La monarquía es una de las principales referencias por las que Reino Unido es conocido en el mundo. Sin embargo, hubo un periodo de su historia en el que este país no tuvo rey ni reina
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Con toda su pompa y circunstancia, la monarquía británica es uno de los principales símbolos de Reino Unido en el mundo. Es una marca global y vale millones. Muchos millones. Esta institución con más de mil años de historia es considerada una de las principales fuentes de “poder blando” (capacidad de atracción ejercida sobre otros) británico.
La consultora Brand Finance estimó el valor de marca de la monarquía británica para 2017 en unos US$87.000 millones, de los cuales unos US$32.869 millones correspondían a los edificios y otros bienes de la Corona y los restantes US$54.000 millones constituían el valor intangible de la monarquía, los beneficios económicos que podía generar para Reino Unido en el porvenir.
Una encuesta de YouGov realizada a mediados de marzo en Reino Unido revela que 81% de los consultados tenían una imagen positiva de la reina Isabel II, que este año celebra su jubileo de platino al cumplir 70 años en el trono. Por esa popularidad y esa historia milenaria resulta difícil imaginar a Reino Unido sin monarquía y, sin embargo, hubo un periodo en el siglo XVII en el que Reino Unido abolió la corona.
¿Qué pasó?
Un rey que pierde la cabeza
En la década de 1640 se desató en Inglaterra un choque entre el rey Carlos I y el Parlamento que derivó en una guerra civil. El historiador británico Blair Worden, quien escribió extensamente sobre esa época y pasó casi toda su carrera dando clases en la Universidad de Oxford, señala que en aquellas circunstancias confluyeron tres crisis distintas.
“Hubo una crisis constitucional. Carlos I buscó hacerse más fuerte, al estilo de los monarcas absolutistas de Francia y España, pero en un momento en el que estaba en una posición débil: no tenía suficiente dinero. Él dependía del ingreso de los terratenientes, cuyas rentas no se estaban incrementando. Además, la inflación aumentaba rápidamente porque había una creciente burocracia a la que pagar.
“La Corona dependía del Parlamento para recaudar fondos y cuando éste no accedió a ello, el monarca intentó subir los impuestos sin contar con el Parlamento, lo que produjo una crisis constitucional”, explica Worden. Al mismo tiempo, había una crisis religiosa por la insistencia del monarca en imponer las prácticas anglicanas sobre la Iglesia en Escocia, algo a lo que los escoceses se resistieron y que condujo a las llamadas “guerras de los obispos”.
“La tercera es una crisis británica, porque los reyes de Inglaterra también eran soberanos de Escocia e Irlanda. A inicios del siglo XVII, los ingleses estaban tomando tierras en Irlanda, lo que generó una revuelta local contra ellos, de tal forma que, en torno a 1640, coinciden la crisis política y religiosa con la crisis entre Inglaterra, Escocia e Irlanda”, apunta Worden.
La guerra civil acaba con un triunfo del Parlamento sobre Carlos I, aunque los acontecimientos tomarían un giro que hasta entonces nadie había previsto. “Para ganar la guerra, el Parlamento tuvo que reclutar un ejército que se volvió muy radical y revolucionario y, en 1649, como resultado de la presión de esa fuerza, el rey fue ejecutado y la monarquía abolida. La Cámara de los Lores, también fue disuelta y eliminada. Eran cosas que nadie había imaginado en 1642, cuando se inició la guerra”, señala Worden.
La decapitación de Charles I, además, estuvo antecedida por otro evento absolutamente inusual: su enjuiciamiento y condena a muerte bajo la acusación de “alta traición” contra su reino. “Este era un concepto muy nuevo. Normalmente, la gente era enjuiciada por traición porque habían actuado contra el rey y ellos inventaron la doctrina de que era el monarca quien había traicionado a sus súbditos”, apunta Worden.
Para asegurarse de que el procedimiento transcurra según sus objetivos, el ejército -liderado por Oliver Cromwell- se encarga de purgar al Parlamento, evitando por la fuerza que aquellos de sus miembros que no estuvieran de acuerdo con el juicio y condena del monarca pudieran participar en el proceso.
De reino a mancomunidad
Tras la abolición de la monarquía se constituyó una nueva forma de gobierno llamada Mancomunidad de Inglaterra.
“Esencialmente era lo que conoceríamos ahora como una república. Había un Consejo de Estado, electo por los miembros del Parlamento, que ejercía el poder ejecutivo con una jefatura rotatoria. La colección de palacios reales fue puesta a la venta, con excepción de unos pocos que fueron conservados para el Consejo de Estado, y el pueblo de Inglaterra fue declarado como el poder soberano”, dice a BBC Mundo la historiadora Anna Keay, autora del recién publicado libro The Restless Republic: Britain without a Crown (La república inquieta: Gran Bretaña sin corona).
Se puso en marcha una agenda reformista que incluyó cambios en la iglesia, que se hizo mucho más protestante en sus rituales. Además, en ese periodo Reino Unido tuvo la primera constitución escrita de su historia. “Hubo muchos cambios en la forma en la que la gente vivía su vida. Así, por ejemplo, las bodas ya no se realizaban en iglesias, pues se convirtieron en actos seculares. Y cualquiera que hubiera luchado de parte de Carlos I durante la guerra civil tenía prohibido participar en el gobierno del país”, señala.
Este gobierno parlamentario se extendería por unos cuatro años y, según explica Blair Worden, fue acusado de ser “tan tiránico” como había sido el rey, pues combinaba los poderes ejecutivos y legislativos sin que existiera ningún contrapeso. Pero el poder se concentraría aún más a partir de 1653 cuando, luego de un golpe de Estado que disolvería el Parlamento, Oliver Cromwell se erige como “Lord Protector” de la nación.
“Es como si Cromwell hubiera medio restaurado la monarquía. Él no es llamado rey. Sus poderes están circunscritos, pero es una suerte de retorno al mandato de un solo gobernante con parlamentos que son convocados de forma regular y que tienen sus poderes constitucionales garantizados. Él no usa corona, pero quiere tener el poder de un rey. Quiere ser capaz de ejercitar el poder y lograr que sus políticas se apliquen. Pero también le preocupa ser acusado de usurpador”, comenta Worden.
A su favor, Cromwell tenía el prestigio que había acumulado como jefe militar durante la guerra contra Carlos I, así como en las guerras siguientes en las que derrotó a las fuerzas favorables a la monarquía en Escocia e Irlanda, incorporando estos territorios a la Mancomunidad. Por otra parte, el estadista era un gran defensor de la libertad de conciencia y de la libertad de religión, algo que quedaría como legado.
“Es un periodo de gran debate y no hay gobierno que realmente pueda controlar la libertad de expresión. Hay una gran expansión de las publicaciones impresas: panfletos, libros, periódicos. Es una suerte de experimento extraordinario en teología, con grupos religiosos discutiendo unos con otros y hay un gran debate sobre el principio de la libertad de conciencia”, explica Worden.
Cromwell fallece en 1658 y, en su lugar, su hijo Richard es nombrado como nuevo Lord Protector, pero este no logra conservar el poder y poco tiempo después se reinstaura la monarquía.
Una revolución que nadie quería
Al analizar este período en el que Reino Unido no tuvo monarquía, los historiadores coinciden en señalar que uno de los elementos que llevaron a su fracaso era el hecho de que, desde el principio, nadie había tenido la intención de implantar una república y que esta, de alguna manera, se instauró por accidente.
“Ellos (quienes derrocaron y enjuiciaron a Carlos I) querían castigar al rey, pero ellos no eran republicanos en el sentido actual. Ellos no creían que la monarquía fuera mala. En principio, lo que querían era tener monarcas buenos que estuvieran controlados por la ley y no actuaran de forma arbitraria”, afirma Worden.
Anna Keay destaca que, incluso después de que el monarca fue ejecutado, no había consenso sobre qué se iba a hacer y transcurrieron semanas hasta que se decidió la abolición de la monarquía, algo que asegura solamente fue posible debido a que a los parlamentarios favorables al rey se les impidió votar sobre si este debería haber sido enjuiciado y sobre cuál debería ser el nuevo régimen político.
Así, la Mancomunidad de Inglaterra nacería de ese acto de fuerza y envuelta en una falta de consenso a favor de la república. Worden señala que entre 1649 y 1660 no hay un gobierno que tenga una base amplia de apoyo.
“La república fracasa porque nadie la quería. Se produjo casi por accidente. Quienes abolieron la monarquía estaban muy divididos entre ellos y no tenían fe en la república. Así que cuando se llega a la etapa final del protectorado, la revolución colapsa desde adentro. Ellos estaban profundamente divididos sobre temas religiosos y se combaten entre sí.
“Mientras tanto, la mayor parte de la población los ve con rechazo. La nación había tolerado a Cromwell porque bajo su mando había habido paz, pero una vez que el ejército empieza a enfrentarse entre sí en 1659 y 1660 el apoyo público al régimen desaparece”, relata el experto. Así, en mayo de 1660 el Parlamento acordó la restauración de la monarquía, tras lo cual regresó al país y asumió el poder Carlos II, hijo del difunto Carlos I.
Polémico legado
Como lo figura misma de Oliver Cromwell, considerado por unos como un traidor y por otros como un patriota, la etapa republicana de Reino Unido genera polémicas y opiniones encontradas. Blair Worden considera que la guerra civil que condujo a este periodo sembró la semilla de la polarización política actual que caracteriza ese país.
“La política inglesa es muy antagónica. Tienes un gobierno, tienes una oposición y se supone que se odian entre sí. Y eso realmente se remonta, creo, al siglo XVII. Está allí a finales del siglo XVII, cuando teníamos los primeros dos partidos políticos, el Partido Tory y el Partido Whig, y son la continuación del Partido Realista y el Partido Parlamentario en las guerras civiles”, apunta.
Anna Keay, por su parte, afirma que aunque fue un fracaso constitucional esta etapa dejó un “maravilloso” legado. “Fue un período de inmensa energía, actividad intelectual y cambio. El alfabetismo aumentó muchísimo. Se empezó a publicar y leer periódicos de forma regular. La idea de que el Parlamento podía ser un cuerpo soberano cobró verdadera relevancia, así como la noción de tolerancia religiosa que no solamente se convirtió en una idea creíble, sino que fue practicada durante un tiempo.
“También tuvo un gran impulso la investigación científica, a medida que nuevas ideas eran probadas y había una mentalidad más abierta hacia nuevas formas de hacer las cosas”, dice la historiadora. Desde el punto de vista político, Keay destaca que también en ese momento surgió realmente Reino Unido, pues una vez que el Ejército republicano tomó el control de Irlanda y de Escocia, estas se unieron políticamente a Inglaterra por primera vez.
“Así que, aunque las estructuras políticas no duraron, los cambios que fueron posibles debido a la agitación y radicalismos de este periodo se tornarían muy importantes en el desarrollo de las islas británicas en las décadas y siglos posteriores”, afirma.
Destaca que aunque el reinado de Carlos II significó la restauración de la monarquía en unos términos muy similares a los de Carlos I, en 1688 hubo una serie de cambios políticos que realmente transformaron el régimen al establecer la obligación del rey de consultar con el Parlamento, así como la convocatoria de ese poder legislativo al menos una vez cada tres años. Además, se instauraba la necesidad de hacer cumplir legalmente la tolerancia religiosa y la libertad de prensa.
“De esa forma, una generación después de la restauración de la monarquía, grandes cambios que eran una suerte de legado de los años republicanos entrarían en vigor y cambiarían la monarquía para convertirla, en esencia, en una monarquía constitucional”, concluye Keay.
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