Juan XXIII, el hombre que, en sólo cinco años, gestó la "primavera de la Iglesia"
Silenciosamente, como fue su ingreso en el papado y su llegada al corazón de todos, hoy será proclamado santo Juan XXIII.
Eclipsado tal vez por la figura de Juan Pablo II, que también subirá a los altares, su envergadura fue creciendo con el tiempo y quedó en la historia como el papa del Concilio , el que abrió la ventana de la Iglesia para renovar el aire y ponerla en diálogo con el mundo.
El Concilio Vaticano II fue su legado. Lo convocó sorpresivamente, tres meses después de asumir como sucesor de Pío XII, a los 77 años, y no pudo ver el final. Pero le dio a la Iglesia un golpe de timón y la inercia necesaria para una renovación que hoy pocos discuten y muchos sostienen que está incompleta.
Sin los avances tecnológicos que hoy acompañan cada paso del Papa, Juan XXIII se caracterizó, al igual que Francisco, por sus gestos y su sintonía con los más débiles. "He oído que te llamas Angelo, también yo una vez me llamaba así, después me cambiaron el nombre", le dijo a un niño internado en el Hospital del Bambino Gesù, en vísperas de la Navidad de 1958, en su primera salida del Vaticano.
Efectivamente, había nacido como Angelo Roncalli el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, en la provincia italiana de Bergamo, en una familia campesina. Era el cuarto de 13 hermanos y su vocación sacerdotal no alegró mucho a su padre, que ansiaba retenerlo en el campo, mientras Angelo se escondía entre las viñas para sumirse en la lectura.
En octubre de 1892, ingresó en el seminario menor de Bergamo y completó sus estudios en Roma. Ordenado sacerdote en 1904, el obispo de Bergamo, Giàcomo Radini Tedeschi, sensible a las nuevas ideas sociales, lo llamó como secretario y lo formó en esa escuela.
Fue director de la Obra Pontificia Propaganda Fide, e ingresó en la diplomacia, al ser nombrado por Pío XI arzobispo y visitador apostólico en Bulgaria, misión que luego extendió a Turquía, Grecia y la zona del Mediterráneo oriental. Sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1944, Pío XII le mandó un telegrama y él creyó que había sido un error. El Papa volvió a notificarle el nombramiento como nuncio en París, cuando finalizaba la ocupación alemana. Enfrentó con diplomacia y astucia la ofensiva del general De Gaulle por remover a obispos que había considerado complacientes con el régimen colaboracionista. Nombrado cardenal y patriarca de Venecia, en 1958 partió a Roma para participar del cónclave en el que fue elegido papa.
En la vida de Juan XXIII se encuentran similitudes con los primeros pasos emprendidos hoy por Francisco. Visitó a los niños enfermos en el hospital y a los privados de la libertad en la cárcel de Regina Coeli. Viajó al santuario de Asís, en tiempos en que los papas no salían de Roma y recibió al arzobispo de Canterbury, abriendo el camino de un diálogo que se extendió a otras confesiones. En medio de la Guerra Fría, intercambió mensajes con el líder soviético Nikita Kruschev y recibió a su hija en el Vaticano, como lo hizo también con Jacqueline Kennedy, durante la crisis de los misiles en Cuba, en 1962.
La unidad del cristianismo, la paz y la justicia, el desarrollo de los pueblos y el orden social fueron sus objetivos incansables. En 1961 publicó la encíclica social Mater et Magistra, en la que denunciaba la situación de "innumerables trabajadores de muchas naciones y de enteros continentes, a los cuales se les da un salario que los somete a ellos y a sus familias a condiciones de vida sobrehumana".
El 11 de octubre de 1962 inauguró el Concilio Vaticano II, junto con 2500 obispos, y dio paso al espíritu renovado de la Iglesia. Por primera vez hubo observadores de otras confesiones religiosas. No fue una jugada sencilla. Al comienzo, envió consultas a 74 cardenales y arzobispos y sólo 24 respondieron con adhesiones y propuestas. Entre ellos, el arzobispo de Milán, Giovanni Montini, que lo sucedió como Pablo VI y tomó la posta del Concilio.
Dos meses antes de su muerte, Juan XXIII publicó su encíclica, Pacem in Terris. El 3 de junio de 1963 el mundo despidió a un papa indiscutido, que condujo la etapa bautizada como "la primavera de la Iglesia".
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