Joe Biden intenta ampliar la coalición contra Vladimir Putin, pero se enfrenta con varias resistencias
El presidente estadounidense busca convencer a países que se han mantenido neutrales frente al conflicto; el problema es que estos gobiernos se enfocan en sus propios intereses, lo que les impide tomar distancia del Kremlin
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WASHINGTON.- La conformación de una alianza internacional para unir al mundo contra la invasión rusa fue tan veloz, incluso antes del comienzo de la guerra en Ucrania, que el propio presidente estadounidense, Joe Biden, se sorprendió “de la unidad y determinación logrados en apenas unos meses, algo que en otro momento habríamos tardado años en alcanzar”.
Pero ahora que la guerra entra en su cuarto mes, los funcionarios estadounidenses se topan con la desalentadora realidad de que esa poderosa coalición de naciones –desde América del Norte hasta Europa y Asia Oriental– podría ser insuficiente para quebrar la actual situación de punto muerto del conflicto bélico.
Los tiempos corren y la administración Biden intenta convencer o seducir a países que se han mantenido neutrales frente al conflicto –como la India, Brasil, Israel y los estados del Golfo Pérsico– para que se sumen a la campaña de sanciones económicas, apoyo militar y presión diplomática destinada a aislar aún más a Rusia y forzar el final de la guerra. Hasta ahora, pocos de esos países se han mostrado dispuestos a sumarse, a pesar de su asociación con Washington en otros importantes asuntos de seguridad.
Biden hará una apuesta diplomática y política extraordinaria en los próximos meses, cuando visite Arabia Saudita, al que en su momento había calificado de país “paria”. Y el jueves, en los márgenes de la Cumbre de las Américas en Los Ángeles, se reunió con Jair Bolsonaro. La semana previa a la invasión rusa de Ucrania, el presidente de Brasil visitó Moscú, donde expresó su “solidaridad” con el presidente ruso, Vladimir Putin.
En Los Ángeles, Bolsonaro se anticipó a cualquier insinuación de Biden respecto a su posición ante Rusia y dijo que Brasil se mantenía abierto a ayudar a terminar con la guerra, pero también señaló que “debido a nuestra dependencia de algunos actores extranjeros, tenemos que ser cautelosos”.
Los funcionarios estadounidenses admiten que tienen dificultades para convencer a esos países que ponen en la balanza sus propios intereses frente al intento estadounidense y europeo de aislar a Rusia.
“Uno de los mayores problemas que tenemos actualmente son los países que no quieren jugarse”, dijo el martes Samantha Power, administradora de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, tras ofrecer un discurso sobre los esfuerzos de la administración estadounidense para fortalecer la libertad de expresión, las elecciones libres y las instituciones democráticas contra los líderes autoritarios del mundo.
En febrero, poco después de que Putin lanzara la invasión de Ucrania, el rublo ruso se desplomó. Pero ahora se ha recompuesto, ya que Rusia sigue recibiendo moneda fuerte por sus exportaciones de energía y otros bienes a países como China, India, Brasil, Venezuela y Tailandia.
Para algunos países, la decisión de alinearse con Estados Unidos puede tener consecuencias de vida o muerte. Washington logró convencer a los países africanos golpeados por la sequía para que no le compren a Rusia los granos que le robó a Ucrania, en un contexto de aumento de los precios de los alimentos y la consiguiente posibilidad de que millones de personas pasen hambre.
“De modo que algunas potencias intermedias claves, como la India, Brasil y Sudáfrica hacen malabares para intentar mantener su autonomía estratégica, y no se puede esperar que se encolumnen fácilmente detrás de Estados Unidos”, dice Michael John Williams, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Siracusa y exasesor de la OTAN.
“Washington cree que está guerra se gana en Occidente”, dice Williams, “pero el Kremlin cree que se ganará en Oriente y en el hemisferio sur del mundo.”
En marzo, 35 países –mayormente de Oriente Medio, África y Asia del Sur– se abstuvieron de votar la resolución de Naciones Unidas que condenaba las agresiones de Rusia contra Ucrania. Los funcionarios de Estados Unidos y sus aliados se alarmaron, a pesar de que 141 de los 193 Estados censuraron la acción rusa. Solo cinco países –incluida Rusia– votaron en contra de la resolución.
Brasil votó en contra de Rusia, y Bolsonaro presionó para que se celebraran negociaciones para terminar con la guerra. Pero su país sigue importando fertilizantes de Rusia y Bielorrusia, un aliado de Moscú.
India y Sudáfrica se abstuvieron en la votación de la ONU. La India es socia de Rusia desde hace décadas y depende de su petróleo, fertilizantes y equipamiento militar. La administración Biden ha tenido poca suerte para lograr que India se sume a su coalición.
En abril, durante una visita a Washington, el ministro de Asuntos Exteriores de India, Subrahmanyam Jaishankar, desestimó los cuestionamientos al respecto y dijo que “probablemente nuestras compras totales de todo un mes sean menores que las de Europa en un solo día”.
Pero ahora que Europa ha impuesto un embargo parcial del petróleo ruso y recortado sus importaciones de energía, la India negocia con Moscú un aumento de sus ya crecientes importaciones de crudo ruso.
En el caso de Sudáfrica, sus lazos con Rusia se remontan a la época de la Guerra Fría, cuando la Unión Soviética apoyó al movimiento antiapartheid que transformó la dinámica interna del poder en el país.
El comercio entre ambos países es modesto, pero al igual que otros países, Sudáfrica recela desde hace tiempo del colonialismo occidental y del poderío incontestable de Estados Unidos. El presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, acusó a la OTAN de haber provocado la invasión rusa y llamó a relanzar las conversaciones diplomáticas. Según una declaración de la Casa Blanca, en una conversación telefónica en abril, Biden instó a Ramaphosa a apoyar “una respuesta internacional clara y unificada a la agresión rusa en Ucrania”.
Un mes después, Ramaphosa lamentó el efecto que estaba causando el conflicto “en países que miran desde afuera, pero que sufrirán las sanciones impuestas contra Rusia”.
El mejor ejemplo de la urgencia de la Casa Blanca es la inminente visita del presidente Joe Biden a Arabia Saudita, país al que había denunciado por asesinato y posibles crímenes de guerra. El viaje de Biden, que ya es objeto de críticas por parte de destacados demócratas, tiene el propósito de convencer a Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos de que ayuden desde los márgenes. Uno de los objetivos es que esos países coordinen un aumento significativo de la producción de petróleo para bajar los precios globales, mientras Estados Unidos, Europa y otros boicotean el petróleo ruso.
Algunos funcionarios de la Casa Blanca manifestaron su decepción por la neutralidad que proclamaron ambos países del Golfo Pérsico, que compran armamento estadounidense y presionan para que Washington instaure políticas en contra de Irán, su principal rival.
Israel, otro gran comprador de armamento norteamericano y uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos en Oriente Medio, ha expresado su solidaridad con Ucrania. Al mismo tiempo, sin embargo, se ha resistido a apoyar algunas sanciones y a emitir críticas directas contra Rusia.
Y hasta que Biden no le ofreció una reunión privada en Los Ángeles, Bolsonaro había anunciado que no participaría de esa cumbre que reunió a la mayoría de los jefes de Estado del hemisferio. Para lograr la participación de Brasil, fue necesaria la intervención directa del exsenador Christopher Dodd de Connecticut, asesor especial de la cumbre.
Valentina Sader, experta en asuntos brasileños del Atlantic Council, dice que la administración Biden seguirá conversando con Bolsonaro sobre los lazos de Brasil con Rusia y China.
Pero advirtió que es improbable que Bolsonaro se distancie de Putin. “Brasil piensa en sus propios intereses”, dice Sader.
Por Lara Jakes y Edward Wong
Traducción de Ignacio Mackinze
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