La ambiciosa nueva Ruta de la Seda china llega a Europa y se enfrenta a nuevos desafíos
Xi selló el ingreso de Italia a su megaproyecto de inversión, que genera dudas en la UE
PEKÍN.- Una cena en el palacio presidencial amenizada por el tenor Andrea Bocelli y buena parte del centro histórico cerrado para su comitiva de 200 empresarios y funcionarios. Un trato "de reyes", describe un medio italiano. "El padrino de Roma", afirma otro. El presidente chino, Xi Jinping , fue recibido en Italia con la pompa que merecen las citas con la Historia.
De Roma saldrá Xi con el memorándum para la nueva Ruta de la Seda (BRI, por sus siglas en inglés). El megaproyecto que el presidente pretende que marque su legado ya había alcanzado la periferia del Viejo Continente con 11 países del este y cinco en los Balcanes. Pero Italia es la cuna de la civilización occidental, una de las fundadoras de la Unión Europea (UE) y miembro del G-7.
La firma de 29 acuerdos en turismo, comercio o banca palidece ante la adscripción al BRI. Italia cayó en recesión y necesita desesperadamente financiación, cuando su deuda pública alcanza el 130% de su PBI. El gobierno vaticinó que creará puestos de trabajo y empresas y el intercambio será "de doble sentido". Su entusiasmo contrasta con las dudas que genera el proyecto en Bruselas, temerosa de la creciente implantación de empresas chinas en sus infraestructuras más sensibles y de la presunta influencia política que llegará tras la lluvia de yuanes. Recientemente calificaba a China de "rival sistémico" y de "competidor económico", unas expresiones que hasta ahora solo se escuchaban en Washington. La aclaración italiana de que no concederá el desarrollo de su red 5G a Huawei pretende tranquilizar a los sinoescépticos.
La diplomacia china diseñó una ambiciosa ofensiva para cortejar a Europa. Xi; el primer ministro, Li Keqiang, y el canciller, Wang Yi, tienen visitas planeadas en las próximas semanas. También aprobó a la carrera la nueva ley de inversión extranjera, que pretende allanar la entrada a actores extranjeros en el mercado chino y acabar con la forzosa transferencia tecnológica o la discriminación que Washington y Bruselas lamentaron durante décadas. En la agenda solo queda el tratado bilateral de inversiones, que será discutido en las próximas semanas. Ningún esfuerzo sobra para atraer a Europa al plan chino.
Supone la modernización de aquella mítica ruta de la seda que entre los siglos IX y XV unió a Europa y Asia, ahora con trenes de alta velocidad donde hubo camellos y tecnología de punta en lugar de porcelana. El proyecto nació en 2013 en un anodino discurso de Xi en una universidad kazaja. La pretensión original era desarrollar Xinjiang y otras atrasadas provincias del oeste de China con infraestructuras que las conectaran con las repúblicas centroasiáticas.
Oportunidad
Sin embargo, la irrupción de Donald Trump y su proteccionismo fue entendido por China como una oportunidad para erigirse en el paladín del libre comercio. Ahora es el mayor proyecto de infraestructura promovido por un solo país en la Historia y la recurrente comparación con el Plan Marshall lo desmerece: la reconstrucción de Europa costó 130.000 millones, en dólares actuales, mientras el plan chino podría alcanzar una cifra muy superior. Cubrirá al 65% de la población mundial repartida en un centenar de países de los cinco continentes, un tercio del PBI global y moverá la cuarta parte de los bienes. La iniciativa es más una filosofía o una etiqueta que un plan de márgenes definidos. Lo único claro es que todos los países, empresas y organizaciones están invitados. Cualquier idea que surja en Pekín sobre la globalización queda bajo su paraguas y el empeño de Xi aceita cualquier proyecto esgrimido con su sello.
Las versiones son contradictorias. Según algunos, el proyecto conectará a millones de personas, estimulará la economía global, levantará infraestructuras vitales en países pobres y hará del mundo un lugar más feliz. De acuerdo a otros, permitirá que China siga esquilmando a los países en desarrollo, apuntalará la vanidad de Xi, enriquecerá solo a las empresas chinas y agudizará la pérfida influencia global de Pekín. Son habituales las posturas irreconciliables cuando está China de por medio en un mundo polarizado.
El modelo económico chino lastra sus expectativas de convertirse en el bastión global de la economía libre, señala Scott Kenedy, sinólogo del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos. "China apoya el comercio y las inversiones, pero ese compromiso viene acompañado de gran intervención gubernamental en su economía a través de subsidios, crédito barato, campañas para comprar productos locales y limitaciones a la entrada del capital extranjero en su mercado", explica.
El centro lo ocuparán las grandes compañías chinas en los sectores de energía, construcción o telecomunicaciones. Tampoco parece injusto que China pretenda la porción más grande de la torta porque suya es la idea y el ímpetu, soporta el grueso de la factura y de los riesgos. Pero los críticos insisten en la "trampa de la deuda" en la que caen algunos países al aceptar alegremente sus infraestructuras.
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