Julian Assange, un enigma sin filtraciones
César González-CaleroLA NACION
Como un Houdini del periodismo moderno, al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, lo apasionan el vértigo, el reto sin fin, el triple salto mortal. Es el periodista más deseado del momento, pero nadie ha logrado descifrar todavía la incógnita que se esconde detrás del personaje. No ha inventado el nuevo periodismo, como Capote o Talese, ni siquiera el periodismo gonzo , como Hunter S. Thompson, pero hay quien habla ya de un antes y un después de WikiLeaks en el mundo de la comunicación.
Con sus 39 años, Assange (Townsville, Australia) ha revolucionado la manera de pensar el periodismo. En la era del hiperconsumo de información, a este antiguo hacker no le basta con difundir una sola noticia de relieve. Necesita divulgar miles y a un mismo tiempo. Cuando todavía resuenan los ecos de las últimas filtraciones (77.000 documentos de la guerra de Afganistán y casi 400.000 del Pentágono sobre Irak), el prestidigitador Assange aguanta la respiración y saca de WikiLeaks, su chistera cibernética, 250.000 cables diplomáticos comprometedores de Estados Unidos.
El hombre que tiene en jaque a la principal potencia mundial, el hombre capaz de quebrar los secretos de Washington, es un arcano del que no se sabe ni siquiera dónde duerme cada noche. Como el periodismo que practica, Assange vive en la frontera de la clandestinidad. Puede aparecer de repente en una videoconferencia transmitida en Jordania, como anteayer, o en un callejón de Londres para conceder una entrevista.
Ese secretismo, esa construcción del personaje escurridizo, insondable, le viene a Assange de lejos, de una infancia turbia marcada por la huida constante. El australiano inquieto comprendió pronto que la tecnología era sinónimo de poder. Transgresor por naturaleza, fue programador tal vez sólo para transmutarse en hacker y reventar un buen día las entrañas informáticas de la empresa de telefonía canadiense Nortel. Y quizá se hizo periodista solamente para destripar todos los secretos oficiales que se le pongan a tiro.
Fundada en 2006, WikiLeaks ha roto todos los moldes del periodismo moderno en sólo cuatro años, empuñando la bandera de la transparencia informativa. Su ideario se resume en la divulgación de noticias de alto impacto, valiéndose de una tecnología de punta y apelando a la ética periodística. Con esa filosofía, Assange y los suyos (una docena de empleados y unos 800 colaboradores) se fueron ganando el respeto de los medios de comunicación y de un público ávido por conocer lo que ocurre en la trastienda del poder. Los abusos del ejército estadounidense en Irak y en Afganistán quedaron al descubierto cuando WikiLeaks divulgó los manuales y videos de torturas y asesinatos selectivos.
Pero el mago de las filtraciones tiene fama de seguir el viejo proverbio del cuchillo de palo en casa del herrero. Los detractores de Assange lo acusan de haber arrojado un manto de opacidad sobre la organización que dirige. Sin un domicilio fijo, WikiLeaks es Assange y viceversa. Con un presupuesto de un millón de dólares, la organización se nutre económicamente con los aportes de unos 10.000 donantes anónimos que no pueden entregar a la organización más de 30.000 dólares por cabeza. Un capital que le permite a Assange jugar al ratón y al gato con los 120 funcionarios del Pentágono que se dedican exclusivamente a tratar de taponar las fugas de información que WikiLeaks recibe en su "caja electrónica", verifica y luego distribuye a través de los principales medios de comunicación del mundo.
Misteriosa también es la vida privada del periodista más transparente. Sobre Assange pesan acusaciones de acoso sexual en Suecia presentadas por dos mujeres. "Es una conspiración para desacreditarme", bramó Assange para quitarle hierro al asunto. Más consistencia parecen tener los reproches de gente de su entorno, que desaprueban el divismo en el que ha caído este visionario del periodismo del siglo XXI.
"Assange no incluye a los demás. Yo era su vocero y muchas veces no sabía de qué iba el asunto", se quejó Daniel Domscheit-Berg. Pero Assange parece tener respuestas para todos y una confianza en sí mismo a prueba de bombas: "Todos querían saber quién estaba detrás de WikiLeaks, por eso le he puesto rostro, como distintivo y cabeza de turco. Soy el fundador único; hay un plan de emergencia por si soy arrestado o desaparezco. WikiLeaks seguirá operativa sin mí, aunque menos efectiva".
Al igual que el mago Houdini, Assange guarda bajo siete llaves todos los secretos de su magia. Por el momento, el hombre que está detrás de este artefacto de la transparencia informativa que es WikiLeaks es tan indescifrable como esos mensajes encriptados que utiliza para comunicarse con sus colaboradores. Aunque para él, lo único importante es que su trabajo, como el del ilusionista húngaro, no para de recibir aplausos.