de la excavadora gigante que se abalanza sobre el pueblo.
Es una vista sorprendente: los agentes y los activistas preparándose para una última resistencia, todos empequeñecidos por los grandes dientes mecánicos que trabajaban en la tierra frente a ellos.
*Por Jenny Hill
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