Estuvo en el corazón cultural de París y proporcionó un patrocinio vital en un momento en que pocos apreciaban el trabajo de los grandes artistas del siglo XX
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Hace 90 años, una de las autoras famosas menos leídas de todos los tiempos se propuso a escribir un libro que fuera la excepción. Hasta entonces, su radical estilo de escritura había resultado demasiado desconcertante, hasta impenetrable, pero... ¿qué tal si escribía sobre su propia vida pretendiendo que la relatora era su pareja, Alice?
Eso le permitiría hablar de todo, hasta de su visión personal sobre algunos de los artistas y escritores famosos que había conocido en París, algo que seguramente sería de interés para una amplia audiencia. ¡Y cómo no!
El elenco de personajes iba desde Matisse, Picasso y Braque hasta Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald y Ezra Pound, por nombrar unos pocos. Para su vergüenza y deleite, La autobiografía de Alice B. Toklas (1933), su libro más convencional, se convirtió en un éxito de ventas. Pero también en un tributo duradero a una era extraordinariamente vibrante y creativa. Y en un testamento de la obra de la mujer que lo escribió. Gertrude Stein fue uno de los personajes más influyentes en la cultura del siglo XX.
Estuvo en el corazón cultural de París durante más de cuatro décadas, y -con sus hermanos- proporcionó un patrocinio vital para artistas como Matisse y Picasso en un momento en que pocos apreciaban su trabajo. Tras la Primera Guerra Mundial, acogió y aconsejó a la legión de escritores británicos y estadounidenses que acudieron en masa a la capital francesa en busca de una libertad de expresión que a menudo se les negaba en sus más puritanos países de origen.
Sin corsé
Gertrude llegó a París en 1903 por invitación de su hermano Leo. Gracias a una herencia que Michael, el mayor de los hermanos, administraba astutamente, tenían un pequeño ingreso que les alcanzaba para vivir mejor en Francia que en su Estados Unidos natal. No era la primera vez que seguía los pasos de su hermano.
Cuando Leo estudiaba en la Universidad de Harvard, ella se matriculó en Radcliffe College (ahora parte de Harvard) donde fue alumna de William Jones, el padre de la psicología estadounidense, y se graduó magna cum laude en 1898.
James, reconociendo su potencial intelectual y declarándola su “estudiante mujer más brillante”, la animó a estudiar medicina. Pero cuatro años más tarde, Gertrude se “aburrió irrevocablemente” de sus estudios y de su vida como dama amarrada a un corsé en un entorno que, a duras penas, soportaba a las mujeres. Se quitó el corsé y escapó a París.
Cézanne, Renoir y Gauguin
Leo fue el primero de los Stein en comprar una pintura moderna, pero Gertrude pronto comenzó a compartir su interés y a coleccionar el arte que iluminaría el siglo XX.
En esa época, las obras maestras modernas eran vendidas por comerciantes que parecían más movidos por la pasión que las ganancias, como Ambroise Vollard, cuya galería era un “lugar increíble” con lienzos “apilados unos encima de otros” -escribió ‘Alicie’-, o Sagot, un ex payaso de circo que vendía Picassos.
Los hermanos Stein destinaban cuantos fondos tenían a comprar obras pequeñas de artistas grandes, y cuando Michael les informó que les llegaría un dinero extra, adquirieron dos de Cézanne, Renoir y Gauguin, y poco después “Madame Cézanne con un abanico”, en la Galería Vollard. Nunca más podrían volver a gastar tanto y tan rápido en arte.
Vollard solía decir con aprobación que los Stein eran sus únicos clientes que coleccionaban pinturas “no porque fueran ricos, sino a pesar de que no lo eran”.
Coleccionando genios
En 1905, los hermanos Stein -incluido Michael y su esposa Sarah que se habían mudado temporalmente a París- compraron la innovadora “Femme au Chapeau” de Matisse en el primer Salon d’Automne, donde artistas demasiado experimentales para el Salón oficial podían exhibir, a menudo incurriendo en el ridículo público y crítico en el proceso.
“La gente se reía a carcajadas ante la imagen y la arañaba. Gertrude Stein no podía entender por qué; la imagen le parecía perfectamente natural”, escribió ‘Alice’.
Era la más notoria de las obras de los artistas más controvertidos de París, conocidos como los fauves, o animales salvajes, después de que un crítico indignado ridiculizara el Salon d’Automne llamándolo “la guarida de los fauves”.
Cuando los Stein se la llevaron, los artistas y quienes amaban el avant-gard quisieron verla y ellos abrieron las puertas de su residencia. Estaba colgada junto con Niña con canasta de flores de Picasso, que compraron ese mismo día, y los Cézanne, Gauguin, Delacroix y Renoirs que ya tenían.
Pronto llegaron más obras, forjando una colección que se hizo famosa por su presencia e importancia histórica. Las pinturas cubrían de las paredes casi hasta el techo.
Refiriéndose a la colección, el crítico de arte Henry McBride, uno de los más influyentes promotores del arte moderno de su tiempo, escribió que “en proporción a su tamaño y calidad... [es] casi la más potente de todas las que he oído hablar en la historia”. Comentó además que Gertrude “coleccionaba genios más que obras maestras. Los reconoce desde muy lejos”.
Para principios de 1906, el estudio de Leo y Gertrude Stein ya tenía muchas pinturas de Picasso, Renoir, Cézanne y Matisse, así como de Henri Manguin, Pierre Bonnard, Honoré Daumier y Henri de Toulouse-Lautrec.
Con el mismo entusiasmo, entretanto, Michael y Sarah adquirían una gran cantidad de pinturas de Matisse, a quien siempre apoyaron personal y profesionalmente y cuyo arte popularizaron.
Entre 1904 y 1914, sus hogares se convirtieron en un importante epicentro de la cultura parisina, y los hermanos Stein estuvieron entre los conocedores más activos e informados de la vanguardia en la capital francesa.
Como Gertrude había decidido ser escritora, y las constantes visitas interrumpían su tarea, decidió que sólo recibirían a los interesados en la colección los sábados. Pronto, esas recepciones semanales se convirtieron en un rito de iniciación obligatorio para quien deseara comprender el arte y la literatura modernos. Fue en ellas que Matisse conoció a Picasso. Los dos se embarcarían en una de las rivalidades más fructíferas de la historia del arte.
A partir de 1906 compitieron para ver cuál podía colocar el lienzo más emblemático en los salones Stein. Matisse era el rey en el de Michael y Sarah en la Rue Madame, mientras que Picasso dominaba en el de Leo y Gertrude en la Rue de Fleurus.
Amores y desamores
El amor de Gertrude por el arte influyó en su trabajo como escritora. En su primera obra importante, Three Lives, construyó sus personajes con oraciones usando palabras de la misma manera deliberada, repetitiva y en bloque con la que Cézanne empleaba pequeños planos de color para representar la masa en un lienzo bidimensional.
Tras publicación esa colección de historias en 1909, Alice, quien había aparecido en escena dos años antes, se mudó al apartamento de la rue de Fleurus. Permanecerían inseparables hasta la muerte de Gertrude, 39 años después. Las elecciones artísticas de Gertrude se hicieron más audaces.
No abandonó a Picasso cuando el pintor se adentró en un territorio cada vez más aventurero y muchos de sus patrocinadores se negaron a seguirlo, algo que el artista apreció profundamente.
Para ella, Picasso “fue el único en la pintura que vio el siglo XX con sus ojos y vio su realidad y, en consecuencia, su lucha fue aterradora”. Uno de los que no concordaba con esa visión era su hermano Leo, a quien tampoco le gustaba lo que Gertrude escribía.
La relación se deterioró paulatinamente hasta que, en 1914, él se fue a Florencia, llevándose consigo los Renoir y los Matisse, mientras que Gertrude se quedó con los Cézannes (menos uno) y los Picasso.
En los más de 30 años entre su amarga partida y la muerte de ella, hermano y hermana nunca volvieron a hablarse.
Solo una vez, poco después del final de la Primera Guerra Mundial, Gertrude vio a Leo en París, mientras ella y Alice pasaban en su Ford. Él se quitó el sombrero y ella hizo una reverencia en respuesta, pero no se detuvo.
Guerras
El estallido de las hostilidades entre Gertrude y Leo coincidió con el de la Primera Guerra Mundial. Cuando ésta terminó, Gertrude se centró en los escritores que acudían a su puerta. Aunque pocos habían leído su obra, su prestigio era enorme, y se convirtió en una suerte de profeta.
Así como, con sus hermanos, había detectado talento entre los artistas plásticos, lo reconoció en autores como Hemingway, Scott Fitzgerald y Paul Bowles.
Curiosamente, existía una peculiar atracción entre el ultramasculino Hemingway y la matrona lesbiana que le doblaba la edad, que hasta provocó los celos de Alice.
Eso no impidió que criticara su trabajo. “Hay mucha descripción... y no especialmente buena. Empieza de nuevo y concéntrate”, asegura haberle dicho Gertrude de su primera novela. Scott Fitzgerald parece haber sido el único escritor que admiró incondicionalmente.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Gertrude tuvo que sacrificar varias de sus grandes obras para pagar los gastos de manutención. Como judías estadounidenses, ella y Alice se retiraron a la relativa oscuridad de una granja francesa. Solo se llevaron dos cuadros: el retrato de Gertrude de Picasso y el retrato de la esposa de Cézanne.
Cuando un visitante se extrañó de este último, Gertrude le dijo: “Nos estamos comiendo el Cézanne”.
Furia
Quizás fue el éxito de los escritores que nutrió, mientras que su reputación era más la de un mecenas influyente, lo que finalmente convenció a Gertrude de escribir sus memorias en la década de 1930.
El libro logró irritar a prácticamente todos los representados en él. Hemingway en particular se enfureció al leer que había aprendido a escribir mientras editaba el manuscrito de The Making of America de Gertrude. Y aún más por ser descrito como “yellow” [cobarde].
Tal fue la ira que la revista Transición publicó un Testimonio contra Gertrude Stein.
Matisse descargó su furia pues el libro decía que su esposa tenía una boca como un caballo, mientras que Braque criticó su insistencia en que el cubismo era un asunto totalmente español.
A pesar de la controversia, o quizás gracias a ella, La autobiografía de Alice B. Toklas sacó a Gertrude de la relativa oscuridad de la literatura de culto a la que la consignaba el estilo idiosincrásico, lúdico, repetitivo, humorístico y, a menudo, impenetrable de las novelas, obras de teatro, cuentos, libretos y poemas que había escrito antes.
Obras que, más tarde, llevaron a que fuera proclamada como la fundadora del modernismo literario. Y que le dieron a la literatura algunas citas memorables, como Una rosa es una rosa es una rosa y Cuando esto tú veas recuérdame.
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