La angustia de una argentina varada en Italia: tiene 78 años y murió su marido
ROMA.- "No me pude despedir ni nada, tendría que haberlo pensado, pero no tenía idea de que no me dejarían entrar al hospital. Lo último que me dijo cuando estábamos en la ambulancia fue ‘dame el abrigo porque tengo frío’. Fue lo último, tres días después murió, solo. Me enteré por teléfono". La voz de Isabel Ribotta (78), una de los cerca de 800 argentinos varados en Italia desesperados por volver, se quiebra cuando habla de su marido, Arturo Padula (77). Enviudó el 26 de marzo pasado, al final de un viaje planeado desde hace mucho tiempo que, ahora piensa, quizás nunca deberían haber emprendido. "Pero a él le encantaba viajar y estaba contento... No sé, el destino, Dios, quiso que se quedará acá", reflexiona, sin lograr contener las lágrimas, en diálogo telefónico con LA NACION.
Isabel se encuentra ahora en un apart hotel de la ciudad portuaria de Civitavecchia, a unos 70 kilómetros al noroeste de Roma, desde el 23 de marzo pasado. Un día que jamás olvidará porque es el último que vio con vida a Arturo, su marido y el padre de tres hijos varones -Pablo (52), Adalberto (50) y Javier (48)- y abuelo de ocho nietos.
Pasaron tres semanas, pero Isabel aún no sabe si Arturo fue cremado o no. "Mis hijos me están ayudando desde la Argentina, han hablado con una funeraria, creo que hoy iba a ser la incineración, pero se ha atrasado... Son muchos los muertos", dice, quebrada pero entera. Su sueño es cuanto antes poder tomar un avión y volver a su casa de Río Cuarto, Córdoba, llevándose la urna con los restos de su esposo. "Sé que hay muchos argentinos varados, pero no sé si se olvidaron de mí...", confiesa, preocupada.
Los dos jubilados, ella docente, él contador público de Río Cuarto, habían comenzado el 3 de marzo un viaje soñado en el crucero Costa Pacífica. Pero la pandemia y las condiciones de salud de Arturo, que de repente empeoraron, alteraron todo. A diferencia de la gran mayoría de los más de 800 argentinos varados en el Costa Pacífica que pudieron regresar en tres vuelos chárter fletados por la empresa desde Génova el 21 de marzo, Isabel y Arturo no pudieron hacerlo. "MI marido no tenía coronavirus pero tenía problemas respiratorios, una bronquitis fuerte y otros antecedentes serios, así que no nos quisieron bajar en Génova. Él estaba en el hospital del barco, que siguió navegando hasta Civitavecchia. De ahí nos bajaron volando el 23 de marzo. Eran las 7 y media de la noche y nos subieron a una ambulancia y esa fue la última vez que lo vi. Cuando llegamos al hospital a mí, de mal modo, me dijeron que no podía entrar y me quedé afuera, muerta de frío y sin saber dónde estaba", cuenta.
La del 23 de marzo fue una de las peores noches de su vida. "Había un viento fuertísimo, era de noche, todo oscuro, me quedé en un rinconcito frente al hospital y a la media hora apareció un camillero que me llevó a una carpa levantada afuera, para la guardia, donde una persona vestida con mameluco blanco, máscara, visera y todo, que no sabía si era hombre o mujer, me hizo señas de que entrara. Me tomaron la fiebre y ahí otra señora que hablaba español me ayudó a ponerme en contacto con la embajada argentina en Italia y con la empresa Costa", relata. "Pasada la medianoche me pasaron a buscar y me llevaron al hotal donde estoy ahora, desde donde nunca más pude salir, pero donde, dentro de todo, estoy bien gracias a Dios", añade. Isabel una y otra vez insiste en que en todo momento de su calvario tanto las autoridades diplomáticas y consulares argentinas en Italia, como los funcionarios de Costa, se portaron bien con ella.
A la mañana siguiente de su abrupta llegada a Civitavecchia, el 24 de marzo, tuvo noticias de su marido cuando un médico que hablaba español por teléfono le dijo que estaba bien, que él había pedido una tablet con la que solía jugar al póker –que luego le envió- y que le daba trabajo porque se quería sacar la máscara de oxígeno. Al día siguiente la llamaron para decirle que se había agravado y lo habían trasladado al hospital Gemelli de esta capital. "Estaba desesperada, no sabía qué hacer, me ofrecieron irme a un hotel allá por 69 euros por noche, pero desde la embajada me aconsejaron quedarme en Civitavecchia porque no sabían dónde iban a llevarme y tampoco me iban a dejar ir al hospital y acá, dentro de todo, estoy bien. El 26 me llamó mi hijo Pablo para decirme que mi marido había tenido un paro cardíaco... Se ve que desde la embajada no se animaron a decírmelo a mí", dice, con la voz entrecortada.
Isabel sabe que no es la única argentina varada, que son muchísimos los casos que hay en Italia y en el mundo. Ella insiste en que "gracias a Dios" está bien, todos los días le dejan comida y las cuatro personas que hay en el hotel la tratan bien y que físicamente está bien, sin coronavirus, ni síntomas. Pasa el tiempo gracias a llamados de sus hijos, familiares y conocidos y los de "un ángel de luz" que le apareció la fatídica noche del 23 de marzo: un camillero del hospital de Civitavecchia que la vio muerta de frío y le acercó una frazada. "Se llama Rino, aunque no sabe español me llama todo el tiempo para saber cómo estoy y hasta me trajo ropa de su mujer porque me quedé sin ya que nuestras maletas partieron con los vuelos que regresaron desde Génova a los varados del crucero", cuenta.
Pero no oculta su angustia. "No sé qué va a pasar conmigo, no sé si se habrán olvidado de mí, no sé si hay que hacer un poco de ruido. Soy vulnerable no sólo porque tengo 78 años: además soy hipertensa, tuve cáncer de pecho por lo que sigo un tratamiento porque parecía que había metástasis en los huesos; por suerte pudieron traerme los medicamentos... Mis hijos ya adjuntaron mi historia clínica en el formulario de cancillería, sé que estoy entre los primeros de la lista, pero no pasa nada, no sé... ", dice. "Hablo por mí, pero creo que tenemos que pensar en el resto también, pienso muchísimo en todos los argentinos que hay desparramados en tantos lugares que no pueden volver y no sé qué van a hacer, algunos están sin dinero", subraya. "Espero que todos podamos volver pronto –concluye- y que toda esta situación nos sirva para tomar conciencia de que es necesario refundar este mundo para que sea más solidario".
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