Jon Lee Anderson: "¿Volverá la gente de Trump a sus cuevas o seguirá en el escenario, debilitando la democracia de EE.UU.?
Las imágenes de las hordas trumpistas entrando al Capitolio siguen frescas. Y Jon Lee Anderson, leyenda viva del periodismo mundial, no puede con su genio. Cubrió todas las guerras de las últimas décadas, reporteó desde Haití, diseccionó Cuba y Venezuela –a la que define como el gran "hoyo negro" de las Américas–, pero su atención se centra, hoy, en Donald Trump, sus seguidores y el impacto que el cisma de Estados Unidos puede causar en Occidente y, en especial, en América Latina.
"La espiral sigue ahí para las Américas. Porque 75 millones de personas votaron por Trump, que sigue batiendo la olla", dice Anderson a LA NACION, en perfecto español, desde Bridport, en el sur de Inglaterra. "Todos contemplamos con horror y espanto el factor racista, xenófobo, armado y paramilitar norteamericano. ¿Volverá toda esa gente a sus cuevas o de alguna forma u otra seguirá en el escenario, debilitando el proceso democrático norteamericano y por ende, afectando la vida y el futuro de millones de latinoamericanos?".
Para Anderson, afrontamos una "crisis existencial", término que remarca varias veces durante la entrevista. Y él no es de los que hablan por hablar. El "maestro" de la Fundación "Gabo" aborda los desafíos de estos tiempos. "Si América Latina ya estaba bastante complicada por la pobreza, la inseguridad, la corrupción, imagínate como será con muchos millones más en la calle". ¿Qué avizora el ya legendario reportero de la revista The New Yorker? "Vamos a presenciar nuevos estallidos, nuevos planteamientos políticos", responde, en línea con su último libro, "Los años de la espiral", que enfocó en la América Latina que recorre desde hace cuatro décadas.
-¿Qué le preocupa de esta pandemia?
-Empezamos 2021 con una esperanza que no teníamos hace, inclusive, tres meses. Tenemos, ya, vacunas que aparecen por el mundo, así que esperamos que poco a poco podamos ir saliendo de las consecuencias mortíferas de esta pandemia. En ese contexto, todo esto –la pandemia, la cuarentena, las vacunas- es interesante desde muchas perspectivas. Nos ofrece ópticas nuevas sobre nuestra sociedad, sobre la forma en que vivimos. Los periódicos están llenos de planteamientos de filósofos, de urbanistas, de cocineros, de deportistas y de otra gente que propone que aprovechemos este periplo para entendernos mejor, para apretar el botón "pausa" y vivir de forma distinta. Todo eso es interesante, pero prematuro. Sobre todos aquellos que dicen que "la humanidad ha cambiado" o que ahora "no va a ser lo mismo que antes". Esas proyecciones son demasiado prematuras. Quizás, si yo tuviera treinta años y hubiera ido de la escuela a la universidad, y de ahí a mi trabajo como un chico astuto de cualquier de las grandes ciudades del mundo, a lo mejor sí, coño. Desde esa perspectiva, la vida ha cambiado y no volverá a ser lo mismo tras esta experiencia tan dramática. Pero tengo más años y mis gomas están más desgastadas con experiencias [sonríe]. Sí puedo decir que como persona me ha espantado el desgaste que la pandemia causó en determinadas poblaciones. Por eso creo que la pandemia ha sido una caja de Pandora y me ha despertado la inquietud en torno a la fragilidad de nuestro proceso político, sobre todo en Occidente, donde ostentábamos vivir en democracia.
-¿Qué le inquieta del proceso político occidental?
-La pandemia ha tenido la exquisitez de revelarnos las verdades de cada país y de cada líder. Algunos líderes son más autoritarios o caprichosos y eso resultó muy evidente, de una forma que en tiempos normales se logra más encubrirlo. Pero ahora hemos visto las debilidades, las peculiaridades y las idiosincrasias de cada líder en los países supuestamente democráticos de Occidente. Estoy pensando en Donald Trump, en Boris Johnson, en Jair Bolsonaro o en Nayib Bukele, en El Salvador. Son como los "terraplanistas". Niegan la ciencia y sólo se ocupan de sí mismos, como Trump o Bolsonaro, mientras que Johnson afirmaba ser churchilliano y resultó ser indeciso y hasta frívolo ante el gran reto de su gestión. Por eso, la pandemia destapó la fragilidad de la democracia, cosa que ya se estaba dando debido al populismo.
-Fenómeno recurrente en América Latina, aunque no en otras zonas de Occidente.
-Es una veta nueva de populismo que hemos visto despertar en Occidente durante los últimos cuatro o cinco años. Pienso en Trump y Bolsonaro, aunque hay otros líderes y otras figuras que buscan llegar al poder. Hay una o dos de ese estilo en cada país. Por todo esto, he tenido la sensación de una crisis dual, con la pandemia por delante y el gran reto de la supervivencia de la democracia como trasfondo, aunque hora tenemos algunas razones por las que sentir optimismo, como las vacunas o la victoria de Joe Biden, que ayudan a pensar que tenemos caminos por delante para salir de esta crisis existencial.
-Alude a razones que alumbran la esperanza. Pero en su libro "Los años de la espiral" marca la degradación de la política, la volatilidad imperante y otros indicios preocupantes. Entonces, ¿se siente optimista o no?
-Bien observado. Mi libro expone una visión sobre América Latina que es pesada, pesimista se podría decir, pero que se centra en esta década que acabamos de concluir. En especial en América Latina, pero también incluyendo a Estados Unidos como un factor decisivo en la región. Hoy, las Américas están más unidas que nunca y quizás después de la época de Trump, de forma triste aún más. Si Estados Unidos era para muchos el gran norte de la democracia, el repositorio de libertades cívicas y económicas, ahora ya no lo es. O, al menos, es tan precario y frágil como otros países. Ese es un factor que debemos tomar para nuestros análisis. Por eso, cuando aludo a factores de esperanza, estoy pensando más allá de las Américas, de manera más global. Por supuesto que Biden en la Casa Blanca es mucho mejor que si Trump hubiera seguido cuatro años más. Pero la espiral sigue ahí para las Américas. Porque 75 millones de personas votaron por Trump, que sigue batiendo la olla. Todos contemplamos con horror y espanto el factor racista, xenófobo, armado y paramilitar norteamericano. ¿Volverá toda esa gente a sus cuevas o de alguna forma u otra seguirá en el escenario, debilitando el proceso democrático norteamericano y por ende, afectando la vida y el futuro de millones de latinoamericanos que están unidos a Estados Unidos, sea a través de la emigración anterior o actual o por su porvenir económico o por la esperanza democrática? Y volviendo a América Latina, es obvio que hay aspectos que son nefastos y que seguirán allí en el futuro. Por ejemplo, el narcotráfico. Es un factor crucial en la región, con su influencia económica, con su secuela en crimen, violencia, seguridad pública, corrupción… Hoy, la inseguridad pública y la corrupción son quizás los rasgos de mayor preocupación para cualquier latinoamericano, incluso en su pensamiento político. Y en esta crisis existencial, los habitantes de toda América están muchos más susceptibles a los cantos de sirena de oportunistas políticos, de charlatanes o, inclusive, de movimientos extremistas
-Cito textual de su libro: "La pandemia ha agudizado los problemas que existían antes y es lógico pensar que eventualmente se producirán nuevos estallidos, incluso más explosivos que los anteriores". ¿Qué vislumbra?
-Mira la remilitarización del continente, desde México hacia el sur. Si hace 30 años vimos el retorno o en algunos casos la aparición de la democracia por primera vez en la región, también vimos el regreso de los militares a sus cuarteles. Pero durante los últimos años hemos visto su reaparición en el escenario público en lugares donde antes no ocurría, como en México. O incluso en su afincamiento y su fortalecimiento, de manera muy pública, en países en donde no eran un factor tan preponderante, como en Brasil, además de toda Centroamérica, con dos excepciones: Costa Rica y Panamá. O Venezuela, que es un país militarizado y es el que genera mayor preocupación por la erupción de posibles crisis: por el gran éxodo de su ciudadanía, por la criminalidad de la sociedad misma, por el fracaso del modelo chavista y por el hecho de que la administración Trump sólo probó políticas bélicas o conspirativas, no de diálogo. Venezuela es como un hoyo negro que se abrió en las Américas, chupando todo a su alrededor. Es una hecatombe y podría ser el centro de un conflicto regional que incluya a países vecinos.
-Sin olvidar a Cuba…
-Cuba ya es un régimen un poco gris a estas alturas. Básicamente es un régimen socialista, del mismo modo que Venezuela es ya un régimen militar. ¡Maduro hasta sale con uniforme militar! Y en Brasil, al menos ocho a diez de los 22 ministros de Bolsonaro son militares y recuerde que él es un ex militar. Su gobierno es una suerte de régimen militar posmoderno, como tenemos en otros países. Entonces esa falta o fragmentación del Estado de Derecho, producto de la corrupción, del narcotráfico, provocó que el sistema se volviera muy precario. En ese contexto, no es bueno para las democracias de la región que los militares hayan vuelto a ser tan esenciales en la administración.
-¿Cuáles son las preguntas que deberíamos plantearnos?
-[Calla unos segundos] ¿Cómo podemos asegurar que nuestras sociedades sean democráticas de verdad? ¿Cómo podemos asegurar que nuestras policías sean custodios de la paz y el orden cívico y no malandros al sueldo de políticos o de gánsteres a la sombra? ¿Cómo podemos asegurar que el Poder Judicial sea poblado por personas que se consideren servidores públicos y honestos? ¿Cómo logramos sociedades cívicas? ¿Qué es lo que nos ha eludido en la búsqueda de esas respuestas? Si no podemos tener democracia, si hay corrupción y falta Estado de Derecho en nuestras instituciones, ¿qué nos queda? ¿Cómo construimos democracia de verdad? Ese es el punto de partida para avanzar, constatando las carencias. ¿Cómo buscamos la alternativa? Debemos hacer una pausa y volver a construir.
-Sus preguntas denotan algo más profundo…
-Estamos ante un fenómeno nuevo. De la misma manera en que estos populistas han sabido manipular las redes sociales para llegar al poder, también han servido para expresar nuevas inquietudes, tanto en América Latina como en Líbano o en Hong Kong… Vimos cómo los jóvenes, organizándose en las redes, se levantaron en protestas cívicas contra el poder o el statu quo. En Ecuador, en Colombia, en Chile, ¡donde tú quieras! Son expresiones a veces hasta anárquicas de inquietud y de las frustraciones propias de la juventud. Pero no son armadas, ni van en búsqueda de la conquista del poder como los insurgentes de los años 60. Y ahora, cuando vislumbramos el final de la pandemia con las vacunas, nos encontraremos con sociedades golpeadas por nuevas deudas públicas, con muchas empresas en bancarrota, con mucha gente desempleada que quizás no volverá a sus trabajos porque esos empleos habrán desaparecido, con las arcas públicas desgastadas. Entonces, si América Latina ya estaba bastante complicada por la pobreza, la inseguridad, la corrupción, imagínate como será con muchos millones más en la calle. Será un gran reto para cada país mientras lidiamos con la precarización de la democracia y la remilitarización de la región. Será una especie de interrogante existencial en torno a la capacidad de la democracia para enfrentar todos estos males. Y estos chicos que vimos sublevarse entre 2019 y principios de 2020 pueden volver a ser un factor. Porque sus reclamos no fueron atendidos. Será interesante ver qué surge.
-¿Qué cree que ocurrirá?
-Creo que vamos a presenciar nuevos estallidos, nuevos planteamientos políticos y, sin ponerle una etiqueta todavía, que ya estamos en una nueva era que definitivamente no es la Guerra Fría, ni la post Guerra Fría. Es algo nuevo. Estamos en el umbral de una era nueva, con un mundo que empieza a moverse por bloques. Eso también será un gran desafío que tendremos por delante, con China frente a Occidente. En fin…
-¿Hay alguna pregunta que no le hice y quisiera abordar?
-[Piensa unos segundos] Por más pesimista o duro que a veces pueda resultar mi análisis, no me siento pesimista. Nunca. Me siento fascinado con la historia de nuestro tiempo. Soy muy consciente de lo malo y de lo bueno, y por mis antecedentes no me sorprende cuando ocurren cosas pesadas. Estoy tan consciente como el que más del cambio climático, por ejemplo, que me causa rabia, del mismo modo que me indignan muchísimo las injusticias que me constan todos los días por ser periodista. Pero en el fondo siento que simplemente estamos en otro periplo de este gran drama que es la historia de la humanidad. Cuando leemos historia, incluso del pasado reciente, vemos que en algunos aspectos estamos mucho mejor que antes. Y siento que, como en ninguna época anterior, tenemos la capacidad de elevar nuestra voz. Es una libertad y un poder casi surreal. Eso torna fascinante nuestras vidas.
Biografía
Nacido en 1957, en California, creció entre Corea del Sur, Colombia, Taiwán, Indonesia, Liberia e Inglaterra, y desde fines de los ’70 concentró su atención en América Latina, comenzando como periodista del semanario The Lima Times, en Perú.
Cronista de reconocimiento mundial, entrevistó a grandes figuras globales, como así también cubrió cada guerra de las últimas décadas, incluyendo en el Líbano, Bosnia, Angola, Siria, Sudán, Irak, Somalia y Afganistán, entre otras.
Ganador de múltiples premios como el "Moors Cabot" y "Reporteros del Mundo", es maestro de la Fundación "Gabo" García Márquez y es autor de varios libros; entre ellos, Che Guevara: una vida revolucionaria. El último es Los años de la espiral, enfocado en América Latina.
Trabaja para la revista The New Yorker desde 1998, aunque sus textos también se han publicado en The New York Times, El País, Le Monde, The Guardian, Financial Times, Life, El Espectador y Harper’s, entre otros medios internacionales.
-En estos tiempos de pandemia global, ¿qué libros o películas o música o cualquier otra actividad sugiere a los argentinos para distraerse o, acaso, aprovechar el tiempo? ¿Qué hace usted con su tiempo libre?
-[Risas] Bueno, vivo en Bridport, un pueblito cerca del litoral marítimo inglés y hay muchas lomas alrededor. Así que salgo a caminar con mi perro, adentrándonos en la naturaleza lo más que podemos. Sé que esto es difícil para quienes viven en las ciudades, pero la naturaleza es clave para darle un balance incluso espiritual a nuestras vidas. Muchas veces, solo, en la naturaleza, me vienen ideas nuevas. Y aunque suene a cliché, la familia es sumamente importante. Nuestras reuniones por Zoom han resultado interacciones cruciales. Otro punto es darnos tiempo para pensar en una época en que todo se ha vuelto muy rápido, cuando tenemos computadoras en el bolsillo que nos chupan muchas horas. En cuanto a libros, eso es gusto de cada quien, pero recomiendo dos, Nothing by accident. Brazil on the edge, por Damian Platt, y No digas nada, de Patrick Radden Keefe, que aborda el asesinato de una supuesta soplona irlandesa, madre de diez chicos, en Belfast, por el IRA y su encubrimiento hasta hoy. Todo indica que el responsable fue el mismísimo Gerry Adams, el padre del acuerdo de paz en Irlanda del Norte. Es un libro fascinante por su estilo narrativo y la reconstrucción de los acontecimientos. Buena lectura.
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