El lunes 9 de mayo se celebrará una nueva edición de la entrega del galardón, en 22 categorías distintas
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Dicen que si te ganás un Premio Pulitzer sabrás a partir de ese momento cuáles serán las primeras palabras de tu obituario: “El ganador del Pulitzer (tu nombre aquí)… etc.”, un honor al que siempre estarás vinculado. El Pulitzer, que anunciará sus ganadores y candidatos nominados de 2022 el próximo 9 de mayo, destaca el más alto rigor, compromiso y profesionalismo en varias categorías de la prensa escrita y digital (aunque también hay premios en literatura, dramaturgia y música, entre otros).
El premio fue creado para ese propósito con una donación de Joseph Pulitzer, un inmigrante a Estados Unidos que surgió de la nada para convertirse en un poderoso magnate de los medios a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Pulitzer revolucionó la prensa estadounidense, promovió el profesionalismo del oficio de periodista, innovó elementos en los periódicos que hoy damos por sentados, tuvo el diario de mayor circulación en el mundo y hasta cierto punto fue “el inventor de los medios masivos de comunicación”, según uno de sus biógrafos.
Sin embargo, no estuvo lejos de la polémica. El estilo escabroso y sensacionalista de los reportajes en sus publicaciones dieron origen al término “prensa amarilla”, que se asocia con la prácticas periodísticas más cuestionables y, durante un breve pero crucial período, recurrió a lo que hoy en día llamaríamos “noticias falsas”.
¿Cómo es posible, entonces, que tan prestigioso premio lleve el nombre de alguien asociado con la violación los principios del buen periodismo?
La visión del inmigrante
Joseph Pulitzer fue un inmigrante de familia judía de Hungría que llegó a Estados Unidos en 1864 cuando tenía 17 años, originalmente reclutado para pelear en la Guerra Civil de ese país.
Después de ese conflicto, Pulitzer ocupó una serie de empleos en los que no fructificó y finalmente viajó a St. Louis, Missouri, donde obtuvo un trabajo como reportero para un diario en alemán, el Westliche Post, en el que se destacó por su capacidad de trabajo y buena prosa.
En 1872, compró dos moribundos periódicos de St. Louis que fusionó y aumentó su circulación. En 1883, ya millonario, adquirió otro diario en dificultades, The New York World, que transformó en el periódico de mayor circulación del mundo.
“Pulitzer tenía esa perspectiva de la cultura y sociedad estadounidense única de un inmigrante, lo que le dio una ventaja en sus reportes y le permitió ofrecer algo diferente al lector”, dijo a BBC News Mundo David McGrath Morris, autor de la biografía Pulitzer: A Life in Politics, Print and Power (Pulitzer: una vida en política, prensa y poder).
Su golpe de genio, dice McGrath Morris, fue poder percibir los cambios sociales que ocurrían en EE. UU. y saber aprovecharlos.
Cuando se inició como editor en St. Louis, analizó el desplazamiento de personas hacia los centros urbanos para llegar a sus empleos. Se trataba de trabajadores pendulares, que iban y venían a diario y que necesitaban algún tipo de entretenimiento. “Los diarios de esa época eran muy monótonos y aburridos, así que produjo un periódico con historias interesantes que se compraba para leer camino a casa”, explicó el biógrafo.
También notó que los nuevos inmigrantes en las ciudades necesitaban algún tipo de información práctica y consejos económicos. Por ejemplo, para el ama de casa que quería saber quién vendía harina y a qué costo. Así que la publicidad se volvió un elemento útil e importante, más que propagandístico, que le permitía al inmigrante progresar.
La edición dominical del diario era tan gruesa como un directorio telefónico, señala McGrath Morris. Ofrecía novelas serializadas, páginas con patrones de confección de vestidos que se podían recortar y hasta partituras musicales. “Era como tener internet, una enorme fuente de entretenimiento”, aseguró.
Por último, Pulitzer entendió que la sociedad está compuesta de contadores y escuchadores de historias, así que tomó el drama de la vida urbana y motivó a sus reporteros que escribieran en imitación de Charles Dickens (el novelista victoriano) “captando el momento dramático pero basados en hechos, sin inventar nada”.
Una noticia común de una mujer encontrada ahogada en el río se podía convertir en The World en la historia de una mujer abandonada que ya no podía sostener a sus niños y en desesperación se arrojó a las turbulentas aguas del Hudson. “Convertía la noticia en una lectura emocionante que atraía enorme circulación”, resaltó.
Guerra periodística
Para los años 1890, The World era el principal periódico en EE. UU. con una circulación en los cientos de miles de ejemplares. La idea de las noticias como forma de entretenimiento rebasó las fronteras nacionales e internacionales y su estilo empezó a tener imitadores.
La mayor competencia vino de William Randolph Hearst, con su periódico New York Journal, y los dos magnates se tranzaron en una batalla por el dominio de sus diarios que no solo les costó -estaban perdiendo dinero a manos llenas- sino que seriamente comprometió los principios del periodismo que, al menos Pulitzer, alentaba en sus reporteros.
El foco fue la guerra hispano-estadounidense, en la que los dos editores publicaron noticias de flagrante negligencia periodística que salían de Cuba. Ambos fueron culpables de inventar historias diseñadas para echarle más leña al fuego y alentar a Washington a participar en la guerra.
La competencia se tornó muy infantil y algunas veces hasta cómica, expresa McGrath Morris. Se sonsacaban a sus periodistas, atrayéndolos con mejores salarios, y se robaban mutuamente las noticias.
Uno de los momentos de mayor vergüenza para Pulitzer sucedió cuando el Journal de Hearst preparó un reportaje sobre un coronel austríaco con el curioso nombre de Reflipe W. Thenuz, que combatía del lado español.
Los periodistas de The World se hicieron a la historia y la publicaron al día siguiente informando sobre la muerte del susodicho coronel. Cuando Hearst denunció el robo de la primicia, reveló que el nombre del coronel era un anagrama de “wepilferthenews” (nosotros robamos las noticias).
McGrath Morris aclara, sin embargo, que Joseph Pulitzer no estuvo involucrado tan directamente en las cuestionadas prácticas de su diario. “Cuando la guerra hispano-estadounidense estalló, atravesaba una profunda depresión porque su hija favorita había muerto y se estaba recuperándose en Georgia”, indicó.
Al regresar a Nueva York, tras su recuperación, le puso freno a esos errores y estableció principios muy sólidos de periodismo, asegura el biógrafo. No obstante, él sabía que su nombre siempre estaría asociado con el comportamiento de sus periodistas durante la guerra y sería “la mancha que su legado jamás superaría y que llevaría hasta la tumba”.
Prensa amarilla
A pesar de que Hearst y Pulitzer amasaban enormes reservas de dinero, se dieron cuenta de que el enfrentamiento no tendría fin y lograron llegar a una tregua. “Básicamente se pusieron de acuerdo en cómo romper el mercado para poder sobrevivir sin destruirse mutuamente”, otra de varias contradicciones en los principios de Pulitzer que condenaba esa práctica deshonesta entre corporaciones.
Pero las publicaciones sensacionalistas continuaron. Pulitzer tenía muy claro quién era su audiencia, la clase obrera e inmigrante que atiborraba la zona sureste de Manhattan conocida como Lower East Side (Loisaida, como la llama la mayoría latina que ahora vive allí).
Mientras que los periódicos tradicionales reportaban sobre la bolsa de valores y las fiestas de sociedad, The World se concentraba en las historias personales de las clases menos privilegiadas, “dándole importancia a esas personas que a su vez se convirtieron en lectores asiduos y leales del periódico”, indicó McGrath Morris.
Pulitzer instruyó a sus reporteros a que escribieran sobre esa parte de la población que había sido ignorada por tanto tiempo y que ahora veían sus vidas reflejadas en las noticias.
Tanto The World como el periódico el Journal publicaban versiones de una tira cómica muy popular con un personaje llamado Yellow Kid (el chico amarillo) en torno a las aventuras de un niño vestido de ese color. Como resultado, esos diarios los identificaron como prensa amarilla.
El término empezó a volverse peyorativo cuando las clases altas catalogaron esos periódicos como páginas de escándalo y sensacionalismo. Sus ejemplares fueron prohibidos en los clubes y hubo un movimiento para no permitir su lectura en las bibliotecas públicas. A partir de ahí, la prensa amarilla se volvió sinónimo de reportajes no basados en hechos.
Pero McGrath Morris indica que para los lectores de The World, esas historias no eran escandalosas. “El diario pudo haber usado adjetivos dramáticos, pero siempre había un cuerpo. Eso nunca se lo inventaron”, explicó.
El cuarto poder
Con sus informes sobre las condiciones inhumanas y hacinadas del Lower East Side, Pulitzer identificó la capacidad de la prensa de iluminar los recodos más oscuros de la sociedad. Dichos reportes ponen los temas sobre la mesa a la agenda pública y pueden promover el cambio social, explica el biógrafo.
Cuando muchos diarios eran subsidiados por partidos políticos y eran básicamente propagandísticos, la fortuna de Pulitzer y la enorme circulación de su periódico le permitió influir en la creación del periodismo independiente en EE. UU. y en otras partes del mundo que, según McGrath Morris, fue importantísimo en los avances de la democracia.
“Enfocar un reporte en un problema en particular -como las golpizas de los policías en EE.UU.- atrae la atención y pone el tema en la agenda pública para que el gobierno tome acción”, subrayó.
El magnate era perfectamente consciente de que podía manipular la opinión publica. Una vez atraía la atención con la noticia basada hechos confirmados, el lector podía pasar a la página editorial, donde Pulitzer desafiaba al gobierno como nunca antes. Ahí abogaba por toda una serie de políticas como un impuesto de renta progresivo y mejores leyes laborales.
Aunque no fue el creador, sí fue el precursor del “cuarto poder”, como hoy se conoce a la prensa. Gobernadores y políticos diferentes estados le escribían para que endosara sus campañas pues conocían el valor de sus opiniones. “Pulitzer se vanagloriaba de eso, le encantaba la idea de que millones de lectores siguieran sus consejos”, cuenta McGrath Morris.
Contradicciones
Pero, así como les pasa a muchos que promueven ciertas políticas y luego dan media vuelta cuando esas los afectan personalmente, Pulitzer traicionó sus principios en dos ocasiones más, señaló su biógrafo.
Una fue que, a medida que se volvió inmensamente rico, se convirtió en un defensor de la riqueza. A pesar de que abogaba por un impuesto progresivo, protegía su fortuna de este.
La otra ocasión es tal vez más triste porque tuvo que ver con los niños repartidores de sus periódicos, a quienes llamaban “árabes de la calle”.
The World y otros diarios sacaban varias ediciones al día, más o menos una cada hora durante 12 horas. Si se estaba cubriendo una noticia sobre algún juicio famoso, el lector que pudiera gastar sus centavos compraría el diario de las 9 a.m., luego tal vez el de las 11 y después el del de las 2 p.m. para estar actualizado con los acontecimientos en el tribunal.
Los niños repartidores de los diarios eran cruciales para su circulación, pero ellos querían que se les pagara más por ejemplar y no tener que absorber el costo de las copias que no vendían.
Tanto Joseph Pulitzer como William Randolph Hearst se opusieron al aumento y los jóvenes hicieron una huelga histórica que está reflejada en un famoso musical llamado “The Newsies”.
En el musical los niños ganan, pero la historia no cuenta un final tan feliz. El poder de Pulitzer y Hearst logró doblegar a los huelguistas, aunque concedieron en comprarles de vuelta los ejemplares no vendidos.
Legado
En aquella época, el periodismo no era considerado un oficio legítimo ni era muy respetado. El dicho de la época era “No dejes que tu hija se case con un periodista”. Alrededor del cambio del siglo se vio la profesionalización de varias actividades. Los trabajadores sociales se estaban organizando para ser licenciados, igual que los médicos.
Pulitzer pensó que el éxito de un diario independiente bien producido, sobre todo en una democracia, tendría que basarse en periodistas formados profesionalmente, en un sitio de excelencia designado para su capacitación y no como el aprendizaje que sucedía sobre la marcha en el lugar de trabajo.
Abordó a la prestigiosa Universidad de Columbia, en Nueva York, con la idea de financiar una facultad de periodismo, pero fue rechazado en parte por su polémica figura y en parte porque esa institución consideraba la preparación de un periodista como asunto de un politécnico y no de una universidad.
No fue sino hasta después de su muerte, en 1911, que la Universidad de Columbia aceptó los dos millones de dólares que dejó en su testamento para crear la Escuela de Posgrado en Periodismo, pero la institución no llevó su nombre sino hasta hace unos 15 años, comentó David McGrath Morris.
Lo que sí llevó su nombre inmediatamente fue el Premio Pulitzer -entregado por primera vez en 1917- para lo que también dejó el dinero y el concepto, que era no solo premiar el periodismo sino protegerlo.
Una de las características del galardón es que destaca a las organizaciones periodísticas -particularmente las pequeñas- que se arriesgan a reportar sobre asuntos importantes en sus localidades a pesar de contrariar gobiernos y gente poderosa.
“Pulitzer tuvo la genialidad para que el premio fuera útil y bien publicitado”, expresa McGrath Morris. “Tiene el mismo efecto del Nobel cuando se entrega a disidentes, los protege y los recompensa, y siempre serán reconocidos como ganadores. Eso tiene un gran efecto”.
Además, tuvo la visión para no limitar el alcance del premio, que se ha ido ampliando con el paso del tiempo. Ahora se entrega a varias categorías del periodismo escrito y electrónico. También premia a la literatura, dramaturgia, música e historia.
David McGrath Morris reconoce que Joseph Pulitzer fue un astuto editor, amasó una de las grandes fortunas en Estados Unidos y gozó de enorme poder político que no siempre puso a buen uso, además de comprometer por un momento los principios periodísticos en aras de una mayor circulación.
“Pero el hombre realmente creía que la democracia necesitaba una prensa creíble e independiente para aportar información tanto para los líderes como sus electores. Creo que estaría muy desilusionado que eso está actualmente en gran parte destruido”, concluyó.
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