Josef Mengele, el nazi que torturaba niños, escapó a Buenos Aires y vivió impune hasta su muerte
Realizó experimentos aberrantes en los campos de concentración de Auschwitz; gozó de una próspera década de libertad en Buenos Aires y murió en San Pablo. Jamás rindió cuentas ante la justicia
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Cuando nació, un 16 de marzo de 1911 en Gunzburgo, lo llamaron Josef Mengele, pero a lo largo de su vida, este criminal nazi, famoso por realizar experimentos aberrantes con niños gitanos y judíos en los campos de exterminio de Auschwitz, adoptó otros nombres, mucho menos conocidos, durante su larga vida de fugitivo, que repartió entre Buenos Aires, Asunción y San Pablo.
A este médico y capitán SS, especialista en eugenesia, es decir, en el mejoramiento genético de la especie humana, estas identidades falsas le permitieron vivir, hasta el día de su muerte -ocurrida en una playa al norte de Santos- totalmente impune, ajeno a la justicia terrenal. Tenía 67 años e, incluso después de muerto, tras sufrir un ACV y ahogarse mientras nadaba, su paradero permaneció en las sombras (había sido enterrado como Wolfgang Gerhard en un cementerio municipal de Brasil, en febrero de 1979).
Los crímenes de Mengele en Auschwitz comenzaron a ser conocidos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial y los tribunales internacionales recolectaron valiosas pruebas de las monstruosidades cometidas por este oficial nazi y antropólogo macabro. Obsesionado con las anomalías genéticas, las enfermedades y la pureza racial, Mengele se valía del discurso científico para justificar sus experimentos con seres humanos a los que reducía a la animalidad más extrema.
Las fábricas de la muerte, construidas por el régimen totalitario Nacionalsocialista alemán desde 1942, con el fin de aniquilar judíos, gitanos y discapacitados, entre otros grupos, buscaban la “eficiencia productiva”; masacraban, en las cámaras de gas, a quienes no podían realizar trabajo esclavo, y en ese sentido Mengele se destacó como un empleado eficaz en la industria del exterminio.
De acuerdo con el recuerdo de varios sobrevivientes, cuando los cautivos arribaban en trenes apilados como ganado a los campos de concentración, eran seleccionados por sus condiciones físicas y luego repartidos entre la vida (y el trabajo forzado) y la muerte. Mientras Mengele hacía este trabajo, solía silbar melodías de música clásica, excitándose cada vez que hallaba a una pareja de hermanos idénticos, preferentemente niños y niñas. Con todo ellos Mengele experimentó sometimientos inenarrables, que obran en la Enciclopedia del Holocausto, empleándolos como “cobayos humanos” y provocándoles todo tipo de tormentos propios de un infierno terrenal. Su conducta, conocida en todo el mundo a los pocos años de la guerra, cuando ya se hallaba prófugo, le valió el apodo de “Ángel de la muerte”.
Nacido en el seno de una familia adinerada de Baviera, primogénito del próspero fabricante de herramientas agrícolas Karl Mengele, Josef estudió en la Universidad Johann Wolfgang Goethe y se doctoró como médico y antropólogo en la Universidad de Múnich, en 1936. Al poco tiempo ingresó como asistente en el Instituto de Biología Hereditaria e Higiene Racial de Frankfurt, al servicio de Otmar von Verschuer, conocido por sus investigaciones con gemelos. Estos trabajos marcarán la búsqueda eugenésica de Mengele, durante sus años de servicio dentro del régimen nazi, que comenzaron poco antes de la guerra, en 1937. Había que aumentar significativamente la reproducción de la raza aria, y para eso, ya con la “solución final” como política de aniquilamiento, Mengele podía servirse de miles de prisioneros para avanzar en sus experimentos.
José Menguele en Buenos Aires, libertad y prosperidad más allá del peronismo
Cuando cayó el régimen nazi, Mengele escapó de los soviéticos primero, refugiándose como prisionero de los estadounidenses, quienes lo dejaron en libertad sin saber de quién se trataba realmente. Así comenzó un raid de escapatorias en poblados alemanes, trabajando como granjero, y en países europeos como Italia. Estas evasiones no se detuvieron sino hasta su llegada a Buenos Aires, en junio de 1949, con una nueva identidad, a nombre del ciudadano italiano Helmut Gregor, otorgada por miembros de la Iglesia y la Cruz Roja, que le permitió disfrutar de una larga década de libertad en la Argentina, y que hasta incluyó, sorprendentemente, largas conversaciones con el presidente Juan Domingo Perón, de acuerdo con el relato de Tomás Eloy Martínez citado por Uki Goñi en La auténtica Odessa. En uno de esos diálogos, el doctor Gregor le contó a Perón que debía viajar al Paraguay para realizar un trabajo ganadero que le reportaba cuantiosas ganancias: hacer que las vacas parieran terneros mellizos para aumentar la productividad pecuaria.
Mengele había llegado solo a la Argentina, su mujer no quiso acompañarlo y se quedó con su pequeño hijo Rolf, de cinco años, en Alemania. El país de los años cincuenta parecía un sitio seguro para el Ángel de la muerte. La comunidad alemana era la tercera en importancia, después de la italiana y la española, y el nazismo había echado fuertes raíces en Buenos Aires, incluso mucho antes de que Adolf Hitler consolidara su poder en 1933.
Los contactos con sus connacionales le permitieron a Mengele recuperar su identidad, obtuvo una copia de su partida de nacimiento a través de la embajada alemana, un permiso de residencia del Estado argentino y un pasaporte. Esto le permitió volver a Europa en 1956, y pasar unas vacaciones en Suiza con su hijo Rolf, y con la viuda de su hermano muerto, su cuñada Martha, gozando de la más absoluta libertad.
Durante su estadía en la Argentina hizo buenos negocios con Fadro Farm, una compañía farmacéutica, y como representante en Sudamérica de la corporación alemana de maquinaría agrícola de su padre. Todo parecía ir de maravillas, tanto que con Martha, la mujer de su hermano muerto, se casaría en Nueva Helvecia, Uruguay, en 1958.
Pero el dato de que Mengele vivía plácidamente en la Argentina no tardó en llegar a las autoridades alemanas, que pidieron su captura y extradición, en 1959. Por esos tiempos, un grupo comando de la Mossad, el servicio secreto israelí, seguía los pasos de Otto Adolf Eichmann, otro criminal de guerra nazi que se ocultaba en San Fernando con el nombre falso de Ricardo Klement. Eichmann fue secuestrado el 20 de mayo de 1960, deportado ilegal y clandestinamente, juzgado en Jerusalén y ejecutado en un horca.
Dicen que Mengele estuvo a punto de caer en las manos de la Mossad por esos mismos días, pero la realidad es que nunca lograron atraparlo. Vivía en Olivos, Vicente López, con su nombre verdadero, y cuando abandonó su casa para emprender la fuga, dijo que se iba unos días de vacaciones, pero jamás regresó. Su nueva esposa y su sobrino terminaron viviendo en una pensión, y luego volvieron a Alemania.
Fugado de la Argentina, Mengele vivió un tiempo en Paraguay, gracias a sus contactos con otros camaradas; obtuvo una identidad falsa, y luego se radicó definitivamente y hasta el final de sus días a San Pablo, Brasil.
Murió el 7 de febrero de 1979, ahogado en el mar, sin rendir cuentas con nadie, ni siquiera con su hijo Rolf, que lo visitó en Santos, después de décadas sin verse, y a quien nunca le manifestó arrepentimiento alguno por sus experimentos con humanos en pos de la eugenesia y la pureza racial alemana.
La policía alemana supo que Mengele había muerto en 1985, y que había sido enterrado como Wolfgang Gerhard. Tras la exhumación del cuerpo, científicos brasileños determinaron que los restos correspondían al Ángel de la muerte. Las pruebas de ADN confirmaron su identidad años después. Y primera vez en la historia el mundo supo que el hombre que se jactaba de hacer parir terneros mellizos gracias a la ciencia había muerto, impune, mientras nadaba en una solitaria playa paulista.
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