Las honras fúnebres de estos dos íconos que marcaron su época por su visión y su activismo convocaron a decenas de líderes mundiales y fueron seguidas por una inmensa audiencia global
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Fueron dos de los líderes más carismáticos y populares de su tiempo. Fueron también víctimas de actos de violencia y lucharon desde siempre, desde sus creencias particulares, por mejorar la condición del mundo que les tocó vivir.
Por eso Juan Pablo II, el papa polaco que sobrevivió a un atentado y contribuyó a derrotar al comunismo, y Nelson Mandela, el hombre que pasó décadas de encierro, venció al racismo y fue presidente de Sudáfrica, fueron objeto de los funerales de Estado más seguidos y conmovedores del siglo XXI.
Ambos se conocieron cuando el Papa visitó Sudáfrica en septiembre de 1995. Mandela lo recibió en el aeropuerto y lo llamó “mi hermano”. Su segundo encuentro fue en 1998, esta vez en el Vaticano. No volverían a reunirse. Pero Mandela estuvo años después entre los líderes mundiales que asistieron a los funerales de Juan Pablo II.
Un torrente de admiradores acompañaron sus cortejos fúnebres con devoción absoluta, uno en el Vaticano a principios de 2005, otro en el pueblo sudafricano de Qunu a fines de 2013. Muchos más todavía, cientos de millones repartidos por el mundo, los siguieron por televisión.
El adiós al “papa viajero”
El Papa murió el sábado 2 de abril de 2005. En la tarde del lunes se abrió su capilla ardiente en la Basílica de San Pedro, donde en tres días desfilaron cientos de miles de fieles que se fueron acercando, italianos primero, polacos enseguida, de todas partes después. Como en los viejos tiempos, todos los caminos conducían a Roma.
Se estima que más de un millón y medio de personas asistieron luego al entierro del 8 de abril, en una ceremonia fúnebre que comenzó a las diez de la mañana, cuando 12 porteadores sacaron a hombros de la basílica el féretro de ciprés y lo colocaron sobre la escalinata.
Le siguió una misa de réquiem que duró más de dos horas y media y fue oficiada por el cardenal alemán Joseph Ratzinger, decano del colegio cardenalicio, quien sucedería a Juan Pablo II solo 11 días después como Benedicto XVI.
Unas 300.000 personas ocuparon la Plaza San Pedro y la avenida que vincula el casco histórico de Roma con el Vaticano, y las demás siguieron la ceremonia a través de 28 pantallas gigantes, situadas en puntos estratégicos.
Las autoridades italianas establecieron un dispositivo de seguridad que movilizó a 40.000 personas, entre agentes de seguridad, voluntarios y empleados municipales. El espacio aéreo permaneció cerrado y el tránsito en el casco urbano fue cortado debido a la avalancha humana de feligreses. Muchos habían acampado durante la noche para estar lo más cerca posible de la escena final.
“Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana del Padre, nos ve y nos bendice”, dijo Ratzinger en su homilía, junto a palabras de agradecimiento a Juan Pablo II por haber seguido en activo hasta el final a pesar de su débil estado de salud.
La solemnidad de la ceremonia se vio quebrada a menudo con aplausos y gritos en italiano de “Santo subito” (Santo ya), exigiendo la santidad urgente del Papa. El grito se vería recompensado nueve años más tarde, en 2014, de hecho bastante pronto para los meditados plazos de la Iglesia, cuando Juan Pablo II fue canonizado por Francisco.
Fue el funeral más convocante de la historia de la Iglesia y un emocionante gesto de los miles de feligreses que acudieron sin pensarlo dos veces a Roma, venidos a despedir al obispo polaco que viajó 104 veces fuera de Italia y visitó 129 países en sus tres décadas de pontificado.
Asistieron cerca de 200 personalidades, desde el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, a la derecha, hasta el brasileño Lula da Silva a la izquierda: no hubo reparos ni diferencias ideológicas a la hora de honrar su memoria. Y no podía faltar el expresidente polaco Lech Walesa, el líder de la revuelta contra el comunismo.
Junto a los presidentes, primeros ministros y altos funcionarios internacionales, asistieron otros tantos príncipes, reyes y jeques. Por la Corona británica viajó Carlos, príncipe de Gales y hoy rey de Inglaterra. El príncipe estaría de nuevo en nombre de la reina Isabel II en las honras fúnebres de Nelson Mandela.
Todos despidieron al Papa con un largo aplauso que acompañó al ataúd en su camino a la cripta de la basílica, las llamadas Grutas Vaticanas, la necrópolis que se extiende por debajo de la nave central del templo.
Cumpliendo su deseo, Juan Pablo II fue enterrado en una sencilla tumba en el suelo, solo recubierta por una lápida de mármol blanco. El ritual se hizo ante un reducido grupo de cardenales y no fue transmitido por televisión.
Soweto, Pretoria y Qunu
Pasarían ocho años para ver repetirse los fastos que acompañaron la despedida de Juan Pablo II. Sucedió en un lugar distante y distinto. La solemnidad de San Pedro transmutó en el aire festivo de un estadio de fútbol, donde comenzaron los funerales de Nelson Mandela, y en los ritos tradicionales en la aldea donde se le dio sepultura.
Mandela murió el 5 de diciembre de 2013, a los 95 años, 27 de los cuales los pasó como preso político. El país vivió cinco días de luto y el 10 de diciembre comenzaron los funerales en el estadio Soccer City de Soweto, el famoso township de Johannesburgo.
Cerca de 100 jefes de Estado y de gobierno asistieron al servicio religioso oficial que arrancó a las diez de la mañana, con una hora de retraso debido a la multitud que seguía subiendo a las gradas, cerca de 90.000 personas.
La ceremonia, que duró unas cuatro horas, comenzó con oraciones de diferentes credos. El púlpito fue ocupado sucesivamente por representantes del judaísmo, el hinduismo, el islam y el cristianismo, como había deseado el mismo Mandela, el peacemaker por excelencia que dedicó su vida a trabajar por la unidad en la diversidad.
Allí estaba el presidente estadounidense Barack Obama, que se acercó a estrecharle la mano al líder cubano Raúl Castro, una toma inédita e icónica. Las cámaras se detenían también en Bill Gates, Oprah Winfrey y Bono, entre las muchas estrellas que poblaron las tribunas.
La multitud entonó cantos en zulú, hizo vibrar las tribunas y aplaudió a rabiar a los familiares de Mandela. Aclamó especialmente a la viuda del líder, Graça Machel, que se fundió en un abrazo con su exmujer, Winnie Madikizela.
Obama saludó a Mandela en un discurso donde lo llamó el último libertador del siglo XX. “Al pueblo sudafricano, el mundo le agradece por compartir a Nelson Mandela con nosotros. Su lucha fue nuestra lucha. Su triunfo es el nuestro”, dijo el líder demócrata.
Durante los siguientes tres días se instaló una capilla ardiente en los Union Buildings, sede del gobierno sudafricano, en Pretoria, donde desfilaron miles de compatriotas ante el féretro de “Madiba”, como se lo llamaba corrientemente con cariño y respeto. En la actualidad, una estatua de diez metros de Mandela se erige justo afuera del recinto de gobierno.
Y luego de Johannesburgo, donde Mandela vivió gran parte de su vida adulta, y de Pretoria, donde residió como presidente de Sudáfrica tras haber doblegado al sistema racista del apartheid, sus restos fueron trasladados a Qunu, el pueblo donde creció, para darles sepultura.
El ataúd fue cubierto con una bandera sudafricana y llevado en procesión hasta una gran carpa seguido de cientos de soldados. Tres helicópteros militares con la bandera sudafricana y cinco jets realizaron una exhibición sobre los campos donde Mandela cuidaba el ganado de chico. La carpa misma daba a esos campos, y adentro ardían 95 velas frente a una gran foto de Mandela.
El servicio comenzó con un himno en lengua xhosa, la etnia originaria a la que pertenecía Mandela, titulado Cumple tu promesa. Y la ceremonia volvió a envolverse, como el día del estadio de Johannesburgo, de una atmósfera de cantos y bailes ante 4500 personalidades invitadas.
El adiós definitivo se dio en una segunda fase de la ceremonia, junto a la tumba y en presencia de una comitiva de 400 invitados de honor, con rituales de la tradición xhosa para que “el espíritu de Mandela encuentre la paz”.
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