La Argentina y EE.UU., una desconfianza que se aceleró con los dos traumas de 2001
A los atentados del 11 de Septiembre y el estallido social, económico y político en el país le siguieron años marcados por ciclos de distanciamiento y acercamiento
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Fue un año de traumas para ambos, pero la reacción inmediata del mundo fue diferente a uno y a otro. Los atentados del 11 de Septiembre fueron seguidos por un inédito y rápido movimiento de apoyo global. Hasta los enemigos declarados de Washington, como Irán o Libia, se sumaron, estremecidos, a la ola de solidaridad. Ese respaldo se plasmó en la diversa coalición internacional que secundó a Estados Unidos en su invasión a Afganistán, un mes después.
La crisis económica y política y el estallido social argentino de 2001 también conmovió al mundo, pero no lo predispuso a la acción –o al salvataje- como habían hecho los atentados con Estados Unidos. Si esos ataques fueron sorpresivos, la crisis argentina no lo era para nada. Meses de agonía financiero y años de pasos en falso económicos habían capturado la atención global hasta septiembre.
Los gobiernos más influyentes y el Fondo Monetario Internacional (FMI) buscaban salidas a la crisis local con una mezcla de miedo por el efecto derrame de una eventual quiebra argentina y de fastidio por lo que –creían- eran los recurrentes incumplimientos y desprolijidades del país. Especialmente impaciente estaban la Casa Blanca de George W. Bush y su secretario del Tesoro, Paul O’Neill, que oscilaban entre los retos públicos a la Argentina y la concesión de más tiempo y dinero. Todo eso -la atención, la reticente voluntad de ayuda, el miedo, la impaciencia, el fastidio- se esfumó en el momento que los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas.
El 11 de septiembre las prioridades de Estados Unidos cambiaron radicalmente y, sin la atención del actor más poderoso por lejos del FMI, la Argentina quedó cerca de un desahucio que llegaría apenas tres meses y medio después.
A partir de allí, ambas naciones, que en las dos décadas anteriores habían presumido de relaciones entre “muy buenas” y “carnales”, se embarcaron en lo que Roberto Russell, uno de los grandes referentes de las relaciones internacionales en la Argentina, describe como ciclos de “distanciamiento y acercamiento, incluso por temas superflúos”, sobrevolados siempre por una creciente desconfianza mutua.
1. Crisis económica y crisis de seguridad
“La Argentina estaba en un momento crítico de la negociación con el FMI. Y de repente las prioridades cambiaron. El incendio pasó a estar en otro lado. El cambio [de prioridades] fue fuerte pero país ya estaba muy complicado de antes”, relata, en diálogo con LA NACION, el economista Miguel Kiguel, que meses después, cuando despuntaba diciembre y la crisis crecía, se sumó al ministerio dirigido por Domingo Cavallo como jefe de asesores.
Con las cartas echadas, la Argentina enfrentó, ese fin de año, tras tantos meses de agonía, el estallido. Default, violencia y muerte en las calles, cinco presidentes en una semana, millones de nuevos pobres y desempleados, inflación, corralito y una economía que se encogería 11% en el siguiente año. El trauma argentino dejó menos muertos que los atentados en Estados Unidos, pero la incertidumbre y el sufrimiento se asomaban incluso más acuciantes y persistentes.
Un grito se instaló entonces en las ciudades y pueblos argentinos: “¡Que se vayan todos!”. Ese furioso reproche a la clase política argentina tuvo su correlato de relaciones exteriores, la desconfianza hacia un Estados Unidos, el país más poderoso de las Américas, que, para muchos, le había soltado la mano a la Argentina en su peor momento.
“Ese año también había estallado la crisis en Turquía [que recibió un paquete de asistencia de 20.000 millones de dólares en la primera mitad de 2001]. Ese país era más relevante [estratégicamente] para Estados Unidos y se esforzó por ayudarla más que a la Argentina. La percepción de que Washington no ayudó alimentó el antinorteamericanismo”, señala, en diálogo con LA NACION, Francisco de Santibañes, vicepresidente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).
El antinorteamericanismo que caminaba las calles argentinas no se interpuso entre la Argentina y Washington en uno de los pilares críticos para los Estados Unidos pos 11 de Septiembre: la guerra contra el terrorismo.
Blindar a Estados Unidos de otro ataque terrorista y garantizar la seguridad los norteamericanos fue la misión que concentró todos los esfuerzos de la política exterior y doméstica de Bush. Con ese objetivo la mira norteamericana giró con fuerza hacia Medio Oriente y Asia y América del sur, que ya venía perdiendo la atención de su vecino del Norte, dejó de estar entre las prioridades económicas y políticas de Washington. Pero no en las prioridades de seguridad.
Después de 2001, la asistencia económica de Estados Unidos a América del Sur decreció levemente, pero los fondos destinados a la seguridad se duplicaron entre 2002 y 2007, según datos del Centro para la Política Internacional. En la región, la inquietud norteamericana tuvo dos focos. Por un lado, estaba la amenaza de los carteles de la droga en las naciones andinas y, por el otro, la presencia de lo que el Comando Sur norteamericano denominaba ya “narcoterrorismo” en el Cono Sur, en especial en la Triple Frontera.
Junto con Paraguay y Brasil, la Argentina y Estados Unidos formaron entonces el “mecanismo 3+1”, un plan de vigilancia de la Triple Frontera, desde donde – advertía Washington- se financiaba a grupos terroristas de Medio Oriente. El proyecto y otras medidas, como la sanción de normas antiterroristas, dieron fuerza y constancia a una relación entre Washington y Buenos Aires que empezaba a resquebrajarse políticamente a medida que avanzaba la década.
“Tras los atentados, la relación bilateral se sostuvo. La Argentina apoyó fuertemente a Estados Unidos en el tema que le interesaba a Washington y ambos tuvieron una relación colaborativa en temas de seguridad, que pasó de Eduardo Duhalde a Néstor Kirchner”, señala De Santibañes.
2. China, populismos y la “patria grande”
Como sucedió con otras regiones del mundo, América del Sur empezó a romper puentes con Estados Unidos pasado el shock inicial de los atentados. Washington había sumado ya a Irak a su ambición de invadir y reconstruir naciones, en una dinámica que comenzó en 2001 con Bush y terminó, oficialmente, con Joe Biden y la retirada de Afganistán hace menos de un mes. Esa política alimentó el antinorteamericanismo en muchos rincones del mundo y además, según advierte De Santibañes, le hizo perder a Estados Unidos “claridad estratégica” que lo “distrajo, durante muchos años” de su verdadero objetivo: China.
Sin entonces muchas ganas de antagonizar con Estados Unidos pero necesitada de recursos naturales, materias primas y mercados para sus bienes y para su creciente influencia, China empezaba ya a caminar la región. Cuando comenzó el siglo, el intercambio comercial con América latina apenas pasaba los 10.000 millones de dólares.
En 2005 el intercambio ya era más de tres veces mayor y China comenzaba a seducir gobiernos con proyectos de inversión al punto de que ese año, por primera vez el Comando Sur identificó la presencia de China como una amenaza para la influencia norteamericana y, en Washington, el ala dura del Partido Republicano protestaba ante el creciente peligro de extinción de la Doctrina Monroe.
Ese año tuvo otro capítulo decisivo para las relaciones de la región y, sobre todo, de la Argentina con Washington. La izquierda sudamericana había logrado éxito tras éxito en las urnas y, bajo el signo del populismo y con la ayuda del boom de los commodities, afianzaba su poder en Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia y la Argentina.
Así, envalentonados y con recursos, Hugo Chávez, Luiz Inacio Lula da Silva, Rafael Correa, Evo Morales y Néstor Kirchner comenzaron a gestar instituciones para darle a la “patria grande” una estructura formal que contrarrestara la influencia norteamericana en América. La Unasur, la Celac nacieron para contener a la OEA y el ALBA, para opacar el ALCA, el proyecto de librecomercio que Estados Unidos tenía para la región. La escenificación de la ambición de “patria grande” tuvo lugar en la Cumbre de las Américas de 2005, en Mar del Plata, donde Kirchner dedicó varios minutos a criticar a Estados Unidos, frente a Bush.
“Ese año sí cambió la relación. Kirchner y Bush se llevaban bien, pero la cumbre fue un quiebre. El destrato molestó a Bush y la desconfianza empezó a instalarse”, dice Miguel Kiguel.
3. Las fricciones y el futuro
El cambio de gobierno en Estados Unidos y la llegada a la presidencia del demócrata Barack Obama no pusieron fin a las fricciones, todo lo contrario. Con la administración de Cristina Kirchner, “el tema de las tarifas, la presión sobre las empresas norteamericanas, el acercamiento a Venezuela” profundizaron el alejamiento y la desconfianza entre Estados Unidos y la Argentina, advierte Kiguel.
El economista coincide con Roberto Russell en que la llegada de Mauricio Macri al poder intentó revertir el alejamiento con la búsqueda de una nueva inserción de la Argentina en Occidente. Pero la apertura duró lo que el gobierno de Macri, seguido por la ambigüedad de la actual administración, marcada por las señales de acercamiento de Alberto Fernández y las críticas a Washington de la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Cualquier acercamiento, sin embargo, estará matizado por la desconfianza, por lo que Kiguel cree que es un cansancio crónico de los sectores económicos con la Argentina y por lo que Russell describe como falta de relevancia estratégica del país.
“Hay una fatiga tremenda con la Argentina porque se toman temas como default y reestructuración de forma muy liviana. Los inversores se ilusionaron con que Macri iba a cambiar eso. Pero con el fracaso de las políticas de Macri y el regreso del kirchnerismo dijeron ‘basta, ya está’. Ya no es tema de un solo gobierno. La Argentina es un día un país neoliberal y otro, un país neopopulista. Es muy difícil trabajar así”, advierte Kiguel.
Por su lado, en diálogo con LA NACION, Russell explica la “irrelevancia estratégica de la Argentina” y retrata el contexto y resultado de su crisis permanente con crudeza. La nuestra sería casi la periferia de la periferia.
“Estoy trabajando con dos conceptos ahora: periferia turbulenta y periferia penetrada. Por un lado ciertas turbulencias afectan a Estados Unidos, como por ejemplo la de las migraciones. Peor no la nuestra, porque estamos lejos. Cuando hay una crisis, Estados Unidos se fija en el efecto derrame, qué le pasará a otros países. Si en 2001 no hicieron nada… ¡imaginate ahora!. La periferia penetrada es aquella donde la presencia de China afecta las relaciones con Estados Unidos. Y eso sí nos puede afecta”, explica Russell.
El comercio de China con la región se multiplicó por 25 de 2001 a hoy y ese país encabeza, por momentos, el ránking de socios comerciales de la Argentina. Pero Estados Unidos sigue siendo el mayor inversor en el país y el dueño de la principal llave para destrabar el conflicto de la Argentina con FMI.
Veinte años pasaron, el 11 de Septiembre y los conflictos que le siguieron cambiaron el mundo. El terrorismo islámico está hoy reducido a su mínima expresión en años. Estados Unidos trastabilló y se levantó. China emergió con todo su poderío. Y la Argentina, sola y rehén del descrédito, sigue encerrada en la crisis permanente y pendiente de sus déficits y deudas y de una pelea con el FMI.
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