Kissinger y su relación con las dictaduras de América latina, una mancha oscura en su legado
“Si hay cosas que tienen que hacerse, tienen que hacerlo rápido”, le dijo al primer canciller argentino de la Junta Militar, el almirante César Guzzetti.
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WASHINGTON.- Una frase de Henry Kissinger al primer canciller argentino de la última dictadura, el almirante César Augusto Guzzetti, durante una reunión el 10 de junio de 1976 en Santiago, Chile, quedó para la posteridad: “Si hay cosas que tienen que hacerse, tienen que hacerlo rápido. Pero deberían volver rápidamente a los procedimientos normales”.
Kissinger, uno de los diplomáticos más influyentes y controvertidos de la política exterior de Estados Unidos del siglo XX, murió este miércoles en su casa en Connecticut. Tenía 100 años. Como jefe del aparato diplomático norteamericano, Kissinger diseñó la apertura a China durante la presidencia de Richard Nixon, negoció la salida de Vietnam y se puso al frente de la pelea por el liderazgo global con la Unión Soviética en plena Guerra Fría. Pero en América latina, su menosprecio por los derechos humanos y su respaldo a la represión desplegada por las dictaduras, incluida la Junta Militar en la Argentina, y su activo papel en el derrocamiento de Salvador Allende en Chile, del cual se cumplieron 50 años este año, dejaron una marca imborrable en su legado, y signaron un vínculo complicado entre Washington y la región que repercute al día de hoy.
La frase de Kissinger se encuentra en una compilación de documentos, desclasificados por el gobierno de Estados Unidos, realizada por el Archivo de Seguridad Nacional este año con motivo del natalicio de Kissinger para “contribuir a una evaluación equilibrada y más completa” de su legado. Los documentos ofrecen información sobre el involucramiento de Kissinger en los abusos delictivos del gobierno de Nixon, incluido el escándalo Watergate, su “desdén por los derechos humanos y apoyo a las guerras sucias e incluso genocidas en el extranjero”, y las campañas secretas de bombardeos en Laos y Camboya durante la guerra de Vietnam.
Admirado y respetado por la elite y la derecha norteamericana, y detestado y desautorizado por activistas y defensores de los derechos humanos y la izquierda, Kissinger apoyó a las dictaduras latinoamericanas en el marco de la campaña global del gobierno de Nixon contra el comunismo en la época de la Guerra Fría y la puja entre Estados Unidos y Rusia.
La resistencia de Kissinger a presionar a los regímenes militares del Cono Sur sobre los derechos humanos, a pesar de la presión interna del Congreso, y, también, del Departamento de Estado, se extendió a la operación de asesinatos regional conocida como Plan Cóndor.
“Nuestro principal problema en la Argentina es el terrorismo. Es la principal prioridad del gobierno que asumió el 24 de marzo”, le dijo Guzzetti a Kissinger en su conversación en Santiago, detallada en un memorando de 13 páginas.
“Hemos seguido de cerca los acontecimientos en la Argentina. Le deseamos lo mejor al nuevo gobierno. Deseamos que tenga éxito. Haremos lo que podamos para ayudarlo a tener éxito”, le dijo Kissinger a Guzzetti.
El entonces canciller le dijo a Kissinger que el “el problema terrorista es general en todo el Cono Sur”, y que estaban buscando coordinar con las otras dictaduras. Ese esfuerzo se convirtió en el Plan Cóndor.
El encuentro de Guzzetti y Kissinger en Santiago fue seguido por una reunión en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, el 7 de octubre de ese mismo año. Guzzetti le dijo en ese momento a Kissinger que las “organizaciones terroristas habían sido desmanteladas” y que, para fin de año, “el peligro se habrá apartado”.
“Mire, nuestra actitud básica es que nos gustaría que tengan éxito”, le dijo Kissinger. “Tengo una visión anticuada de que los amigos deben ser apoyados. Lo que no se entiende en los Estados Unidos es que hay una guerra civil. Leemos sobre los problemas de derechos humanos, pero no el contexto. Cuanto más rápido tengan éxito, mejor”, afirmó.
En Chile, Kissinger le ofreció un respaldo decisivo a Augusto Pinochet. “Queremos ayudarlo, no perjudicarlo”, le dijo Kissinger a Pinochet en una reunión privada sostenida en Santiago, en 1976.
Kissinger le dijo en su cara a cara en Santiago que había prestado un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende, que simpatizaba con lo que estaba haciendo en Chile, y deseaba lo mejor para su gobierno. “Mi evaluación es que usted es víctima de todos los grupos de izquierda del mundo y que su mayor pecado fue derrocar a un Gobierno que se estaba volviendo comunista”, afirmó Kissinger. En esa charla, el jefe diplomático norteamericano le adelanta a Pinochet que mencionará, brevemente, el tema de los derechos humanos en Chile, pero le aclara que lo hará para evitar que el Congreso imponga sanciones a Chile. “Enfrentamos problemas domésticos masivos, en todas las ramas de gobierno, especialmente en el Congreso, pero también en el Ejecutivo, por el tema de los derechos humanos”, le explica Kissinger a Pinochet.
Los documentos desclasificados muestran también cómo Kissinger, en reiteradas ocasiones, bloqueó los intentos de la diplomacia norteamericana por presionar a los regímenes latinoamericanos para que frenaran sus abusos. En una conversación de fines de junio de 1976, posterior a su reunión con Guzzetti en Santiago, Kissinger reta a un asistente después de enterarse que el bureau para América Latina del Departamento de Estado emitió una diligencia a la Junta Militar por intensificar “las operaciones de los escuadrones de la muerte”, indica el análisis del Archivo de Seguridad Nacional. “¿Cómo pasó esto?”, pregunta Nixon. “¿Cuál creen que es mi política?”, insiste, según el documento. “Mejor tengan cuidado. Quiero saber quién hizo esto, y considerar hacerlo trasladar”, continúa.
Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz en 1973 por haber negociado un alto al fuego en Vietnam junto con el canciller vietnamita, Le Duc Tho, quien rechazó el galardón. Por primera vez en la historia, dos miembros del Comité Noruego del Nobel renunciaron. Kissinger no viajó a Olso a recibir el premio, y su discurso fue aceptado por el embajador norteamericano en Noruega, Thomas R. Byrne.
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