Jóvenes, embarazadas y sin vacunar: la nueva ola de contagios y muertes en los hospitales de EE.UU.
En muchos casos se trata de mujeres que no están en contra de las vacunas, pero que prefieren esperar a después del parto
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WASHINGTON.- En las videollamadas que hacia desde su cama en la unidad de terapia intensiva de un hospital de Texas, Paige Ruiz pudo ver a su beba recién nacida, que ya estaba en casa, pero sin ella.
Le pusieron de nombre Celeste, y al observar sus mejillas rosadas y esos ojazos marrones, Paige a veces se emocionaba tanto que no podía contener las lágrimas, recuerda su madre, Robin Zinsou. Pero en medio del llanto, Paige de pronto empezaba a toser, y debían cortar la comunicación.
Esas videollamadas, por dolorosas que fuesen, “fue la forma que tuvo de ser madre de Celeste”, dice Zinsou, abuela de la beba. Paige tenía 32 años, era esposa y madre de dos niños, y murió por complicaciones del Covid-19 el 15 de agosto, pocos días después de dar a luz conectada a un respirador.
Paige pasó parte de sus últimos días de vida insistiéndole a todo el mundo que se diera la vacuna, esa misma que ella había decidido esperar para aplicarse, por sus dudas sobre los efectos que podría tener en esa beba por nacer y a la que finalmente nunca pudo tener en brazos.
La muerte de Paige Ruiz se produjo en medio de la oleada de la variante delta en Estados Unidos, que causó un auge de contagios y hospitalizaciones de pacientes críticos como ella: mujeres jóvenes, embarazadas y sin vacunar. La paradoja no deja de ser trágica: las embarazadas son al mismo tiempo más proclives a enfermar gravemente y morir de Covid-19, y al mismo tiempo son menos propensas a darse la vacuna que impediría ese desenlace.
Según los datos informados esta semana por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC), que también emitió una recomendación urgente de vacunación para esa franja poblacional, ya han muerto más de 171 mujeres en esa condición, 22 de ellas tan solo en el mes de agosto.
Apenas el 25% de las estadounidenses embarazadas han recibido una dosis de la vacuna durante su gravidez, según datos de los CDC, una cifra que las coloca entre los grupos poblacionales más temerosos frente a la vacunación. Y el guarismo sigue siendo bajo, del 31%, aunque se incluya a las que se vacunaron antes de quedar embarazadas. En parte, esa reticencia parece ser consecuencia de los meses de información poco clara y de la falta de datos para las futuras mamás, situación que se perpetuó incluso hasta estos últimos meses, debido a que las embarazadas fueron excluidas de los primeros ensayos clínicos de las vacunas.
En ese vacío informativo proliferaron las noticias falsas sobre la vacuna como causa de infertilidad o pérdida del embarazo, confundiendo aún más a las mujeres que debían tomar una decisión para sí mismas y para sus bebés por nacer.
“No me he cruzado con una sola embarazada que no se haya vacunado por ser antivacuna”, dice Nida Qadir, directora adjunta de la Unidad de Terapia Intensiva del Centro Médico Ronald Reagan, de la Universidad de California en Los Ángeles. “Por lo general, el argumento era que no estaban convencidas de que fuera seguro vacunarse durante el embarazo, que les parecía mejor vacunarse después de parir, o que el obstetra les había dicho que si querían, se vacunaran, pero que todavía no quedaba claro si debían hacerlo.”
“La verdad que no las culpo”, agrega Qadir. “Había mucha confusión.”
Pero ahora el establishment médico apoya plenamente la vacunación contra el coronavirus durante el embarazo. El 11 de agosto llegó la recomendación formal de los CDC, tras la larga espera de los resultados de los estudios que demostraron que la vacuna no aumenta el riesgo de aborto espontáneo. A fines de julio, las principales organizaciones de obstetricia y ginecología dieron su apoyo inequívoco a la vacunación de las embarazadas.
Quienes también han sumado sus voces para impulsar la vacunación son las mujeres que dudaron y luego sufrieron consecuencias devastadoras: cesáreas de emergencia, partos prematuros, fallecimiento de la madre o del recién nacido durante el parto.
En un aviso de concientización del Departamento de Salud del estado de Michigan, una enfermera de 27 años llamada Kayleigh Fox describe entre lágrimas su terrible experiencia personal. Kayleigh contrajo el virus a fines de marzo, cuando cursaba la semana 39 de su embarazo, y al principio solo presentaba dolores corporales y síntomas similares a los de un resfrío. Pero después de dar a luz a un bebé sano, la caída de sus niveles de oxígeno en sangre obligó a internarla en terapia intensiva. Su cuadro se siguió deteriorando: desarrolló un coágulo de sangre en los pulmones e insuficiencia cardíaca del lado derecho. Casi no sobrevive.
“Me atormentaba por mis otros hijos, por mi nuevo bebé, por mi marido”, dice Kayleigh. “Me preguntaba qué pasaría con ellos cuando yo no estuviera.”
El aviso fue filmado en blanco y negro y termina con ella hamacando a su bebé y besándolo en la mejilla. Se escucha una voz en off que dice: “Tener 27 años, ser esposa y madre y estar a punto de perderlo todo, es aterrador. Si una vacuna puede evitarlo, ¿por qué no dársela?”
Evidencia más sólida
Pero allá en Texas, Paige Ruiz quería pruebas más sólidas de que la vacuna era segura. Su madre dice que Paige siempre quiso tener hijos y que desde chiquita “siempre quiso cuidar a los demás”. Después de ser madre por primera vez, “se iluminaba la cara de solo pensar en su hija Joanna”.
Paige Ruiz y su esposo, Daniel se pusieron felices cuando se enteraron de que Joanna iba a tener una hermanita. Robin Zinsou, la madre de Paige, también estaba emocionada, pero la preocupaba el Covid, y después de cada control prenatal, le preguntaba a su hija si se iba a vacunar.
“Le preguntaba sin falta, todas las veces”, dijo. “Ya sabía lo que me iba a contestar, pero yo le preguntaba igual.”
El virus la atacó a fines de julio, días antes de la fecha estimada de parto. Su hermana Cameron había reservado un pasaje de avión desde Greensboro, Carolina del Norte, para conocer a su nueva sobrina y pasar tiempo con la familia Ruiz, que se estaba agradando. Pero al llegar tuvo que saludar a su hermana enferma a través de la ventana de su casa. El 1 de agosto, Paige ya estaba en la guardia del hospital.
Al día siguiente dio a luz a Celeste por cesárea de emergencia, y las enfermeras se llevaron a la beba antes de que Paige despertara de la anestesia. Su esposo y su familia cuidaron a la recién nacida, que nació sana, mientras esperaban que a la madre le dieran el alta.
Desde su cama de hospital, Paige siempre bromeaba sobre “escapar de la cárcel” y volverse a su casa, y hasta el 15 de agosto, toda su familia esperaba lo mismo. Muy temprano esa mañana, mientras se ocupaba de sus nietas, Robin notó varias llamadas perdidas del hospital. La frecuencia cardíaca de Paige estaba bajando, le dijo una enfermera. “Vengan lo antes posible.”
Semanas después de su muerte, la familia sigue en shock. Han compartido la historia de Paige con varios medios de comunicación, y Robin dice que su hija “no quería que otros pasen por lo mismo”. Siente que tiene que hacerlo también por sus nietas, Joanna y Celeste. “Las nenas no van a tener recuerdos de su mamá, por eso quiero que el legado de su madre sea bueno, y que en el futuro sus hijas sepan que su historia sirvió para cambiar las cosas.”
Los seres queridos de Paige creen que alentar la vacunación es honrar uno de sus últimos deseos, y están esperanzados al ver que se intensifica la campaña de concientización sobre la vacuna dirigida a las embarazadas. Solo desearían que hubiese llegado unos meses antes. Tal vez entonces Paige seguiría con ellos.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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